Como el depresivo está fijado a etapas en las que el suministro de estima viene del exterior, se transforma en una persona muy dependiente de elogios, aprobación hasta niveles de tiranía con el objeto. Pero como toda fijación es el resultado de un trauma, es lógico que por más que se le suministre los elogios esperados estos tendrán corta duración e irán buscando un objeto tras otro repitiendo la situación traumática de estima insatisfactoria. Debido a los puntos infantiles de fijación es esperable que el depresivo no tenga consideración por el otro.
La introyección y/o identificación con las fuentes de autoestima lleva a independizarnos del aporte externo y lo llevamos encima como superyó. La autoestima es un objetivo del yo que indica sus dependencias y sometimientos infantiles. Una meta del psicoanálisis es independizar al yo de esas estimas, es decir, hacerlo independiente del superyó.
La formulación que hizo Freud de los objetivos del tratamiento fue variando aunque manteniendo un hilo conector: llenar las lagunas mnémicas, hacer consciente lo inconsciente, levantar represiones, donde estaba el ello devendrá yo y por fin: hacer al yo más independiente del superyó. Así notamos que no forma parte del tratamiento analítico la eliminación del superyó y que el objetivo final, el cambio psíquico, apuntará al posicionamiento del yo: hacerlo consciente de su sometimiento al superyó transferido en el analista. De este modo las satisfacciones logradas no tienen el significado de acercarse al ideal y son consideradas como fruto de las aptitudes y el trabajo y no provocan agradecimiento a “los cielos”.
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