viernes, 14 de mayo de 2021

Diario de un psicólogo en apuros: La pelea que se gana es aquella que no se tiene

En los comienzos de mi práctica, en el caso n° 13, recibí a un paciente con la demanda de dejar de ser un cagón. "Cagón", para él, era aquel que no aceptaba agarrarse a las piñas con otro hombre que lo invitaba a pelear. Él quería saber cómo hacer para silenciar esa sana señal —la angustia— que le daba cada vez que alguien se ponía violento. Angustia, ya saben, ese afecto incómodo que te dice "sal de allí".

En este caso, el tratamiento siguió el camino del síntoma y la construcción de su historia infantil: una madre extremadamente cuidadosa con su hijo y un padre degradado en muchos aspectos, entre los que se encuentra una violación que sufrió estando en la cárcel. Decimos que el neurótico obsesivo sueña con ser un perverso sin llegar a serlo jamás. Si se sabe cernir al síntoma, tenemos un bello caso para trabajar desde la comodidad de nuestros sillones.

Con el tiempo, recibí más demandas similares de pacientes hombres, en donde fantaseaban con "pegarse" impunemente a/con otro hombre en una pelea limpia (llena de reglas), muy al estilo Fight Club. Igualmente, siempre le di mucha seriedad a estos casos, porque ninguna estructura clínica está a salvo del acting-out... o del pasaje al acto. Y lo cierto es que hay lugares y lugares para actuar, y lo que nunca dejó de inquietarme es que estos hombres jamás tienen en cuenta la versión más realista y selvática de la calle: las peleas callejeras se ganan con algo más que los débiles puños humanos.


Ciertamente, el ser humano se dio cuenta hace muchísimo tiempo que un objeto suficientemente duro hace más daño que nuestras delicadas estructuras anatómicas implicadas en las ridículas peleas "mano a mano". Nadie clavaría un clavo a puñetazos, porque existe un martillo.

El hecho de que las piñas y las patadas son mala idea frente a otras opciones, lo sabe cualquier segmento socialmente segregado. Así como la Chelita de Caseros (foto) llevaba un candado encima, otras travas llevan piedras en sus cartera: no porque no sepan pegar una piña, sino porque la piedra hace más daño y de lo que se trata en su caso, tristemente, es de sobrevivir.

Eventualmente, un día llegó uno de estos pacientes -bastante reacio al análisis- y me contó que iba a comenzar un curso de pelea callejera. La currícula de la actividad abordaba temas muy académicos, como la defensa personal, el uso de cuchillos y otras armas blancas. Sin embargo, la suerte quiso que en un curso de tales características, hubiera un profesor con algo interesante para enseñar.

El profesor del curso le contó a mi paciente que, efectivamente, la pelea que gana es aquella que no se tiene. Según explicó, toda pelea implica siempre un daño para el cuerpo (cortes, lastimaduras de diversa gravedad). Incluso al pegar piñas los nudillos se resienten y generalmente casi no hay forma de salir sin alguna lesión. En este sentido, concluyó, la única manera de evitar las consecuencias de una pelea es evitarla. Además, toda pelea tiene un potencial letal, así que el consejo de correr tiene su sabiduría.

Uno de los contenidos más interesantes, que finalmente hicieron desistir al paciente de ponerse a pelear, fue la siguiente intervención que detallo a continuación:

Practicá con marcadores. Cuando comiences a aprender a pelear con un cuchillo, intentá un pequeño experimento. Dale un marcador permanente sin tapa a alguien más débil que tú, un compañero de práctica, un hermano pequeño o incluso tu hija. Quítate la camisa y pídele que intente marcarte tantas veces como sea posible mientras tratas de detenerlo. Al final, cuenta las líneas del marcador. Luego, imagina que el marcador es un cuchillo.
Aunque tengas experiencia en defensa personal o incluso en artes marciales mixtas o karate, te darás cuenta de la dura verdad: es bastante fácil que alguien te apuñale de cerca y una herida de cuchillo puede ser mortal si no sabes lo que haces.

Esta es una manera excelente de practicar tus habilidades para pelear con un cuchillo de manera segura. Nunca intentes practicar usando una navaja afilada. Usa marcadores o cuchillos de práctica.

Más allá del polémico contenido del curso, rescato la intervención del profesor con este ejercicio con los marcadores para -justamente- marcarle sobre lo real del cuerpo la posibilidad de los riesgos implicados en este tipo de conductas. 

Me cuesta imaginar a un psicoanalista teniendo esta clase de intervenciones y transformando su consultorio en un ring. Claramente no se trata del tipo de intervenciones que haría un psicoanalista ortodoxo, que apuesta a la clausura del polo motor y a la perversión polimorfa asociativa de la palabra. Aún así, habría que pensar qué pasa en el caso de los pacientes actuadores, donde lo que predomina son las presentaciones del lado de la actuación, en situaciones que quizá no den tiempo al despliegue de la palabra.

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