En una de sus conferencias en la Universidad de Belgrano, en 1978, Borges sostiene que el tiempo es el problema esencial de la metafísica. Problema no resuelto y tal vez imposible de resolver.
Como San Agustín, asevera Borges, siempre podremos decir: “¿Qué es el tiempo? Si no me lo preguntan, lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro.” Al cabo de más de veinte siglos seguimos sintiendo la misma perplejidad de Heráclito. Dice Borges:
“¿Por qué nadie baja dos veces al mismo río? En primer término porque las aguas del río fluyen. En segundo término –esto es algo que nos toca metafísicamente, que nos da como un principio de horror sagrado– porque nosotros mismos somos también un río, nosotros también somos fluctuantes. El problema del tiempo es ese. Es el problema de lo fugitivo: el tiempo pasa.”
Recuerda entonces un hermoso verso de Boileau: “El tiempo pasa en el momento en que algo ya está lejos de mí”. La cuestión es que ese tiempo que pasa, no pasa enteramente. Me encuentro con un amigo a quien no veía desde hacía un año. Somos otros, ya que nos han pasado muchas cosas en el curso de ese tiempo; sin embargo, somos los mismos. “Somos algo cambiante y algo permanente. Somos algo esencialmente misterioso”, dice Borges. “¿Quién soy yo? –se pregunta el escritor–. ¿Quién es cada uno de nosotros? ¿Quiénes somos? Quizá lo sepamos alguna vez. Quizá no. Pero mientras tanto, como dijo San Agustín, mi alma arde porque quiere saberlo.”
Fuente: Ricardo Comasco (2020)
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