Una preocupación que sigue vigente y se intensifica en la situación de pandemia que nos ha tomado a todos por sorpresa es que deriva en una modificación importante de los tratamientos en curso.
Que los tratamientos psicoanalíticos puedan encontrar la manera de realizarse en situaciones muy diferentes es algo ya suficientemente probado. Caminando por las bellas montañas austríacas o en una charla durante un paseo por la ciudad holandesa de Leiden, o en condiciones que impuso la guerra o en nuestras salas hospitalarias o en múltiples lugares muy poco dispuestos para el confort del diván y el sillón. La plasticidad de esta terapia proviene, como bien se sabe, de que se funda y se desarrolla mediante la palabra. Ahora bien, esa palabra dicha y escuchada provoca infinidad de cuestiones a considerar. El diálogo que se establece entre el paciente y el analista constituye un campo de experiencia novedoso, inédito, que trasciende la dimensión espacial y temporal que están habitando.
Se trata de un campo dominado por los efectos de la palabra en transferencia donde el tiempo y el espacio se modifican sustancialmente. El aquí y ahora en el que transcurre la sesión se encuentra afectado por la comunicación de inconsciente a inconsciente en la que se desarrolla dicha experiencia. Esta cuestión está atravesada por otra que la condiciona de una manera peculiar.
Si bien la terapia psicoanalítica es un acontecimiento donde participan dos personas, su estructura determinante no es dual. La subjetividad de la que se trata es la del paciente. Intervienen en esta subjetividad los otros significativos de éste. Para decirlo, parafraseando a Pessoa, el decir del paciente es una intervención en drama, su enunciación pone en juego los diferentes personajes que lo habitan. Ahora bien, el trabajo del analista es poder intervenir sin enredar su propia subjetividad en el asunto. Esta es la labor ardua que debe realizar sobre sí mismo. Lacan decía que el costo de renunciar a una verdadera relación intersubjetiva, el analista lo paga con su persona, es decir, con su juicio y con sus opiniones, que deberá guardar para sí. Sabemos por experiencia que esto se realiza a medias, que siempre algo de la subjetividad de cada analista se pone en juego en cada tratamiento. Para mi parecer, que esto ocurra no es una claudicación al trabajo analítico sino una posibilitación para que este se lleve a cabo. En definitiva, lo peor que puede ocurrir en un tratamiento es que el analista se convierta en oráculo, frío y distante.
Entonces, volviendo a la cuestión que nos ocupa, cómo afecta al tratamiento esta situación de cuarentena que también debe guardar el analista. Como ven, no se trata sólo del cambio de dispositivo, ya que, como dije, este varía más a menudo de lo que se sospecha. Lo nuevo es que el analista está en cuarentena lo mismo que sus pacientes. El peligro del “a mí me pasa lo mismo que a usted” ronda en los tratamientos. “Todos estamos en el mismo barco”. En relación a esta verdad a medias pero políticamente necesaria, es que el analista deberá trabajar para cuidar de que no afecte su escucha. Es que la situación, a pesar de conmover de modo diferente a cada sujeto, tiene un elemento común que no podemos soslayar. Todos de una u otra manera estamos perturbados por la misma amenaza. La muerte se transformó de un día para otro en una realidad mucho más cercana. La supervivencia se vuelve un asunto cotidiano poniendo una distancia mayor entre el deseo y la necesidad.
Sostener el deseo del analista, que no es otra cosa que poner en primer lugar el interrogante por el deseo de cada paciente, se ve interferido por los propios temores conscientes e inconscientes que la situación provoca. Esa hermandad que incita es una demanda compartida que si bien se vuelve muy necesaria para sortear esta pandemia pone, por qué no decirlo, una dificultad al trabajo analítico. Cuando los pueblos pasan por momentos de oscuridad, como bien decía Arendt, se amuchan entre sí de tal manera que, si bien se protegen, reducen considerablemente el espacio necesario para que el pensamiento crítico prospere.
Es condición de un análisis que el analista pueda mantener con respecto a sus pacientes un lugar de facilitación, como llamaba Ulloa a esa distancia óptima, que le permita intervenir sin quedar totalmente tomado por lo que cree entender del otro a partir de su propia situación. Como vemos la subjetividad del analista es posibilitación o inconveniencia en su tarea. Se deberá mover siempre en un “entre” que convierta su presencia en una herramienta terapéutica. Entiendo que este es hoy para cada analista en cada tratamiento un desafío mayor del que debía llevar a cabo hace apenas dos meses.
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