viernes, 19 de julio de 2019

Posiciones perversas en la madre.



En el tramo final libro Posiciones perversas en la infancia1 conjeturamos que no hay posición perversa en el niño sin una madre que haga de ese niño su fetiche, entendido éste como un objeto de goce que desplaza al partenaire sexual. Dejamos así abierta una nueva línea de trabajo: la de las posiciones perversas en la madre. Este trabajo tiene por objetivo dar los primeros pasos en tal sentido. Dar los primeros pasos en un trabajo de investigación equivale a: situar qué se ha dicho al respecto y proponer alguna hipótesis que apunte a producir distinciones en un campo donde la caracterización de las presentaciones clínicas es difusa.

El tabú sobre la maternidad. La maternidad asoma como uno de los pocos campos respecto de los cuales se preserva un prudente silencio respecto de sus ligazones con la sexualidad. Tal como afirma Eric Laurent: “Se olvida, con la fascinación por la relación madre-hijo, que el hijo ocupa el lugar de un condensador de goce. (…) Que el maternaje, el ocuparse de los niños, es una actividad sexual y no educativa o sublimada”.2 
Confluyendo en esta línea, La Dra. Estela V. Welldon en el libro conocido en nuestro medio como Madre, virgen, puta.Las perversiones femeninas, pero cuyo título original se traduciría mejor como La idealización y denigración de la maternidad, sostiene que “el fracaso a la hora de diagnosticar a estas mujeres [como perversas] es en parte el resultado de la glorificación social de la maternidad y el rechazo incluso a considerar que ésta pueda tener un lado oscuro”3.
Como dato ilustrativo, cabe recordar que en nuestro país permanece sin estrenarse desde 1989 la película Kindergarten, de Jorge Polaco, donde se roza el tema del incesto. Se trata de la única película argentina censurada desde el retorno de la democracia.
Laurent señala que el discurso analítico debe responder aquí destacando “el tormento que es, para una mujer, un niño y que a pesar de siglos de exaltación mística materna o de la mística femenina, es muy difícil ser madre, porque es un tormento efectivo”4. Tal tormento contempla entre sus salidas la perversión del maternaje.

El niño fetiche. Encontramos en Laurent la afirmación de que si el sexo femenino es tan poco sensible a la perversión es porque las mujeres tienen niños.5 Asimismo, Granoff y Perrier sostienen que en la mujer no hay, para hablar con propiedad, perversiones sexuales, para luego afirmar que será en la maternidad en donde habrá de manifestarse la corriente perversa en la mujer.6 Agregan que “las dos únicas vías que se abren en sentido estricto al amor maternal serán la sublimación o la relación perversa. Pero en realidad el deseo sexual no está ausente, y lo aporta la propia prohibición que lo marca7
Una primera forma de la perversión del maternaje se puede definir en términos simples: el niño deviene objeto del fantasma de la madre. Laurent ubica tales coordenadas en función de algo que no anuda a nivel de la pareja: lo que prevalece es el síntoma de la madre por sobre el síntoma de la pareja.

Granoff y Perrier se ocupan de relevar los testimonios de las mujeres que se ven compelidas a raptar un niño y criarlo como propio. Señalan que “la naturaleza impulsiva del acto, su total inespecifidad en la elección de objeto, demuestran el sitio del puro y simple tener que ocupa el niño”8. Cuando se las interroga en ámbitos judiciales, el discurso da cuenta de lo desesperado del rapto y la urgencia por establecer una relación de maternaje. Concluyen entonces que desde el punto de vista estructural, “este caso límite de la relación perversa se emparenta con la relación fetichista”.9 
Laurent ubica dos dimensiones por las que el maternaje desborda la equivalencia niño-falo, por un lado, “más allá”, la dimensión de la locura femenina, mientras que más acá de la equivalencia fálica sitúa la perversión en la relación madre-hijo: la posición de resto que el niño tiene más acá de su equivalencia fálica. 

Sitúa este más acá dentro del fetichismo materno. El niño como condensador de goce. Sostiene que mientras la perversión masculina consiste en reducir a la mujer a un a en su fantasma, accediendo por esta vía al encuentro sexual, del mismo modo, la madre toma por objeto al niño que queda tomado como instrumento de goce de la madre.
Llamo la atención sobre el paralelo que traza Laurent: la maternidad es aquí tan perversa como el acceso al acto sexual lo es en el hombre. Lo cual abre otro campo a explorar dentro de lo que puede entenderse como una posición perversa en la madre: aquel en la que la madre no tomaría meramente al niño como objeto de goce (posición que podrá luego padecer o no de una interdicción) sino el que se recorta si podemos ubicar del lado de la madre una posición más ligada, no al fetichismo, sino al par sadismo-masoquismo. Es decir, que coincida la lectura lacaniana de las perversiones entre los seminarios 10 y 16. Allí define la posición perversa como un ofrecerse como instrumento de goce del Otro, en el marco de una escena mediante la cual procura extraer los datos subjetivos de su división.

