Uno de los capítulos avergonzantes de la historia de la psicología argentina fue el caso de Jorge Corsi, psicólogo de la línea "psicología integrativa", especialista en violencia familiar, un hombre respetado en su profesión, autor de varios libros y conferencista... Que detrás de sus ropajes académicos resultó ser un depredador de menores de edad, en su casa de Barrio Norte. Corsi fue arrestado en el año 2008, acusado de ser partícipe en la corrupción de un menor de 16 años. En su momento, también se publicó la existencia una posible conexión con una red española de pederastas, lo cual nunca fue comprobado. Los medios también se dedicarona a hacer elucubraciones sobre el tema, con la parcialidad amarillista esperable para estos casos.
Como muchos perversos, encontró refugio en diversas instituciones: dio la materia "Terapias breves" en la Universidad de Palermo. También Director de la carrera de especialización en Violencia Familiar del área de Posgrado de la UBA desde 1989 hasta julio de 2008, entre otros hechos de una extensa trayectoria. La UBA, en julio del 2008, comunicó que la institución realizaría “las averiguaciones correspondientes” para tomar “medidas pertinentes”... Y rápidamente decidió apartar a la manzana podrida de su cajón, suspendiéndolo.
Más allá de lo que los medios dijeron en su momento, hoy quisiera relatar la misma historia con una perspectiva diferente.
Digamos que para 2003, casi 20 años atrás, la sociedad porteña era otra. El país se recuperaba de la crisis del 2001. En lo particular de lo LGTTBI, aún no existía el matrimonio igualitario, ni la ley de identidad de género. Las políticas de género estaban en boca de pocas personas y era común que programas televisivos como No hay dos sin Tres hicieran "humor" con temas que actualmente serían motivo de escándalo. Por ejemplo, el sketch donde Julieta Prandi hacía de colegiala que aprobaba los exámenes seduciendo a sus profesores:
Aún no habiendo ocurrido la tragedia de Cromañón, cualquier sótano se transformaba fácilmente en un antro donde se podía hacer cualquier cosa, si su dueño pagaba la coima correspondiente a la policía del entonces gobernador bonaerense Sergio Ibarra. Las redes sociales estaban apenas naciendo y las cámaras de foto aún no estaban incorporadas a los celulares, los cuales tampoco tenían pantalla táctil ni internet a la velocidad que hoy tenemos. Es decir, las fotos eran algo específico que uno sacaba y su difusión era rara. Los videos, muchó más, por no decir inexistentes. Sí existían las salas de chat, a las cuales uno accedía desde las computadoras en las casas o en los ciber, donde la comunicación era predominantemente escrita.
Con este breve contexto, quiero situar que era una época con menos control que la actual, tanto externo como de valores. En la noche LGTTBI de aquellos tiempos, habían lugares como Cero Consecuencia, Search y Godess, que permitían el ingreso a menores de edad sin hacer demasiadas preguntas. El problema era que a esos lugares también concurrían mayores de edad.
Realmente, en estos lugares la pedofilia lograba matizarse con bastante éxito dentro de la clandestinidad de estos espacios, donde parecía confluir todo lo que la sociedad de entonces segregaba. Los gays jóvenes -menores ó jóvenes adultos- buscaban divertirse, socializar, gozar y amar sin los acusadores ojos y los impedimento del mundo exterior. Los viejos siempre rondaban por ahí, buscando "carne fresca", como decíamos en aquella época. Dichos señores se valían de halagos -cuando no era dinero, droga o tragos- para conquistar a su joven presa. Se pavoneaban por el mundillo presumiendo sus chicos-trofeo, hablando entre ellos y vociferando cosas como "Decile que lo ves muy maduro para su edad, que le deben haber pasado muchas cosas par que sea tan diferente al resto. Les gusta ser mas maduros que vos."
Yo seguí escuchando aquella reveladora charla, que poco tenía de privada en el ágora de las locas: "Si te llama viejo dos o tres veces no te hagas problema. Después va a decir que te lo dice con onda, que le gustan los viejos más que los jóvenes". Esto es interesante: "Llevalo a tu casa y chupale el cuello. Se desnudan solas. Depués te va a decir que es la primera vez que le hacen eso, que sos fantástico y que te la cogiste con pasión".
En ese contexto conocí a Lola, una pequeña chica trans que andaba de aquí para allá, muy presente en las incipientes redes sociales de la época, donde volcaba sus relatos. Realmente tuve poco trato con ella, solamente compartíamos espacio en aquellos infames antros. No obstante, siempre me llamó la atención la manera con la que ella escribía. Leerla, al menos para mi, era como ver el mundo a través de sus ojos.
Con el tiempo, le perdí el rastro a Lola y también a sus escritos, pero siempre la recordé. Grata fue mi sorpresa al ver, muchos años después, que ella había escrito un libro contando todas sus andanzas. El mismo se vendía en la mítica tienda Maricafé, la primera librería-bar LGTTBI. Sin pensarlo, lo compré y al leer sus páginas, encontré información velada sobre el caso Corsi.
