sábado, 27 de noviembre de 2021

Freud y la sonrisa del chino

Se supone que el gusto de Freud por el arte chino tiene un antecedente en la colección de su admirado Charcot, quien había decorado su estudio con obras orientales y tapices.

Durante años Freud compró artículos de jade, en particular tazones. Una pequeña estatuilla, conocida como el “erudito chino” forma parte de sus adquisiciones. La figura, de unos 19 centímetros por 12, ha sido realizada en jade blanco y se encuentra incrustada sobre una pantalla labrada en fina madera, que representa hojas y ramas de un árbol. No es una antigüedad: su producción data del siglo XIX, hacia la declinación de la dinastía Qing. Sin embargo, la obra, es de las pocas que adornan el escritorio de Freud, junto a una representación de la sabia y guerrera Atenea.

Se dice que era tradición entre los eruditos chinos poseer una de estas estatuillas, que eran tanto decorativas como inspiracionales, las cuales solían adornar sus escritorios, para alentar el trabajo.
 
El apego de Freud por el “erudito chino” hace que sea una de las dos piezas que abandonen Viena de contrabando. La otra es la estatua de Atenea. Ambas salen de Berggase 19, ocultas entre las ropas de Marie Bonaparte y viajarán por correo diplomático. Freud desconfiaba que los nazis admitieran que sus estatuillas y libros partieran al exilio.
 
A tres meses de llegados a Londres y una vez que los Freud adquieren la vivienda del 20 de Maresfield Gardens, comienzan a llegar las cajas desde Viena. Paula Fichtl, la ama de llaves, se encarga de ordenar la biblioteca y el escritorio.

El trabajo de la ama de llaves asombra a Martha: Paula recuerda el lugar de cada objeto. Ella rearma la compleja red que reune libros, mascarillas y miniaturas.

Por esos días Freud ha sido sometido a la que será su última operación y pasa unas semanas internado. Las noticias dicen que se encuentra debilitado y que apenas come. El plan es concluir la mudanza antes de su llegada a la casa. Paula corrige incansablemente la situación del escritorio y la silla giratoria hasta encontrar la posición más adecuada. Ella sabe que si el profesor trabaja, está bien. Y si su estudio está acomodado, él trabajará.

Para cuando finaliza la tarea, las alfombras, la biblioteca y las vitrinas recuperan la ubicación de Bergasse.

También las estatuillas. Ni siquiera falta el “chino sonriente”, en el centro y a la derecha del escritorio de Freud.
Paula recuerda algo que siempre le decía el profesor: si por la mañana el chino le sonríe, seguro que el día ira bien.
A las pocas semanas, regresado de la internación, Freud reemprende su trabajo como analista.

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