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Por Lucas Vazquez Topssian
La idea actual de monogamia, que implica la búsqueda actual de alguien único que satisfaga las necesidades sexuales y sentimentales, no siempre existió. En la antigua Grecia, amor y sexo raramente iban juntos y los hombres llevaban una vida separada de las mujeres.
En el siglo V a.C. Grecia era un conjunto de ciudades (polis) en constante pugna por la supremacía y la lealtad a la ciudad natal resultaba inquebrantable. Los extranjeros eran sospechosos y en Atenas, nadie que no hubiera nacido y crecido allí podía desempeñar un cargo público. Cada miembro de la familia ateniense tenía asignada su lugar y una función. El padre de la familia era visto públicamente en el ágora, el centro de la polis. Para el historiador James Davidson (2009), el ágora era un espacio protagonizado por los hombres. Allí se comerciaba, se hablaba, se hacían ver y se tejían alianzas. Mientras los hombres se dedicaban a la vida social, las mujeres estaban recluidas en sus casas.
La separación entre hombres y mujeres se debe a que en el año 449 a. C Pericles instauró que el ciudadano ateniense tenía como condición ser nacido de progenitores naturales de Atenas. Los matrimonios mixtos no estaban permitidos, por ejemplo, con los espartanos. Davidson supone que el temor al adulterio era el motivo para mantener a las mujeres en sus casas.
En Las Tesmoforias de Aristófanes, leemos a una de las mujeres:
¿Qué ocasión de calumniarnos desprecia, en cuanto tiene muchos o pocos oyentes, actores y coros? Nos llama adúlteras, desvergonzadas, borrachas, traidoras, charlatanas, inútiles; peste de los hombres; con lo cual cuando nuestros maridos vuelven del teatro nos miran de reojo y registran la casa para ver si tenemos escondido algún amante. Ya no nos permiten hacer lo que hacíamos antes a causa de las sospechas que ese hombre ha inspirado a los esposos. ¿Se le ocurre a una de nosotras hacer una corona? Ya la creen enamorada.
Las mujeres, para los atenienses, debían tener un guardián masculino legal, que podía ser el padre o el marido. Los griegos temían a la aparentemente ilimitada e inagotable capacidad sexual de las mujeres, contraria a la del hombre, limitada por la eyaculación. En Las Bacantes de Eurípides podemos ver el miedo de los hombres a que las mujeres, sin la atadura del matrimonio, consagrarían su vida a la ninfomanía. En Las Bacantes, las mujeres seguidoras de Dionisio se abandonan a un frenesí de la bebida, saltan sobre el rey de Tebas Penteo (único hombre presente) y lo descuartizan:
“Ino por otra parte consiguió desgarrar sus carnes, y Autónoe y toda la turba de las bacantes se echó encima, y todo con griterío, él gimiendo mientras pudo tener aliento, ellas gritando victoria. Y una se llevaba un brazo, otra un pie con la misma bota, y fueron desnudados sus costados a tirones, y todas tenían ensangrentadas las manos, y jugaban a la pelota con la carne de Penteo”
Los atenienses temían de la condición salvaje de las mujeres vírgenes. Aquí aparece la idea del enloquecimiento de la mujer por motivos fisiológicos. Se creía que si al empezar a menstruar una mujer no había mantenido relaciones sexuales con un hombre que le abriera el cuello del útero, el flujo menstrual se acumulaba, causando graves problemas. En “Sobre las vírgenes” de autor anónimo, se recomienda que las vírgenes sean casadas y embarazadas. Una vez que la mujer se casaba, se consideraba que su apetito sexual quedaba frenado. Varios médicos de la época recetaron al matrimonio y a la relación sexual implicada en él como remedio al problema de la lujuria femenina. Los hombres, de esta manera, se volvieron la respuesta a todos los problemas de las mujeres. Platón comparó al útero con un animal insaciable, que se mostraba tierno y doloroso. Hay que aclarar que esta idea se mantuvo durante gran parte de la historia. Tan solo se puede tomar, a modo de ejemplo, la tesis de José Lucena (1848) “Sobre el histerismo considerado como una enfermedad” donde dice:
Deben tomarse las mayores precauciones para alejar las impresiones morales, susceptibles por su naturaleza de simular la voluptuosidad del útero como son ciertas lecturas y espectáculos (...) El matrimonio es indicado como un remedio racional y soberano y muchos han visto después de él se regularizan las funciones del útero y desaparecen los accidentes, sin embargo, no a todas las constituciones pueden convenir igualmente”
En las ceremonias de Brauron, se producía la transición ritual desde la infancia a la madurez. Mujeres de 10 años, si habían llegado a la pubertad, debían casarse con hombres mucho mayores que ellas. Ser adulta, para una mujer ateniense, era casarse y producir descendencia. El matrimonio griego implicaba una subyugación de la mujer por parte del marido. En la misma ceremonia, la mujer era tomada por la muñeca y el ritual implicaba que la mujer mostrara pena por ser tomada, como si ese día fuera el más triste de su vida. El matrimonio se sellaba cuando la novia entraba a su nuevo hogar, donde permanecería aislada de la sociedad, en su función de producir hijos varones atenienses.
En la antigua Grecia, los matrimonios eran para siempre, pero la expectativa de vida en ese momento era, en promedio, de 35 ó 40 años. Un hombre ateniense que volvía de la guerra, se casaba para tener hijos y lo permanente del matrimonio no resultaba efectivamente tan duradero como podría serlo en nuestra actualidad, donde la expectativa de vida se ha más que duplicado.
Los varones atenienses no tenían tales restricciones. Los hombres atenienses no esperaban sexo placentero, ni amor, ni la amistad de sus mujeres. Las mujeres, encerradas e incultas, tenían poco que ofrecer con su compañía; ésto podían encontrarlo en compañía de otros hombres. Grecia fue la primera civilización en aceptar a la homosexualidad. Mientras que el único fin del matrimonio era tener hijos; los hombres encontraban al amor, la compañía ó el sexo junto a otros hombres.
En la Atenas del 514 a. C., Harmodius y Aristogeitón salvaron a la ciudad de una dictadura que amenazaba su democracia. Aunque ambos murieron en el mismo momento que mataron a un líder de esta dictadura, su acto devolvió la democracia a Atenas. Se erigieron estatuas de Harmodius y Aristogeitón en su honor, como fundadores de la democracia. Ambos personajes, descritos en la época como amantes, se convirtieron en el modelo de la relación perfecta, el ideal griego del compañerismo masculino. Homero escribió sobre la relación entre Aquiles y Patroclo, otro de los ideales heroicos masculinos. Aquí, la relación es más importante que la misma vida, como su voluntad de que sus huesos sean mezclados juntos en la tumba.
La homosexualidad estaba fuertemente arraigada en el ejército, como en la banda sagrada de Tebas, donde 150 parejas formaban un temido batallón, derrotado 200 años después. En el año 338 a. C., se supo que tales amantes lo habían sido también en el sentido sexual. Progresivamente, la devoción por Harmodius y Aristogeitón fue eclipsada por la pasión física de la Banda Sagrada de Tebas.
También existían relaciones homosexuales entre hombres mayores que instruían a los más jóvenes que habían alcanzado la pubertad. Esta relación era sexual y aceptada. En los banquetes que celebraban los hombres, se encerraban a sus mujeres e hijas en otra estancia. En El Banquete de Platón, leemos sobre la naturaleza del amor y del sexo, donde el amor entre hombres y mujeres es algo físico y secundario, respecto al amor más espiritualmente más elevado entre dos hombres. El amor del que habla Platón no es sexual, sino más del tipo del de Harmodius y Aristogeitón.
No obstante, había otro tipo de mujer en Atenas que podía ofrecerle a los hombres amor, sexo y conversación. Se trata de las hetairas -o heteras-, como Friné o Aspasia de Mileto. Friné mantuvo un romance con el escultor Praxíteles. El mismo Sócrates reconoce que todo lo que sabe del amor se lo dijo la hetaira Aspacia. Las hetairas eran influyentes y poderosas, se les permitía comportamientos que a la mujer común se le prohibía. No se trataban de meras prostitutas, eran también artistas y acompañantes. Las hetairas estaban vinculadas a grandes personalidades y podían ser ricas y poderosas. Además, existían prostitutas de burdeles y de la calle y otras de un rango medio que oficiaban como acompañantes, siendo esta actividad reconocida y que pagaba impuestos.
Las hetairas traen a Atenas el amor heterosexual, como podía ser el caso de Friné con Praxíteles, Ella fue la modelo para la estatua de Afrodita, la diosa del amor. Esta escultura contrastaba con las esculturas masculinas de la cultura de los gimnasios, lo que anunció un cambio para el siglo IV a. C. para la libertad de las mujeres. De hecho, en la última obra de Platón, Leyes, se propone que a las mujeres se les diera alguna actividad fuera de la casa luego de haber dedicado 10 años a la educación de sus hijos.
Con Alejandro Magno y sus ejércitos macedonios, unos importantes cambios políticos ahogaron la vida sexual en Grecia. A fines del siglo IV, el reino de Alejandro Magno se extendía por la mayor parte del mundo y la conquista de Atenas puso fin a la democracia. Los ciudadanos varones dejaron de ostentar cargos públicos y políticos; abandonaron la vida pública para pasar más tiempo en sus casas con sus familias. La decadencia de la democracia y de las funciones públicas llevó a un reencuentro con las mujeres, lo que reforzó las relaciones heterosexuales existentes hasta el momento.
Los aportes de los griegos en temas del amor son bastos. Para los griegos, el semejante portaba algo de lo sagrado. Esto quiere decir que los dioses hablaban en las personas. Cuando uno se enamoraba o estaba con alguien, estaba en contacto con los dioses. Hoy en día encontramos crucifijos puestos en la pared de la cabecera de la cama matrimonial de las parejas cristianas y eso, según Davidson, es una idea que viene de aquella época.
La intervención de los dioses es tomada en el sentido más contemporáneo como una intervención psíquica. Por ejemplo, la intervención de Palas Atenea llamada epifanía. También, si un hombre tenía problemas de erección, podía hacer un sacrificio u homenaje a Príapo, que era el dios de la erección. Todo esto es interesante para pensar en la transferencia, con todo lo que ésta se le asemeja al amor, porque allí el analista escucha suponiendo que hay algo ahí que habla en el otro y que no es el yo del paciente.
Cuando comentó El Banquete de Platón, Lacan mostró que el agalma moviliza el amor de Alcibíades por Sócrates: el agalma es se objeto precioso y brillante que estaría escondido en ese sileno grotesco con el que es comparado el filósofo en su atopía. Ahora bien, Sócrates rehúsa responder a los avances de Alcibíades, no para frustrarlo o exacerbar su deseo, sino para mostrarle la naturaleza trasferencial de su amor y designarle el verdadero lugar del agalma: Agatón, el tercero.
Lo conmocionante en la experiencia del amor
Uno podría preguntarse qué fue lo que hizo a Pericles expresar públicamente su amor por una hetaira Aspacia de Mileto, conducta que lo condenó al ostracismo.
Los epicúreos en su búsqueda del placer, por su parte, enaltecieron la afrodisia (relaciones sexuales) por sobre el Eros, pues advirtieron que éste encadenaba. ¿De qué manera? Desde el psicoanálisis actualmente se sostiene que el enamoramiento debilita al yo, en la medida que el yo se empobrece para investir libidinalmente al objeto amado. El enamoramiento es el único momento, para Freud, en el que el yo queda vaciado de libido, a diferencia de otras elecciones de objeto donde queda un resto de libido en el yo. El yo, en el enamoramiento, queda vaciado de libido y a expensas del objeto enamorado.
En una de sus odas, Safo convoca a Afrodita y a Zeus:
(...)
y qué es lo que tanto ahora en mi alma loca
conseguir quería: “¿A quién deseas
que al amor te traiga? Ah dime, Safo,
¿quién te hace daño?
Que, si huyó de ti, pronto irá a buscarte;
si aceptar no quiso, dará regalos;
y si no ama hoy, te amará muy pronto,
aun sin quererlo”.
Y Safo responde que no quiere nada de eso, sino simplemente que su amor vuelva a su corazón.
Los romanos, de los que a continuación se verá más en detalle, tampoco eran ajenos al aspecto más doloroso del amor. Ellos conservaron, como los griegos, esta intervención externa de los dioses y es notable la figura de Cupido, el dios del deseo amoroso, como un equivalente de Eros en la mitología griega. En Eneida, el poeta Virgilio le da el nombre Cupido al hijo de Venus. La etimología de cupido es cupiditas, o sea, el deseo amoroso apasionado, casi ansioso.
Más allá de su confusa filiación sobre quien fue su padre en el mito, lo importante es que Júpiter ya había previsto el mal que Cupido le haría al mundo y por eso buscaba matarlo, aunque Destino le permitió vivir. Se lo representaba como un niño con los ojos vendados, un amor «travieso y ciego», con su famoso arco y flechas de oro que provocaban un amor instantáneo, como ha substido hasta nuestros días como uno de los símbolos del día de San Valentín.
Desde el arte, a Cupido se lo ha “ajusticiado”. En la escultura Cupido picado por una abeja, (1879) el escultor francés Jean Antoine Idrac, Cupido pisó una rosa espinosa y fue picado por una abeja. El castigo de Venus es dejar que su hijo travieso sea picado, haciéndole sentir el dolor generalmente reservado para los humanos, si un mortal era alcanzado por una de las flechas de Cupido, inmediatamente se enamoraba de la primera persona que veía, provocando dolor cuando la otra persona no le correspondía.
Anteriormente, el francés Pierre Mignard (1612 - 1695) pintó Cronos corta las alas a Cupido. Le recorta las alas para que no vuele demasiado alto. Esta pintura así, leída en su versión clásica, simboliza que el tiempo vence al amor.
Otras lecturas apuntan a que Cronos le corta las alas a Cupido para que ponga los pies en la tierra, que es una metáfora sobre usar la razón, lo que significa que no está venciendo al amor, simplemente lo vuelve un amor realista, un amor que tiene alas pero no pierde el suelo. Podríamos decir que el tiempo también puede transformar al amor y volverlo más centrado, más maduro.
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