lunes, 10 de agosto de 2020

Tiempos del trauma

Me viene bien lo que decía mi antecesor en la mesa [Marcelo Barros]. A partir de lo que planteo como título de trabajo: “Tiempos del trauma” me interesa, frente a estos movimientos que describía muy bien Barros como “traumas del siglo”, tratar de delimitar el concepto de trauma en psicoanálisis. Porque hay una extensión del concepto de trauma. En cualquier momento podemos ver televisión y encontrar una cantidad de personas a las que se nombra como traumatizadas por diversas circunstancias. La lista es larga: violencia política, delitos sexuales, catástrofes naturales. Pero, lo que define lo traumático en psicoanálisis, es que se da en dos tiempos. Si tenemos en cuenta lo que Freud dice en “El Proyecto de una psicología para neurólogos”, lo que sucede con Emma y el pastelero, transcurre en dos escenas. No hay una única escena traumática que determine una causalidad lineal, sino que son al menos dos y la segunda viene a recordarnos que vivimos en la realidad que de vez en cuando la realidad se desgarra por lo real.

Hace unos años estaba en Villa Gesell, tuvo mucha trascendencia el episodio, cayó un rayo en la playa y produjo la muerte de algunos chicos. La primera reacción es la reacción de cualquiera frente al trauma: quedarse congelado en el instante del trauma, en el instante donde la realidad se trastoca. Por eso, no tengo nada que decir sobre la clínica de la emergencia que lo primero que hace es tratar de poner en palabras el suceso traumático. Hablar del trauma. Es lo que todos hacemos frente a cualquier situación que, sacude nuestra realidad. Un pequeño accidente de automóvil lo contamos. Y lo contamos mientras estamos fijados, decía Freud, detenidos en el instante del trauma. Lo contamos de la misma manera, en un tiempo presente, detenidos en el instante donde la realidad se quebró.

Por eso decía que si la emergencia hace algo con eso es propiciatorio. Pero entiendo –y ahí es donde nos diferenciamos– que el psicoanálisis tiene otra cosa para decir: no alcanza con hablar, aunque sea imprescindible ¿Por qué? Porque el trauma no se deriva de la violencia con que una situación aparece, sino de cómo esa irrupción afecta a un sujeto de manera singular. Es decir, podemos acordar sobre lo disruptivo de determinadas situaciones como las que enumeraba recién: cataclismos, guerras, violencia sexual. Pero también, como Freud dice, frente a estos acontecimientos hay una respuesta del sujeto, por eso, no todos quienes atravesaron la guerra son afectados por una neurosis traumática. Entonces, hay dos escenas, entre una y la otra la significancia de un sujeto. No significado, significancia. El significado se desliza a lo general del diccionario y la significancia apunta a la vigencia de lo singular en cada una de todas las víctimas del trauma. Ahí es donde el psicoanálisis tiene algo que decir, porque en ese espacio es donde emerge la posibilidad de otro tiempo, de otro tiempo que es el del fantasma. Es decir, frente a la irrupción se prolonga algún tiempo el instante siempre presente o actual del trauma. Volviendo al ejemplo de la caída del rayo, al cabo de unos días quienes habían estado cerca empezaron a agregarle otros condimentos, a imaginarizarlo a partir de sus fantasmas. Cuando no es algo demasiado violento, sucede cuando presenciamos algún accidente menor, se tiene presente el momento y luego se empieza a diluir con los “A Dios gracias”, “Afortunadamente pasé por otro lado”, “No me tocaba a mí” o cosas por el estilo que son intentos de restablecer la realidad para cada uno.

Ahora bien, esta reconstitución de la realidad ¿alcanza para el tratamiento del trauma? Por el contrario, allí se inaugura otro tiempo que es el tiempo de cualquier análisis que comienza con el fantasma, esto es lo que el sujeto nos trae de su realidad. Es decir, contrariamente a lo que sugiere el sentido común o las distintas prácticas que hablan del trauma, el psicoanálisis llega al trauma siempre a través del fantasma. Ahora bien, llegar al trauma a través del fantasma supone que la escena que retorna en el análisis implica un tiempo anterior y es la respuesta del sujeto que fue inicialmente traumatizado por lalengua, como decía Luján [Iuale].

