La mayor parte de los profesionales han dejado de estigmatizar a las mujeres víctimas de violencia conyugal y están de acuerdo en afirmar que no presentan un perfil típico, que se encuentran en todos los grupos sociales y en todos los niveles socioculturales. “La persona de la mujer maltratada no presenta fallos particulares que la harían susceptible de dejarse encerrar en una relación violenta: la configuración de la relación basta para explicar la trampa”. La vulnerabilidad de las mujeres es de orden social, vinculado a su posición de mujer, o de orden psicológico, relacionado con su historia o, incluso, con su personalidad.
La vulnerabilidad de las mujeres:
Vulnerabilidad social:
La dificultad que tienen todas las mujeres para abandonar a un cónyuge violento sólo se comprende si se tiene en cuenta el estatus de la mujer en nuestra sociedad y las relaciones de sumisión/dominación que ello impone. En la sociedad, se continúa percibiendo a los hombres como activos y dominantes, y a las mujeres como pasivas y sumisas. Las madres contribuyen a alimentar estos estereotipos educando a sus hijos para que sean fuertes, valientes, para que no lloren, dejen a un lado su sensibilidad y sus emociones, mientras que enseñan a las hijas a ser dulces, amables, comprensivas y a centrarse en las necesidades de los demás. La misión de las mujeres sigue siendo la reproducción de la especie y la protección del hogar. La dominación de los hombres sobre las mujeres es localizable tanto en el nivel social, donde persisten desigualdades y discriminación, como en el plano de los valores, donde todo lo que atañe a lo femenino es minusvalorado sistemáticamente. La violencia ejercida contra las mujeres se traduce de modo distinto según el contexto, pero, en el fondo, se trata del mismo fenómeno. Se denomina “malos tratos” en una relación de pareja, “agresiones sexuales” de todo tipo en la sociedad y “acoso sexual” en el mundo laboral. siempre se hace recaer en la mujer la responsabilidad del éxito de la pareja y, aunque ahora se les reconoce el derecho al placer, también se les pide que estén sexualmente liberadas, que sean atractivas y seductoras. Esta violencia vinculada al patriarcado y tolerada desde hace largo tiempo fue denunciada contra las mujeres, al reforzar su dependencia, permite a los hombres continuar ejerciendo su control y autoridad. Al principio, se hablaba de mujeres golpeadas, puesto que era necesario solucionar lo más urgente y más visible; es decir, la violencia física. El término malos tratos se introdujo después para demostrar que no sólo había golpes. En la sociedad, se educa a las niñas para que esperen al príncipe encantado y, por otro lado, se las pone en guardia contra todos los demás hombres. Cuando son mujeres, no han aprendido a confiar en sus sentimientos y filtrar los auténticos peligros. En caso de agresión, dudan de su propia percepción de la realidad e, incluso, puede suceder que no mencionen la agresión que han sufrido, por miedo a que las ridiculicen o las culpabilicen todavía más. La feminidad todavía consiste, para muchas chicas jóvenes, en ser atractivas en el plano físico, agradables, dulces y estar atentas a las necesidades de los demás, y ellas lo expresan por mediación de la sumisión, la dependencia, la fragilidad. Es preciso que sean seductora, pero no demasiado, ya que, si no, podrían pasar por provocativas y, si el chico se muestra violento, podrían decir que ellas lo han buscado. Las mujeres se forjan un “yo ideal” en función de las normas sociales vehiculadas por su familia y la sociedad. por eso algunas, siguiendo el modelo de la madre disponible y entregada, piensan que, para conservar a un hombre, hay que demostrar abnegación y sumisión. Como socialmente a las mujeres se las considera responsables del éxito de la pareja, si el cónyuge pierde el control y adopta aptitudes violentas, ellas se sentirán fracasadas. Sentirán vergüenza por no ser capaces de cambiar la situación, por dejarse tratar así, por ser incapaces a los ojos del mundo de satisfacer a su cónyuge. La vergüenza impedirá a las mujeres rebelarse ante la situación y, en consecuencia, constituirá un obstáculo suplementario para ponerle fin.
Vulnerabilidad psicológica:
Según una lectura equivocada sobre el discurso freudiano, el masoquismo femenino sería algo propio del ser de la mujer y estaría relacionado con su pasividad. Sin embargo, en la relación sadomasoquista, es el propio masoquista quien más allá de las apariencias ejerce un poder sobre su compañero sádico al marcar en cierto modo las reglas del juego. En el sadomasoquismo los daños corporales estás limitados, aceptados. Esto no sucede en modo alguno en el caso de una mujer que sufre en su pareja una violencia que no ha elegido en absoluto. Como muchas mujeres víctimas de su pareja han sufrido violencia en la infancia, muchos psicoanalistas consideran que ellas experimentarían una satisfacción de orden masoquista al ser objeto de malos tratos y, de este modo, bajo los golpes de su cónyuge, obtendrían placer al recuperar la proximidad con el cuerpo del progenitor violento. Según ellos, por mecanismos de repetición, una persona tiende a reproducir el modelo de pareja que formaban sus padres, porque ha conservado de ella una nostalgia inconsciente. Efectivamente, los estudios demuestran que las mujeres que han sido objeto de maltrato físico o moral durante la infancia corren un riesgo mayor de acabar siendo, a su vez, víctimas de violencia conyugal. de igual modo han demostrado que el hecho de haber crecido en un contexto donde el padre se comportaba violentamente con la madre incrementa la probabilidad de ser violento si es un chico y de acabar siendo víctima de un hombre violento si se es una chica. Puede pensarse que estos niños han aprendido, por imitación, que la violencia era normal en una vida de pareja. Se explica esta debilidad vinculada con traumas pasados por el hecho de que un condicionamiento a la violencia desde la infancia predispone a una dependencia del mismo tipo en la vida.
Problemáticas psíquicas complementarias:
La elección amorosa se realiza por lo general a partir de problemáticas físicas complementaarias.
Numerosas mujeres sienten tan poca autoestima que se sitúan de entrada en una posición de sumisión. Para ellas, la violencia es una fatalidad, piensan que es su sino y que no hay otra solución. Al haber sido objeto de rechazo o malos tratos en la infancia, piensan que sólo podrán amar a hombres difíciles. Otras, como no han recibido seguridad afectiva por parte de sus padres, no se consideran dignas de ser amadas y estarán dispuestas a todas las renuncias para tener derecho a un poco de felicidad. Otras, finalmente, al haber tenido una madre poco afectuosa o infantil, han aprendido muy pronto que debían mostrarse reparadoras para merecer el amor de alguien a quien se ama.
Otras veces las mujeres sólo sientes que existen cuando alguien las necesita. Viven a través de quienes desean reparar y a quien desean entregárselo todo. En su generosidad, hacen una cuestión de honor el no pedir nunca nada, comprenderlo todo y perdonarlo todo.
Es posible encontrar un equilibrio, mientras el compañero manifieste reconocimiento por todo lo que se hace por él. Pero, a poco que se muestre ingrato o indiferente, la mujer que mima demasiado corre el peligro de sentirse rechazada y reclamar más afecto. El hombre, abrumado por esta demanda, puede reaccionar de manera violenta. Los hombres violentos saben detectar perfectamente el lado reparador de una mujer y aprovecharlo para justificar sus deslices de comportamiento.
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