Hay momentos donde la estabilidad emocional se pierde. Afortunadamente para nuestro corazón, el equilibrio no suele tardar mucho en restablecerse.
Suele decirse, en los ámbitos psicoanalíticos, que la angustia debe ser dosificada, es decir: ni desbordante, ni tampoco acallada. ¿Pero por qué? Hay preguntas que solo surgen en los momentos de angustia, afecto que surge ante la pregunta de qué es lo que quiere el Otro del sujeto. Los instantes de angustia son particularmente fecundos, pueden ser aprovechados en varios casos. Esto por dos razones:
1) Nos permiten ubicar con mayor precisión por dónde pasa el núcleo del conflicto subjetivo. Cuando la enfermedad empeora, también ésta se hace más visible -al mejor estilo Dr. House.
2) Permiten la emergencia de cuestionamientos que no hubiesen aparecido en un momento de calma.
Bien encauzados, los momentos de angustia abren una brecha de la posibilidad de reflexión de la persona. La resistencia casi no existe, no vale la pena sostenerla en un momento así, pesa menos en la balanza.
La incertidumbre y el dolor permiten la puesta en tela de juicio de aspectos anteriormente petrificados en el sistema de valores del sujeto. A cielo abierto aparece una pregunta en especial, que insiste y es el motor de todo ese tormento. Vale la pena escucharla...
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