Entiendo que ambas posiciones son plausibles de ser distinguidas en las presentaciones clínicas. Para ilustrar la posición materna perversa fetichista, tomemos un recorte clínico de Welldon: una paciente tenía un bebé de dos años “al que no creía capaz de manejar, y al que le pegaba cuando se sentía frustrada o molesta por algo. Esta actitud aliviaba su ansiedad y la satisfacía sexualmente. Frenó los malos tratos repentinamente cuando se dio cuenta que el bebé tenía una mirada triunfante y que, según ella, ‘incluso disfrutaba de ellos’. Fue conciente de que el bebé llevaba las riendas ya que se sentía capaz de manipularla hasta hacerle perder la paciencia. Se había convertido en ‘el amo’”.10
Es destacable el hecho de que la madre retrocede ante los datos subjetivos del goce en el niño. Muy diferente será la posición que se recorta en los casos del próximo apartado.

La madre como instrumento de goce. La delimitación lacaniana de la posición perversa a partir del Seminario 10 encuentra, en cambio, su traducción en aquellos casos en que se describen prácticas que lindan o directamente realizan un maternaje que subvierte la interdicción al incesto.
Estela Welldon, entre otros casos que toman este sesgo, cita a un paciente que relata su crianza en manos de una tía materna, con un año recién cumplido:
“Era una mujer cálida y cariñosa, pero de pronto, cuando tenía tres años, le dejó muy claro que, al menos que cumpliera todos sus deseos, le retiraría su amor. Las condiciones que impuso no solo incluían que se pusiera ropa de niña, sino que se comportara como tal. (…) La tía (…) decidió enviar a su sobrino a un colegio de niñas y le enseñó a comportarse como una de ellas; las revisaciones médicas las hacía (…) en el consultorio de un amigo de ella. A los doce años parecía una auténtica niña. Fue dama de honor en la boda de un familiar”11

Otro testimonio parte de una paciente que padecía una suerte de exhibicionismo compulsivo: “su madre la masturbaba desde muy pequeña cada vez que se sentía triste o compungida o para que se durmiera (…). Ésta no sólo había masturbado a la niña sino también a sus otros cuatro hijos. En propias palabras de madre: ‘Resultaba tan fácil o más eficiente que usar un chupete’. Dijo que en aquella época estaba deprimida e infelizmente casada con un hombre que se emborrachaba y le pegaba constantemente. También admitió que estas acciones que perpetraba con sus hijos le producían una enorme sensación de bienestar, excitación sexual y júbilo. Era, además, la única forma de conciliar el sueño.”12
Welldon sugiere que “en ocasiones, las mujeres optan por la maternidad por razones perversas inconscientes”13. Entiende que la madre perversa “experimenta a su bebé como una parte de sí misma (…). Siente un gran regocijo ante el hecho de que su bebé responda a sus propias necesidades”14
El siguiente caso supone una relación donde el incesto pasa al plano de la concreción:

“Mi mari­do murió repentinamente cuando mi hijo tenía cinco años. (…) Creé una relación idílica con mi hijo, hasta el punto de que no necesitaba ningún hombre más en mi vida.
Nos íbamos juntos de vacaciones. Recuerdo perfectamente una ocasión en que nos hallábamos en la playa (…). Entonces mi hijo tenía catorce años. Me puse a bailar en la sala del hotel con algunos jóvenes, y bebí bastante. Cuando volví a la habitación, me encontré a mi hijo sollozando entre las sábanas. Me preocu­pé y le pregunté qué le pasaba. Dijo que me había visto bailando y que se había sentido abandonado y muy celoso de los jóvenes. Al escuchar esta afirmación experimenté una inmediata sensación de paz interior y de satisfacción (…). Yo había ganado: él era mío. Estábamos juntos para siempre, solos. Me pareció lo más natural meterme en la cama con él para consolarlo. Sin embargo, quería demostrarle mi amor de una forma más natural. 

Me sentía expan­siva, regocijada y excitada. Lo inicié en el arte de hacer el amor. Le enseñé durante un tiempo, paso a paso, lo que tenía que hacer y cómo lo tenía que hacer. Creé el amante más maravilloso y ambos estábamos extasiados. La situación ha durado todos estos años. Ninguno de los dos necesitaba a nadie más. (…)
Tomé todo tipo de precauciones para que pareciera que manteníamos una relación normal entre madre e hijo. Toda mi vida la he invertido en él; tengo la suficiente seguridad económica como para que esta situación dure para siempre. Nunca pensé que me traicionaría. Pero después de terminar la enseñanza media comen­zó a dar signos de inquietud y autoafirmación. (…) He curioseado entre sus papeles y he descubierto que ahora los poemas están impreg­nados de deseos de venganza, son sarcásticos y amargos. Incluso ha maquinado un plan muy elaborado para librarse de mí.
No me importa que lo haga. Tal y como ya le he dicho, si me deja me quitaré la vida. De cualquier forma, la vida es innecesa­ria sin él”.15

Hay que destacar aquí, respecto de la escena que produce el quiebre de su hijo, su carácter de mostración perversa. Apunta a producir la división del lado de sujeto, se trata de una mostración que lo derrumba, dejándolo a su merced. Recuerdo aquí la precisión que hacemos al respecto en Posiciones perversas en la infancia: en la escena perversa (distinta del acting-out) el sujeto encarna el objeto como instrumento de goce. Es una escena dirigida al Otro al cual, por la vía de la intrusión, divide. La mostración adquiere la forma de un secreto poseído respecto del goce, capaz de crear un amante sin fisuras. También es patente la identificación absoluta al lugar de instrumento de goce del Otro, cuya pérdida hace la vida carente de sentido. Finalmente, se sostiene en una relación a ley que consiste, al modo perverso, en hacerse agente de la misma. En este marco, solo consulta cuando la escena así montada corre riesgo de desmantelarse.

Aunque me he centrado en tales presentaciones, entiendo que esta posición perversa en la madre no es atribuible exclusivamente a los casos que toman la forma del incesto. También Gertrudis, la “madre genital” de Hamlet, recorta una figura materna que ostenta un saber sobre el goce, pasando por encima de toda ley. Impasible al fratricidio contra el rey, desposa inmediatamente al asesino. La tragedia da cuenta del estado de perplejidad en que queda su hijo, al que meramente le indica: “Mira a Dinamarca con ojos de enamorado”.

Las disciplinas corporales al que algunas madres someten a sus hijos, evocadas recientemente en la película Black Swan, también pueden ser sostenidas muchas veces desde este modo de posicionamiento materno. 
Aquí no se trata meramente de tomar a los hijos como fetiches, sino hacerse literalmente instrumento del goce de otro cuerpo. La excitación no retrocede ante los datos subjetivos del partenaire-hijo sino que precisamente encuentra allí su sustento. En estos casos lo que está en juego es el goce del Otro. El perverso, en efecto, es alguien que se ofrece lealmente al goce del Otro, como modo de mantenerlo capturado en sus redes, apuntando a su fibra íntima. Y esta posición materna se traduce efectivamente en un modo de mantener en sus redes al niño. La madre deviene lo que en términos corrientes llamaríamos “la psicópata de sus propios hijos”. 
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1. Iuale, L; Lutereau, L.; Thompson, S. Posiciones perversas en la infancia. Buenos Aires: Letra Viva, 2012. 
Nuestra investigación como equipo de trabajo continúa en este momento, dentro del campo de las posiciones perversas, con el estudio de la perversión en la homosexualidad femenina, cuestión que es objeto de un ensayo de próxima publicación.
2. Laurent, E. Hay un fin de análisis para los niños. Buenos Aires: Colección Diva, 1999, p. 170.
3. Welldon, E. V. (1988) Madre, virgen, puta. Las perversiones femeninas. Buenos Aires: Temas de hoy, 2008, p. 105.
4. Laurent, E. op. cit., p. 177.
5. Cf. Ibid., p. 40.
6. Cf. Granoff, W.; Perrier, F. (1979) El problema de la perversión en la mujer­. Barcelona: Crítica, 1980, p. 82.
7. Ibid., op. cit., p. 83.
8. Ibid., op. cit., p. 84.
9. Ibid.
10. Welldon, E. V., op. cit., p. 101.
11. Ibid., p. 104.
12. Ibid., pp. 124-125.
13. Ibid., p. 108.
14. Ibid., p. 109.
15. Ibid., pp. 116-117.

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