Por Mirta Golduberg
¿Cuál fue la razón que llevó a Freud a inventar la construcción? Si Freud necesitó otro recurso que no fuera la interpretación, en tanto lectura a la letra, fue por haber llegado a un obstáculo clínico. La clínica, y en particular la del hospital, nos ofrece en ocasiones la mostración reiterada de un sufrimiento indescifrable por no cifrado. La construcción conjetural efectúa la lectura de la escena, cifrando el trozo faltante de la trama, haciendo ficción. Pasando por la referencia teatral y apoyada en la clínica, la autora apunta a situar el lugar fundamental de la construcción en nuestra práctica.
“Es turbadora la facilidad con que el lenguaje se tuerce y no lo es menos que nuestro espíritu acepte tan dócilmente esos juegos perversos”.
El mono gramático de Octavio Paz
Una vez más la pregunta nacida de la clínica me invitó a la lectura y la contingencia produjo el efecto de una conjetura que se dejó escribir: ¿cuál fue la razón que llevó a Freud a inventar la construcción como acto analítico?
Él ubica la interpretación como operador eficaz sobre las formaciones del inconsciente: lapsus, actos fallidos, olvidos de nombres propios, sueños y síntomas. Si partimos de la premisa de que estas formaciones retóricas son cifrados enigmáticos donde anida el deseo del sujeto, siempre sexual y reprimido, su develamiento se produce a través de esta llave con la que responde el analista.
Pero si Freud necesitó otro recurso que no fuera la interpretación, en tanto lectura a la letra, fue por haber llegado a un obstáculo clínico. Algo en la clínica no le era pasible de ser transformado por intermedio del desciframiento. ¿Qué límite clínico apareció en lo real de su práctica que le fue menester crear las construcciones, siendo éstas —tal como las definiera— conjeturas, juicios efectuados a través de indicios o suposiciones?
La clínica, y en particular la del hospital, nos ofrece en ocasiones la mostración reiterada de un sufrimiento indescifrable por no cifrado. Este relato, de tour padeciente, nos lleva una y otra vez al mismo punto, borde de una trama que desemboca siempre en el abismo. Escena tras escena, el relato da a ver y nada “dice” a ser escuchado.
La construcción conjetural efectúa la lectura de la escena, cifrando el trozo faltante de la trama, haciendo ficción. Texto novelado o poético, que aporta un sujeto a su acefalía. Freud demuestra cómo, cuándo es eficaz la hazaña, el sujeto retoma con un asentimiento la apuesta en acto del analista. Esta escritolectura pare un sujeto en el mismo acto en el que vacía la particularidad de una mortificación determinada.
Freud apela en este ensayo (1), al igual que en tantos otros, a la literatura y, en este caso, especialmente a Nestroy, autor destacado en el género de la farsa. La verdad se muestra allí a través de la extravagancia y la exageración, siempre con el matiz de lo verosímil. (2)
Llegados aquí, me pregunto qué le debe el psicoanálisis a esta clínica, o mejor, ¿qué le debemos los analistas a ella? Hacemos uso del recurso que Freud nos legara en los finales de su vida, las construcciones, un modo de saber-hacer del analista. Con palabras de Lacan, me pregunto: ¿de qué frasco es éste el abridor? ¿Qué abren, qué efectos producen, para qué, cuándo y cómo nos servimos de ellas?
En su texto de 1937, Freud hace referencia a la posición del analista representándola a través del criado, personaje de El desgarrado, una de las farsas de Nestroy. A lo largo de la obra, éste sólo tiene una respuesta en sus labios para toda pregunta u objeción: “Todo se aclarará en el curso de los acontecimientos”.
Lo llamativo de la asociación freudiana, respecto de las posibles objeciones del analizante ante las construcciones, es que el analista —al igual que el criado de Nestroy— da lugar a la espera. La espera traerá el asentimiento o la refutación, no por parte de la instancia yoica, sino del sujeto del psicoanálisis, de acuerdo al estatuto de real que tenga o no para él.
La farsa es un género de texto breve que satiriza los aspectos ridículos y grotescos del comportamiento humano. Freud al tomarla acentúa el aspecto cómico de ellos, en el sentido de que toca la imagen, a modo de sanción. Habría allí un pasaje de lo real traumático a una escritura, bajo la cualidad de lo cómico. Ello posibilita un reanudamiento de lo que, frente al acontecimiento, la renegación impidió, dejando el cuerpo cristalizado en la escena.
La eficacia de la construcción, cuando es tal, consiste en hacer trastabillar la imagen imperante, que inhibe el movimiento de los rieles discursivos, y liberar al yo de la servidumbre al superyó, que anula las funciones que le son propias: atención, memoria, movimiento.
Vemos como el maestro vienés alude en la construcción a lo teatral, otorgándole al analista el sitio del criado, personaje con el que nos dirige un guiño sobre la importancia de la escena. Escena desgarrada para el sujeto, que por el impedimento de su lectura queda estampado en ella debido a la inmovilidad significante. ¿La función del analista allí será la de intervenir dentro de la escena misma y hacer que su texto, en tanto cifrado, advenga como suplemento de lo faltante?
Si cliniquear (3) es el modo en que Lacan ha nombrado la clínica propia de cada analista, construida a partir de la singularidad de su práctica —autorizada con algunos otros—, ofrecer este recorte de mi cliniquear es también el agradecimiento a mis pacientes analizantes, por su enseñanza.
Clara es una joven mujer de unos treinta. Su cuerpo lleva la huella de un exceso glotón, inversamente proporcional a la austeridad de sus palabras, no por escasez sino por precaución.
Desde esa avaricia de palabras, me hace saber que la envía su médico endocrinólogo, que al ver su sufrimiento emocional, decide la derivación. Siendo interpelada, dice: “al despertar no tengo ganas de levantarme”, aunque lo hace igual. “Siento ganas de llorar”, desconociendo los motivos. Prefiere quedarse dentro de su casa a salir. Cuando por segunda vez reconoce desconocer las razones de su estado, desliza una idea casi a media voz, “será porque mi mamá nos abandonó a mis hermanos y a mí”.
Dejando el dicho en espera, pregunto el porqué del tratamiento médico, y cuenta que es diabética e hipertensa. En los últimos tiempos su médico decide la derivación a tratamiento psicológico, dado que observa las señales de su estado anímico, y considerando que deben ser tenidas en cuenta, ofrece el espacio apropiado al padecimiento de su subjetividad.
Teme salir por riesgo a desmayarse y al mismo tiempo se ahoga en el encierro. La invito a decir acerca de esto. Hace un año y medio se desmayó en la calle, perdió el conocimiento, recobrándolo en el hospital. En ese tiempo se declara la diabetes. La marca temporal del episodio es el punto de partida para comenzar a hacer surco significante, y por ese andarivel se decide el inicio.
Nos detenemos en el episodio ocurrido, que nos conduce a otro originario, el primero, 3 años atrás, fecha del acontecimiento enmarcado en las letras hipertensión. Hasta ese momento su vida estaba rodeada del marido, dos hijas y su trabajo. Durante varios años había trabajado como empleada doméstica en una casa de familia, recibiendo el cariño y reconocimiento de sus integrantes y de la dueña de casa, hasta que vuelve a embarazarse.
Al enterarse, su empleadora decide despedirla. Sólo le abona lo trabajado sin resarcimiento legal por el daño del “despido”. Clara no realiza ningún reclamo de este orden y se va silenciosamente. A partir de allí no vuelve a trabajar, actividad que había ejercido desde sus catorce años.
Extraña mucho la actividad laboral fuera de la casa. Llegadas a este punto aparecen algunas lágrimas, permaneciendo su relato en el mismo tono austero. Ella aguanta el dolor. La exclusión del lugar que ocupaba dentro de esta familia fue brutal. Una pérdida de varios órdenes, entre ellos su posición, donde se sostenía fálicamente en su trabajo. Y lo peor, algo tocó su posición en el Ser, reenviándola al abandono materno.
Un comentario con tono anodino, se desliza con un salto de un puro presente, actual, a un punto de arranque histórico: “mi mamá se fue y nos abandonó”. Es en la repetición conclusiva de la frase que le ofrezco la posibilidad de decir acerca de ese hecho histórico: que al ser echada por la señora de la casa donde trabajaba, el abandono se tornó acontecimiento, resultando sus consecuencias en lo real del cuerpo, organismo, (hipertensión-diabetes), y en la subjetividad de su ánimo, una tristeza profunda y desconocida. Un duelo pendiente, equívocamente nombrado “depresión”.
Las preguntas de la analista le dan a Clara el hilo de sus palabras, y comienza a hilvanar su historia. Cuenta que su madre se fue con otro hombre, abandonándolos. Los dejó con su padre, a quien ubica en la misma línea simétrica que a sus hermanos y a ella misma.
Describe escenas en las que el padre enviaba en su lugar a sus hermanos y a ella a sus cuatro años a la casa de su madre para que vuelva, “pero ella no abría la puerta”. Otras escenas dicen de un padre sentado, llorando amargamente el abandono de su mujer, rodeado de sus pequeños hijos.
Avanzamos forzando lo ceñido del relato, abriendo la sentenciosa frase “mi madre se fue y nos abandonó”. Dado que la apertura del decir trajo otros dichos, hallamos que el padre le impidió a la madre llevárselos con ella. De los tres hijos, Clara era la única que hablaba con ella. Sus hermanos, enojados, rechazaron todo intento materno de contacto.
A la altura de este descubrimiento, decido actuar, corrigiendo un juicio renegatorio que Clara sostuvo hasta aquí: “Entonces tu mamá no los abandonó, se separó de tu papá. A quien dejó fue a un marido, no a los hijos”. Descubrimos que Clara quedó cuidando al “padre del abandono”, quedando adherida a él. Dice que su padre le daba mucha pena.
Un juicio recae sobre un padre que, penando, deja en el desamparo a los hijos, demandándole a la pequeña Clara que ponga el cuerpo por él. Esto produce una piedad que reniega de la castración y hace de Clara y su cuerpo una fortaleza insoportable.
Clara despunta su culpa, en una confesión inesperada y prematura en el tercer encuentro con la analista. Culpa por haberse reencontrado con su madre luego de varios años, durante su adolescencia. El padre, que según ella no tiene ningún problema en que sus hijos vuelvan a ver a su madre, les dice sin embargo: “pueden hacer lo que quieran, pero acuérdense que ella se fue y que no supo de ustedes por años”. A pesar de estas palabras, Clara decidió el reencuentro con su madre, y la consecuencia de su decisión es la culpa que confiesa por traicionar al padre.
Si el deseo de analista es la máxima diferencia, el acto —para serlo— debe echar luz sobre lo reprimido o renegado. Pensar la corrección de un juicio apresado en dichos denegatorios es construcción ficcional de un otro argumento, centrado en la castración. Es la posibilidad ofrecida al sujeto, a través de una nueva escena, la del análisis, de hacer operar la confrontación con la falta del Otro. En este caso, para que al decidir el sujeto admitirla, cese de ofrecerse mortificadamente a su cobertura.
El acto analítico denuncia la trampa de las palabras de un padre en las que Clara queda apresada por compasión. Es la encerrona, para una hija en el despertar de la adolescencia, ante una elección imposible entre una madre y un padre. Las palabras del padre develan su venganza por un deseo masculino humillado: “la madre se fue con otro hombre”, denunciando su falta en la cobardía que impide su función. La hija se culpa por decidir su propio deseo.
La intervención la reubica subjetivamente, haciendo pasaje de la culpa a la responsabilidad. Es importante considerar que uno de sus hermanos ha muerto trágicamente y el otro vive en la calle, en medio del desamparo de la adicción. Para Clara el peso de la renegación ha recaído sobre lo real de su cuerpo, llevándola a poner en riesgo su vida.
Los efectos de la intervención, argumentada como construcción, se leen en el cambio de posición subjetiva que muestra en los siguientes encuentros, bajo el entusiasmo de su ánimo dado a ver en el tono de su voz, el cambio en el arreglo personal y en una sorpresiva propuesta laboral.
El desgarrado no es otro que el sujeto: desgarrado de la lectura del texto de una escena de su historia, así como también el texto lo está. La construcción habilita a nuestro sujeto a salir airoso de ella con una versión propia, enhebrándola como verdad histórica, arribando así al final del “curso de los acontecimientos”.
Freud nos lega el papel del personaje de la farsa: un sirviente, un personaje al margen, quedando representado su servicio por el texto que ofrece al sujeto a fin de servirse de él como clave faltante de su historia.
Nota: el material desarrollado, respeta la lógica del caso, pero porta las transformaciones necesarias para sostener la discrecionalidad y la reserva correspondiente al abordaje clínico.
Notas
1) Cf. FREUD, S., “Construcciones en el análisis”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. XXIII.
2) Tal como es presentado por Borges en su cuento Emma Zunz. Cf. BORGES, J. L., “Emma Zunz”. En: Obras Completas, Emecé, Barcelona, 2000.
3) Cf. LACAN, J., “Apertura de la sección clínica”. En: Ornicar?, N° 9, abril de 1977. Versión castellana de la ELP.
Bibliografía
BORGES, J. L., “Emma Zunz”. En: Obras Completas, Emecé, Barcelona, 2000.
FREUD, S., “Construcciones en el análisis”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. XXIII.
LACAN, J., “Apertura de la sección clínica”. En: Ornicar?, N° 9, abril de 1977. Versión castellana de la ELP.
LACAN, J., “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”. En: Escritos 2, Siglo XXI, Buenos Aires, 2009.
Fuente: - Mirta Golduberg (08/10/2018), "Construcciones en psicoanálisis. Farsa al servicio del sujeto". Publicado en El Sigma.
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