En lo que respecta al sentido que alimenta al síntoma es preciso, en primer lugar, que deje de hacerlo uno que fue olvidado, que lo alimenta desde antiguo y sin el cual no hubiera sido el síntoma que es. El poderoso arraigo de ese sentido, inconsciente, proviene de que fue (y sigue siendo) la salida que encontró el sujeto para no reducirse a nada cuando se topó con el deseo del Otro (función del falo simbólico). En términos de Freud eso es el complejo de Edipo, que Lacan reformuló como metáfora paterna, operación por la cual el sujeto encuentra, en la vía que le abre su filiación en el orden simbólico en el que nace, la posibilidad de separarse de la imagen del otro, espejo del yo. Se entiende que las palabras “padre” y “madre” no refieren personas sino funciones significantes (se escriben “NP” y “DM”) que se encarnan en cada cultura en las que indican sus estructuras de parentesco.
La metáfora paterna, precisamente, formula la manera en que se produce el sentido edípico, en el que el Sujeto, partiendo de una identificación oscilante entre +φ y –φ (identificado con el falo como objeto de satisfacción del otro o siendo nada, no confundible con el pene), pasa a una búsqueda pertinaz, que llamamos deseante, de significantes del deseo del Otro, operación sostenida por la función que llamamos falo simbólico (Φ) [1]. De ahí en más (repetición), el significante representa al sujeto de significante en significante, abierto cada vez a otro más; se dice: para otro significante.
El trabajo psicoanalítico no consiste en procurar la caída de la multitud de sentidos en los que transcurre la vida del sujeto, que son efectos de la sucesión de significantes y más significantes que se producen por el sólo hecho de estar en discurso, es decir: en la sociedad. Ésta es también la razón por la que cada uno de esos sentidos se desvanece o puede desvanecerse en el pasado. El psicoanalista nada tiene que hacer con esa multitud de sentidos, su tarea no es hacerlos caer ni cambiarlos por otros, no es educativa. Ellos caen o no por circunstancias que, en esencia, son ajenas a la cosa psicoanalítica, salvo uno que es el edípico, que sostiene al síntoma y que, al mismo tiempo, da apoyo a la consistencia del yo como la piedra angular a la ojiva [2]. Solo respecto a este sentido el psicoanalista opera. Pero, ¿cómo lo hace? No lo hace él, lo hacen los significantes del sujeto, debido a lo cual los sentidos que se producen inevitablemente a cada paso interesan en tanto es en su seno que los significantes hacen de las suyas, apegándose a algunos y dejando caer a otros. De este modo, los sentidos alimentan al síntoma por vía indirecta: desviando la atención de uno antiguo y olvidado del que el síntoma queda como testimonio. Este sentido, inconsciente, no es recordable, de él quedan, además del síntoma, transferencias en los vínculos sociales, uno de los cuales es el psicoanalítico, cuya especificidad reside en que el analista lee este proceso.
La lectura de la transferencia implica advertir, en el sentido que toma el analista para el analizante (en “Sq”, el significante cualquiera de la transferencia), la transferencia del sentido edípico inconsciente, mediante el cual el sujeto se apega al prójimo evitando el riesgo de ir más allá de él, hacia un orden Otro donde sólo puede entrar sin ver, ciego de saber, como Edipo en Colono.
Sin esta lectura de la transferencia es la interpretación del psicoanalista la ciega, ciega respecto a la posibilidad de acceder al sentido que alimenta al síntoma y a su disolución por el trabajo significante. La elaboración que lleva a la concepción del objeto a como causa no imaginarizable del deseo y al fantasma como sostén de ese deseo está imbricada con ella, no la sustituye.
Notas:
[1] Una vez más: el falo simbólico no es el pene sino la función que se escribe en el psicoanálisis con la letra griega Φ (phi mayúscula).
[2] Se muestra aquí un nexo íntimo entre las significaciones de los términos “sinthome” y “symptôme”.
Fuente: Raúl Courel (2020) "El sentido que alimenta al síntoma"
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