A sus 13 años de edad, Lola relata:
"En el famoso chat #Gayargentina, había un famoso operador, su nick era su nombre. Una vez me mandó un privado, ofreciéndome un encuentro. Yo no estaba muy segura, pero igual acepté. Me dijo que me esperaría en la esquina del parque cercano a mi casa, que su auto era de color champagne. Comencé a desesperarme, la ansiedad era tan grande que me fue imposible salir de casa, no me animé.
Tiempo después, Alí, quien fue mi compañero de aventuras de esa época, quien también conocí en el chat y nos juntamos porque teníamos la misma edad, me econtó que él sí se había encontrado con ese señor operador y que era un mounstro, un viejo peludo, pelado y totalmente depravado. Tiempo después me enteré que se trataba de un psicólogo, quien estuvo preso junto a otros pedófilos, que algunos conocí, con algunos salí, pero por suerte con ninguno nunca llegué a hacer nada".
Esta es la única referencia sobre este hombre que Lola hace en el libro. Sin mencionarlo, como veremos, este hombre es Corsi.
Ella sigue relatando:
"Ahora puedo ver que he sido abusada por mucha gente, nunca se me ocurriría estar con alguien tan chico. Todos mis encuentros fueron con gente de más de veinte años. Solo una vez hubo hubo chicos de mi edad, pero ese encuentro fue gestionado por uno de los pedófilos de esa época, Mar, quien tenía una oficina muy famosa ubicada en el Microcentro. No tengo secuelas de esos abusos, o tal vez sí. Sé que hoy los puedo ver como abusos, pero en realidad, en ese momento nunca me sentí así, tampoco tuve ningún episodio de violencia física o verbal. He visto mucho a muy temprana edad, pero he aprendido mucho."
La referencia a "Mar" es por Marcelo Rocca Clernent, otro imputado de la banda, que en ese momento tenía 34 años y que gracias a la desidia judicial lo sacaron de la cárcel después de dos años en los que estuvo preso, sin haber sido enjuiciado. Este hombre, junto a otro, son las tres únicas personas que los medios ubicaron como integrantes del grupo. Sobre este personaje "Mar", Lola cuenta:
"Aquel verano de 2002, Mar, el pedófilo, me había invitado a su famosa oficina ubicada cerca del Obelisto. Me dijo que estaba con un ex-novio suyo de quince años, que se llamaba Sebastián y con un amigo de dieciseis llamado Juan. (...)
Una vez dentro, pude conocer a Sebas, con quien me puse a tomar champagne, mientras que Mar nos mostraba videos de niños chupando pijas a viejos que ocultaban el rostro. Al rato, nos pusimos a jugar a la botellita y nos besamos todos, después seguimos con el cuarto oscuro y nos desnudamos.
Mar me había comentado de un amigo de él que estaba volviendo de España, que tenía muchas ganas de conocerme. Se trataba del gordo Johnny. Me pasaron a buscar una noche en la 4x4 del gordo, me senté adelante y atrás quedaron Mar y Ciro, su amante favorito de catorce años (...)
Llegamos al famoso departamento ubicado en Microcentro y entramos, me sirvieron champagne y Mar preparó su compu para mostrarnos unos videos. El primero era de unos adolescentes practicando sexo anal en el borde de una pileta (...)
Mar se encerró en otro cuarto con Ciro, me quedé sentada en el sillón junto a Johnny, que de a poco se acercaba. Trataba de alejarme porque no quería saber nada con él, su perfume me asfixiaba, su aliento me era muy fuerte. (...) para mi suerte, todo terminó cuando enseguida aparecieron los otros dos".
En su libro, Lola relata otros encuentros con pedófilos además de los tres nombres que se conocieron en la banda de los "boy lovers", identificándolos con los seudónimos que convenientemente tenían. En cierto momento, relata un encuentro de varios hombres con menores de edad, en este caso un tal Gabo, un maestro de primaria de más de treinta años de edad:
"Aquellos hombres tampoco tenían ni una minima intención de tocarnos, al menos que nosotros diéramos alguna que otra señal. Sus movimientos siempre fueron muy cuidadosos, de todas maneras, nuestra presencia junto a ellos demostraba el poder que tenían. Eran capaces de tener a unos niños que apenas conocían, como trofeos.
¿Dónde estaba sus padres? ¿Por qué estaban solos? Alguien le recordó a Gabo que un día se había comido a dos de sus alumnos de cuarto grado. Se sintió un poco incómodo, pero todos sonrieron y nadie siguió hablando del tema"
Lejos de querer enterrar el caso, todos deberíamos preguntarnos por las condiciones que permitieron que esta clase de hechos sucedan. Más allá de hablar de tal persona, con cuál estructura, ¿Qué escenario posibilita la impunidad? ¿Qué instituciones están ausentes? ¿Qué discursos normalizan la explotación de un menor o de cualquier otra persona?
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