Las personas con discapacidad intelectual han sufrido una detención en el desarrollo emocional y mental que hay que tener en cuenta a la hora de abordar estos casos.
Presentan un marcado egocentrismo, en la medida que la lectura que hacen del mundo siempre pasa por sí mismos. Presentan rigidez en el pensamiento, que es concreto y sin capacidad simbólica.
El contacto con la realidad externa e interna les es difícil. Los mecanismos de defensa son primarios, por lo que presentan una dificultad para adaptarse al entorno. Emocionalmente son dependientes de las figuras de adultos primordiales (como los padres).
Ante el estrés, presentan las siguientes respuestas:
Inhibición: se trata de una reacción pasiva, en donde la persona no da respuestas motiles ni verbales.
Oposición: Son las má frecuentes y se expresan en la negativa a cumplir consignas.
Compensación: Se trata de fabulaciones, sobre todo cuando ven que otros acceden a ciertas posibilidades que ellos desean. De esta manera, arman una fantasía que ellos transmiten como real. Estas fantasías deben diferenciarse del delirio: estas fantasías no presentan certeza ni consistencia, al contrario del delirio, donde hay certeza establecida y se resiste e a modificarla.
Las personas con retraso mental leve y moderado pueden presentar apatía, excitabilidad (pasar de una situación de tranquilidad a una crisis masiva de excitación psicomotriz), egocentrismo y vínculos primitivos (de caraáter objetal). Muchas veces se infantiliza a este tipo de personas, incluso se les niegan sus necesidades sexuales.
El retraso mental tiene comorbilidades con los trastornos del estado de ánimo, el trastorno de ansiedad, trastornos psicóticos, TGD, conductas y síntomas asociados, trastornos adaptativos y trastornos de conducta.
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