En el historial clínico “El hombre de las ratas”, Freud dice: "Por angustia ante la magnitud de su propia ira, se volvió cobarde desde entonces".
Freud descubre mediante el análisis un recuerdo infantil donde el paciente se había visto poseído por una ira incontrolable dirigida hacia su padre.
La magnitud de su propio impulso agresivo le había generado una gran angustia, pues temía causar un daño demasiado grande e irreparable. Desde ese momento, lee Freud, inhibió su propia potencia en función de proteger a la figura paterna; convirtiéndose en cobarde.
Más bien, convertirse en cobarde estaba en función -en su caso- de inhibir una posición empoderada que pusiese en riesgo al padre, simbólicamente (haciéndolo caer de su idealización al fango de lo terrenal).
Cobardía
Es interesante tomar esta dinámica, pues es extremadamente común el hecho de adoptar una posición débil por el miedo/vértigo que genera la posición contraria.
Este vértigo, angustia, miedo, nos muestra que lo que está en juego no nos es indiferente; que hay un costo a pagar, y uno, aparentemente, bastante alto.
«Quedé sólo en el mundo» -así podríamos hablar al atravesar esa frontera; la última que sostiene nuestra sensación de garantía, seguridad, de protección, al estar bajo el cobijo de un ser idealizado.
La certeza de que cuál es la verdad -el Bien y Mal- es gran parte de lo que nos aporta tal cobijo. Sin ella estamos ante la incertidumbre de nuestro propio criterio, nuestras propias elecciones.
Y sobre todo, arrojados ante el hecho de que toda elección conserva en sí su dimensión de apuesta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario