Una de las preocupaciones principales y más angustiantes de padres y cuidadores es si el bebé come bien, si tiene hambre, "si se llena", si crece.
Alimentarse es una necesidad básica, fundamental e indispensable para el desarrollo físico y cerebral. Pero no se trata exclusivamente nutricional: también es un asunto de vínculo. Cuando alimentamos al bebé desde sus primeros días, nos dan señales previas al llanto.
Por ejemplo, prestemos atención a la mirada del bebé. Desde que el bebé se prende a la teta o al biberón, ya sea con o sin dificultad, el bebé busca la mirada de quien lo alimenta. Sus ojos tienen hambre de ser mirados. Si lo interrumpen, el bebé se enoja, come y pausa. Mira a quien lo sostiene, lo descubre. El bebé come, traga, chupa, se agarra. Se duerme. A veces come y al ratito quiere hacerlo otra vez. Esto es totalmente normal. Un bebé puede tomarse 40 minutos o estar más tiempo ahí.
En el mejor de los casos, el adulto responde a la demanda de la necesidad del bebé respetando su ritmo con dedicación y mucha paciencia. Ahora, cuando el bebé empieza a comer sólidos, no sabemos darle el mismo tiempo. Nos asusta que se ahogue, no queremos que se manche, queremos que trague, que coma bien. Nuestra vida apurada hace que pasemos desde un alimento perfecto hacia "hacer lo que podemos"
Comer alimentos sólidos es un gran cambio, para los padres y para los bebés. Bueno sería si podemos incorporar al niño en la mesa familiar desde el inicio, si podemos elegir ese momento para entender sus pausas, su falta de ganas. Solo queda del lado del adulto tomarse el tiempo (¡Que siempre falta!) para dedicarle al bebé. Porque para el cachorro humano, comer es mucho más que alimentarse.
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