Por la eficacia del deseo de los padres, por el hijo, se dará inicio a una operación cuyas variantes refieren del lado de la madre y del lado del padre.
La anticipación de la madre
En la madre, el deseo de un hijo, ha surgido a raíz, de una falta promovedora del anhelo de tenerlo y también de una ilusión de obtenerlo. El falo, que la sustenta, incentivará en ella, desde ella, una operación que resultará fundante: la operación de anticipación del sujeto por venir.
Será la madre quien anticipará la existencia del sujeto, cuando el no es siquiera un viviente, gracias a esa anticipación también se representará al bebé antes que realmente esté conformado, le podrá donar en su imaginación un cuerpo separado del propio cuerpo (comprar escarpines anticipa abrigo para sus pies). Ella anticipará para el un lugar anudado, preexistente y necesario para el hecho mismo de engendrarlo. Tal operación de anticipación impulsará el recubrimiento narcisista d su cuerpo y lo llevará también a buscarle un nombre.
La función de esa operación de anticipación materna, esencial para el sostén narcisístico, es un tiempo que para el sujeto se dialectizará en una bivalencia: ser o no ser el falo.
El falo imaginario, un franco operador introducido por la madre, concita un atractivo esencial para la economía del deseo materno, contrayendo a su vez para el sujeto un comprometido desafío. El niño intentará consentirse en su equivalente y colmar las expectativas propuestas para ser cuidado y atendido en sus necesidades básicas.
Existe una diferencia entre el falo como significante, naipe elemental, para poner en juego una lógica de incompletud en la dinámica de la relación madre – hijo y el falo imaginario, como tiempo de cobertura y velo de esa primera falta que causó para la madre el deseo de tener un hijo.
Respecto al nacimiento de un niño el idilio es un tiempo necesario para que haya representación, solo que la representación tanto imaginaria como simbólica, contiene un carozo real, trozo no representante. Sin esa ilusión, el niño podría ser descuidado y hasta abandonado, no entraría jamás en la economía libidinal del Otro materno. El deseo del padre será promotor de una operación nominante que efectiviza un enlace.
La nominación enlaza lo real, hace enlace. Nominando enlaza ese real que un hijo presenta, dándole cabida.
La nominación del padre
Un sujeto es padre por ser nombrado como tal. Su lugar se hace dependiente del nombre.
La escritura Nombre – del – Padre Lacán lo propone para conceptualizar la función. Es el nombre de lo que le es propio al padre, como nombre, como nombrado y como nombrante, al decir, “tu eres mi hijo” no solo nombra hijo al niño, que ha tenido con su mujer, también hace que su deseo pierda anonimato. Introduce con ello al niño en la filiación y direcciona la prohibición del incesto, que siempre, es con la madre para ambos, para la nena y para el varón.
Para evitar la tragedia, inherente al goce incestuoso es imprescindible que el niño sepa gracias a la nominación del padre quien es la madre, sobre la que recae la prohibición del incesto. La función nominante del padre, introduce una restricción del goce a la estructura que lo incluye, tanto en el lector madre – hijo, como en el goce que al mismo padre lo habita. La nominación, sectoriza la prohibición y limita el goce en varios sentidos. Al hijo, al indicarle que hay una mujer con la que no alcanzará satisfacción. A la madre, al desearla como mujer y hacerla no – toda madre, y a sí mismo, al recordar que su lugar de padre es deudor de un nombre.
Un padre merece respeto y amor, según Lacán, cuando este hace “de una mujer objeto a que causa su deseo”.
Solo como deseante el padre ofrece, en acto, la transmisión de su condición. Solo el deseante confiesa de hecho una falta. Sin falta no hay deseo, cuando así lo hace, el padre dona su castración. Desde esa posición esta verdaderamente autorizado a ejercer su función nominante. Así, su hacer de una mujer, causa de su deseo, alude a la suspensión de un goce. No hay deseo que no surja de una perdida de goce.
Solo con ello logra ofertar la transmisión del deseo y está en condiciones de crear un velo que despierte el ansia de saber. Su función, es de realización contingente, y aun realizándose es imposible de realizar sin resto.
Hay un Real que no ha de ser abordado completamente ni por lo simbólico ni por lo imaginario. La vida mantiene permanentemente un grado de Real que sorprende al sujeto, traspasando la representación imaginaria que pudiera haber alcanzado o la simbolización significante.
Padre genitor, hay uno solo, pero suplencias del padre, hay tantas como el sujeto necesite y este dispuesto a adoptar.
El curso de los primeros años, depende radicalmente de esta operación de anticipación y nominación necesaria para que exista el sujeto como efecto de su eficacia.
Para cada tiempo del sujeto ha de reiterarse la anticipación y la nominación del padre. También la pubertad revela ser un tiempo de profunda metamorfosis, de cuyo precipitado, resultará la elección de objeto. Esto implica la búsqueda del objeto de deseo, goce y amor, no siempre orientada al cuerpo de otro ser humano como Partennaire. La reorientación que va desde el cuerpo de la madre al cuerpo propio y luego, al del partenaire, nos orienta instintualmente.
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