Entonces, cuando alguien es aspirado por este vacío del tiempo es justamente porque este vacío no es un agujero. Lo traumático que nos llega a través de lalengua es la incompletud del Otro, llega como exceso por la demanda o por el deseo del Otro, siempre traumático. Entonces, desde esta perspectiva y pensando en el título de la Jornada, ¿qué es lo que se escribe? Todo no, siempre va a quedar un resto irreductible de lo real. Lo real, es lo que no cesa de no escribirse, pero también, es aquello que demanda incesantemente la escritura. Ahora bien, ¿qué escribimos? Lacan es claro: no hay una traducción de una sustancia a la otra. Es decir, lo que es simbólico es simbólico, lo que es imaginario es imaginario, lo que es real es real. No se pasa de una a la otra, se puede incidir, anudar, pero no hacemos un cambio de sustancia. En ese sentido, lo que se puede escribir es la letra que se desprende de esa temporalidad reversible, imaginaria o sucesional, simbólica, que nos trae el relato del fantasma y que contornea lo real que no se puede escribir. Es decir, lo que mejor se puede –a mi modo de ver, por supuesto– hacer con el trauma es llegar a leer la letra que convierte un vacío en un agujero. Es decir, que aquello que en determinado momento captura al sujeto se constituya como agujero, que permita una caída que implique algo propiciatorio para el sujeto. Lo que no quiere decir que se haya reducido el instante del que empezamos hablando ni que desaparezca. Comentaba Marcelo [Barros], lo que Freud plantea en el Moisés y la religión monoteísta sobre dos posibilidades de salida para el trauma: una salida positiva y otra negativa. ¿Cuál es la salida positiva? Que se actualice el trauma. La salida negativa es que se olvide, porque cuando se olvida retorna como fobia o inhibición.

Para concluir, les quiero leer algo que muestra una dimensión social del trauma por la que pasó toda América Latina en la década del 70’, me refiero al terrorismo de estado. Este texto que tengo acá se llama Memorias del calabozo y reproduce una conversación entre Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro, dos militantes tupamaros; Mauricio Rosencof luego fue director de cultura en Montevideo y Fernández Huidobro Ministro de Defensa. Pero en los 70’ eran militantes tupamaros, los encarcelan, los torturan, los sacan de la cárcel y los mantienen en un régimen de aislamiento como rehenes de la Dictadura Militar Uruguaya, mientras los trasladan de un lugar de detención a otro. Es interesante todo el texto, yo sólo les voy a leer unos renglones, no abunda en el horror, mantiene la sobriedad y hasta tiene algunas pinceladas de humor. Mauricio Rosencof, además de haber sido funcionario, es poeta. Fernández Huidobro también ha escrito, no ficción pero escribe. La cuestión es que reproduce una conversación. Imagínense el marco en el que estaban detenidos, en un aislamiento tan completo que los lleva a desarrollar un sistema de comunicación a través de golpes en las paredes de la celda. Es muy conmovedor todo. Pero lo que yo quiero compartir con ustedes es una escena que recorta Mauricio Rosencof.

Estaban aislados, cada tanto les autorizaban visitas y como recurso para irradiar el terror, les sacaban la capucha frente a los familiares. Rosencof cuenta lo siguiente:
Hay una visita que yo no la olvido. Alejandra (la hija) era chiquita, venía con la intención de darme una sorpresa. Yo sabía que ella tenía un problema en la vista que estaba en manos de un oculista. Y ese día la sorpresa que traía era presentarse ante su padre, coquetonamente con los lentes puestos. Traía las manitos para atrás ocultando el estuche con sus lentes. Y al verme, en las condiciones que me vio, de alguna manera su corazoncito no quiso agregar a lo que yo estaba viviendo su propio drama. Se le llenaron los ojos de lágrimas y en vez de darme la sorpresa y hacerme cerrar los ojos y cuando los abriera reaparecer con los lentes colocados, cuando vio que empezó a lagrimear, me mostró los lentes y dijo: “Ay, papá, qué horrible, estos lentes me hacen llorar”. Esta visita, esta pequeña historia la voy a llevar conmigo mientras viva.
¿Por qué les quería contar esto? Porque esto que no se olvida, esto sobre lo que ha sido necesario hablar, esto sobre lo que ha sido necesario escribir, a nosotros nos llega fuera del instante, en otro tiempo, como una elaboración del fantasma. De ese resto real, esto es algo que también dice Freud del trauma: siempre son restos de lo visto y oído, no sabemos más que su relato. Lo que Rosencof encuentra en esa mirada es lo que nadie quiere ver, es lo que su hija no quiere ver: el desamparo del padre, la humillación del padre. Lo que el propio Rosencof ubica como traumático en medio del horror de su paso por los centros de detención de la dictadura militar durante más de once años. Afortunadamente para él sobrevivió, no lo pudo olvidar –como dice- y lo escribió. Afortunadamente para nosotros.

Fuente: Héctor Zablocki (2017) “Tiempos del trauma” Desgrabación corregida por el autor de su participación en la jornada “Las escrituras del trauma”, 1 de Junio de 2016. Espacio de investigación en psicoanálisis. Centro de Salud Mental Nº1 “Dr. Hugo Rosarios”. CABA.

Héctor Zablocki es Psicoanalista y Director de “Triempo” institución psicoanalítica. Podés ver su conferencia El cuerpo y el síntoma en la neurosis obsesiva (¡Son 3!)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario