domingo, 1 de mayo de 2022

Narcisismo, amor y sexo: una revisión a la luz de la filosofía, la historia y el arte

Por  Lucas Vazquez Topssian

Introducción

Narcisismo, amor y sexo se hilan fácilmente desde el discurso psicoanalítico, pero también se confunden porque su límite es bastante impreciso, tanto en la obra de Freud como en la de Lacan. Además, los tres temas tienen en común que se prestan fácilmente a ser tematizados ideológicamente. La experiencia del amor y del sexo son y han sido suficientemente conmocionantes como para que en todas las culturas se haya intentado normativizar y encarrilar este tipo de experiencias.


Podemos definir a la ideología como un sistema que permite hacer pasar lo cultural por natural. Y en el campo del narcisismo, el amor y el sexo, la ideología abunda. Si decimos que los deseos no son espontáneos ni naturales, entonces tienen que ver con la cultura y con normas muy precisas establecidas. Como ejemplo, podemos citar el hecho que las parejas occidentales se plantean de a dos y no en conglomerados sociales mayores, aunque estos temas se discuten acaloradamente en nuestro tiempo. La orientación sexual, la identidad de género, los pactos en la pareja, entre otros temas, son motivos de consulta frecuentes y al menos para los psicoanalistas, una revisión de estas ideas resulta adecuada para la práctica.


El analista, por su parte, debe hacer el esfuerzo en hacer una limpieza ideológica, de manera de no creer ciegamente en lo que parece natural, y que en su quehacer se traducen en ideales que obstaculizan su labor. Por ejemplo, el ideal de duración, donde el tiempo acumulado de una pareja es un valor positivo y que si ésta se detiene, es una cuestión de fracaso. También es frecuente la idea de que formar pareja se relaciona con la salud.


El objetivo de este texto es interrogar los mencionados conceptos a lo largo de la historia, intentado dilucidar qué de esos discursos ha ido cambiando… o permanecido. 


La pasión occidental por el ser

En los asuntos que involucran al narcisismo, al sexo y al amor, la clínica cotidiana nos revela una fuerte tendencia a asociar un tipo de elección u orientación sexual con el ser, del que los analistas están -o deberían estar- advertidos. Más allá de qué tipo de pareja se trate, hay una insistencia con tener que ser algo para el otro, caer en algún casillero que la cultura actual nos brinda: ser novio, chongo, amante… La dificultad en tal encasillamiento es motivo de angustia.


En el campo de la sexualidad, una persona puede tener fantasías homosexuales, actos homosexuales o amores homosexuales y probablemente diga “Soy homosexual”, “Cuando era niño me di cuenta que era…”, “Siempre fui…”, entre otras expresiones. Lo interesante es que ninguna de estas cuestiones se plantean al nivel del deseo, del amor ó del cuerpo, sino a nivel del ser, por lo que es lícita la pregunta de dónde surge esta pasión por el ser, si es que se puede catalogarla de tal manera.


Desde que Parménides colocara a la arjé en el ser como algo "inengendrado, e imperecedero, es íntegro, único en su genero, inestremecible y realizado.plenamente; nunca fue ni será, puesto que es ahora, todo a la vez, uno, contínuo", la filosofía inició la búsqueda de ese uno, esa idea de ser absoluto, que además es inmóvil, sin comienzo ni fin, lo mismo permanece en lo mismo, ni carece de nada. La tradición filosófica posterior, que tomó a Parménides como paradigma, hizo que la platónica, la aristotélica y la cristiana sostuviera esta cuestión, en desmedro de la idea de la dialéctica de Heráclito, que años después fue tomada por Hegel.


Antes de la tradición parmenídea, Heráclito colocó al cambio en el lugar de la arjé. Para él, el fundamento de todo está en el cambio incesante, lo que implica que el ser es devenir y que todo se transforma. Es interesante, al menos para la clínica, pensar conceptos como la repetición, la identidad y las identificaciones bajo el fundamento de que todo fluye, todo pasa y nada permanece.


Lo cierto es que después de más de veinte siglos seguimos sintiendo la misma perplejidad de Heráclito frente al tiempo, que según Borges es el problema esencial de la metafísica. En una de sus conferencias en la Universidad de Belgrano, en 1978, Borges dijo:

¿Por qué nadie baja dos veces al mismo río? En primer término porque las aguas del río fluyen. En segundo término –esto es algo que nos toca metafísicamente, que nos da como un principio de horror sagrado– porque nosotros mismos somos también un río, nosotros también somos fluctuantes. El problema del tiempo es ese. Es el problema de lo fugitivo: el tiempo pasa.” 


Somos algo cambiante y algo permanente. Somos algo esencialmente misterioso”, dice Borges. “¿Quién soy yo? –se pregunta el escritor–. ¿Quién es cada uno de nosotros? ¿Quiénes somos? Quizá lo sepamos alguna vez. Quizá no. Pero mientras tanto, como dijo San Agustín, mi alma arde porque quiere saberlo.


Tiempo y cambio son los vectores que tomaremos para preguntarnos acerca de las relaciones humanas a lo largo de la historia y cómo éstas han ido fluyendo a la vez que suponer que de cada discurso siempre queda algo. De tal forma, es posible relativizar ciertas ideas acerca del amor.


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