martes, 22 de marzo de 2022

Diario de un psicólogo en apuros: un psicólogo va al gimnasio.

Cuando cumplí 30 años, hace ya años, me propuse el firme motivo comenzar a darle lucha a la ley de gravedad cárnica. Sabemos que la lucha contra los estragos del tiempo es trágica, pues en definitiva, uno está destinado finalmente perderla, como vemos en el texto freudiano "Lo perecedero". Aún así, es meritoria la posición de dignidad ante la cuestión y nadie se atrevió a condenarme por intentarlo. Fue así que decidí anotarme en el gimnasio.
La fantasía de muchos que nunca fueron a un gimnasio, incluyéndome, es que uno va a aparecerse en un panteón de dioses olímpicos portando únicamente su cuerpo y sus moscas, ante la mirada de seres perfectos tallados por el mismísimo Pigmalión. Retroactivamente puedo decir que esa fantasía, que inhibe a muchos de comenzar a ir, está equivocada y eso es lo que quiero contar hoy.

El primer día de gimnasio me recibió el Personal Trainer, Sebastián, con la motivación y el desgano esperable para alguien que gana su vida trabajando en un lugar donde el suave aroma de la brisa en la mañana es del orden de la axila sudada. Esto no es un detalle menor, pues es algo que no se ve en las fotos: cuando uno entra a un gimnasio, está destinado a encontrarse con su propia inmundicia y la ajena.

La segunda sorpresa que uno se puede llevar en un gimnasio es que para hacer esa actividad no se necesitan muchas habilidades, por no decir ninguna. En cualquier deporte, uno puede jugar bien, más o menos, o mal. En el gimnasio, uno se pone a hacer movimientos mecánicos y estreotipados, una y otra vez. Aunque las máquinas no permiten demasiada variedad de movimientos, hacerlo mal puede traer problemas, sobre todo a la columna. Por lo demás, no resulta un gran reto personal y hasta puede ser aburrido, que es una de las causas por las cuales mucha gente abandona. El aburrimiento, no obstante, tiene una solución: socializar. Lo cual nos introduce en el tema de la gente, que es lo que me interesa.

En mi gimnasio, éramos todos hombres, con lo cual dejaré de lado el público femenino. Una de las cosas que más me llamaba la atención es que todas las semanas el espejo se rompía. Lo rompían, para ser precisos. El socio, que generalmente lo rompía pegándole con alguna mancuerna, decía que era un accidente. Nosotros sabemos, por Psicopatología de la vida cotidiana, que en estos accidentes hay implicados aspectos inconscientes. El caso no resistió tal análisis: los espejos fueron puestos a distancia.

El caso de los espejos se trasladaba a todos los aspectos del gimnasio: era un hecho que nadie estaba contento con su cuerpo. La tercera vez que fui al gimnasio, un chico musculoso me preguntó qué tomaba para tener esos brazos (existentes solo en su apreciación).
La vida de otra manera - le respondí.
En los gimnasios circulan dietas, conteos de calorías, brevajes proteicos con el sabor del espanto... Y también inyecciones de esteroides en los muslos. Esto último en menor grado, pero uno aprende a distinguirlos: poseen una musculatura que roza con lo ordinario y en algunos casos, llegan a eyacular con dolor, según me han contado.

También hay casos que mejor no tocar. Por ejemplo, una vez una vez, hablando con otro socio.
Yo vengo acá porque sino pierdo mi cuerpo -me dice- Vengo, siento los músculos y así vuelvo a tener mi cuerpo, que sino se me desarma.
Entonces no dejes de hacer ejercicio - repliqué.

Con el tiempo, uno puede ir dándose cuenta por qué la persona fue al gimnasio. Están los de piernas cortas, generalmente de poca estatura, que hipertrofian la parte superior de su cuerpo en un canto a la sobrecompensación de Alfred Adler. Están los que de cuerpo están bien, pero "no hay gimnasio para la cara", según leí en un meme. Están también los que van y nunca están conformes con como se ven: ven partes de su cuerpo aumentadas o disminuidas. En todos estos casos, hay un factor común: el otro siempre tiene más y mejor.

¿Y qué hay de aquel que mira mal a demás, ese Otro que todo lo tiene? Nunca lo encontré y probablemente no exista, salvo que uno decida creerle al megalómano que se coloca en ese lugar. Al contrario, la gente del gimnasio es propensa a ayudarse y a ayudar a los nuevos.

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