miércoles, 27 de julio de 2022

Vínculos y sujetos de hoy: los tejidos de la violencia

Resumen: Este artículo relaciona violencias de hoy con la conformación de vínculos y sujetos. Analiza formas violentas coexistentes con las reglas del mercado neoliberal: desamparo y exclusión, efectos del mensaje mediático, delincuencia. Propone diferenciar desubjetivación de modos novedosos de subjetivación, y advierte sobre los riesgos de violencias implícitas en nuestras propias prácticas, en relación tanto con la patologización como con la aceptación indiferente de rasgos generalizados.

A través de una viñeta clínica considera el fenómeno del “bullying” en los grupos de púberes y adolescentes. Caracteriza además dos de las formas que asume la violencia en las familias de hoy, refiriéndose en especial al movimiento fusión/ expulsión y los efectos de la igualación generacional. 

Fuente: Rojas, María Cristina (2009), "Vínculos y sujetos de hoy: los tejidos de la violencia" - Publicado en Revista de Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares, AAPPG, 2009

Me interesa aquí poner en relación las formas de violencia propias de cada época con la conformación de vínculos y sujetos, reconociendo que la violencia y el desvalimiento surgen a través de toda la historia humana. Aunque, de tal modo, la violencia no parece haber sido obviada por sociedad alguna, hay modos de subjetivación que operan para construir guerreros, y también prácticas que tienden a fundar la solidaridad y la no violencia; unos y otras coexisten en distintos ámbitos socioculturales con diferentes predominios. Es decir, un ámbito social dará consentimiento a mayores o menores niveles de crueldad, convirtiéndose en más o menos habitable y hospitalario. Cada tiempo ha tenido, pues, que dar algún cauce a violencias que hasta ahora parecen ineludibles, y se entretejen en las complejas tramas de la producción de sujetos, nos vemos así frente al requerimiento de pensar cuáles son los finos tejidos de la violencia que impregnan las vinculaciones y los modos actuales de subjetivación.

Si el hambre en contraste con la abundancia es la peor y más constante de las violencias, son pocas, no obstante, las sociedades que han calificado esto como tal. En nuestro tiempo, la obscenidad tecnológica agiganta violencias actuales, y ello atraviesa la barrera de la inclusión/ exclusión. Los videos e Internet dan pie aun para el fantasma de la muerte real devenida espectáculo (como aparece en algunas películas actuales, en fantasías a veces para nada irrealizables, correlativas al desarrollo de la tecnociencia.) La impregnación mediática, como otras formas actuales de violencia, satura las prácticas subjetivantes, “hace” vínculos y sujetos. Por ejemplo, el niño y especialmente el adolescente son presentados reiteradamente en las pantallas con modalidades crueles y trasgresoras, a menudo como integrantes de un par víctima/ victimario, caracterizado por la escasa sensibilidad al deseo y el dolor de uno, junto a la sujeción impotente del otro. Esto contribuye a insertar en el imaginario social la figura del niño y el adolescente temibles, difícilmente controlables, lo cual afecta los modos de vinculación entre los distintos grupos etáreos. A la vez, la insistencia de tales modelos tiene ingerencia en la construcción del sujeto mismo. La niñez, por su dependencia inevitable, ha sido y es hoy uno de los territorios más afectados por formas diversas de abuso.

La presencia constante de la violencia en los medios -enfatizada con distintos procedimientos, tales como la reproducción interminable de ciertas escenas alarmantes- sumada al auge de la violencia delincuencial, vigente en la vida cotidiana, intensifica en las últimas décadas la vivencia de vivir tiempos desusadamente violentos. Desconfianza, miedo e inseguridad transforman las vinculaciones y dan lugar a otras formas de cautela y protección que modifican las pautas de crianza.

En relación con los efectos del mensaje mediático, mencionaré entre otros, dos personajes presentados por un dibujo animado de la TV estadounidense que se vio entre nosotros en los años ´90. Beavis y Butt-head, dos jóvenes maliciosos y trasgresores, son personajes afectados por trastornos del pensamiento y apresados en la imagen, y solamente uno de los numerosos ejemplos de algunos de los aspectos descriptos y exaltados en el mensaje de las pantallas. Estos adolescentes “metálicos” torturan animales, venden semen para ganar dinero, incendian su casa; no conocen la responsabilidad, la preocupación por el otro, la vergüenza o la culpa.

Es interesante considerar la advertencia enunciada al final de dicho programa televisivo sobre la inconveniencia de copiar a estos personajes en la Vida Real: “Beavis y Butt-Head no son modelos. Ni siquiera son humanos, son dibujos animados. Algunas de las cosas que hacen pueden causarle heridas a una persona, ser arrestada o bien deportada. Para decirlo de otra manera: no intenten esto en casa”. Reconoce así la posible imitación de la escena, polémica que cobró vigor especialmente a partir del conocido crimen de los chicos de Liverpool, .y que aún continúa. En 1993, el asesinato en las afueras de Liverpool de un nene de 2 años, del cual fueron responsables dos niños de 10 años, a quienes luego se juzgó como adultos, produjo fuerte conmoción. En dicho caso, de imprecisas conclusiones pero severa sanción, el propio juez opinó que la visión de películas violentas podría haber influido.

Por otra parte, entiendo que el mensaje mediático ejerce a su vez una forma privilegiada de violencia con los lectores/ oyentes/ espectadores cuando induce, por la cualidad de su contenido y los modos del enunciado, temor e inseguridad; esto acontece no solamente cuando “informan” acerca de asesinatos, robos y secuestros, sino cuando construyen –en lo político, lo económico, y otros terrenos- supuestas realidades “objetivas”, por lo general ominosas y atemorizantes.

Sus efectos contribuyen a potenciar vivencias de miedo y desamparo tan propias de nuestra sociedad, la sociedad del “ataque de pánico”, uno de los prototipos de época. Se abren en relación con todo lo antedicho problemáticas que detonan en el colectivo y en el psiquismo singular, cuestiones que nos interpelan en la clínica día a día.

Todos los discursos sociales, diversos en cada época y lugar, establecen, según códigos peculiares, qué es lo que esa sociedad ha de considerar violento/ no violento, punible, deseable o tolerable. Sitúan además alguna forma de violencia en posición de ideal, a la vez que surgen ideologías convalidantes de violencias jerarquizadas: esto ha hecho posible las guerras, las persecuciones, los genocidios, las revoluciones, el terrorismo, los duelos en defensa del honor. Estos últimos, propios de otros tiempos y contextos, se ven de algún modo remedados por ciertos combates actuales entre adolescentes, también regulados por códigos ad hoc que justifican la violencia. Cito algunas expresiones extraídas de mi trabajo clínico con adolescentes “me enojé porque me miró mucho” “le habló al chico que había estado conmigo” “se agarró a la novia de mi amigo” ”pasó y me chocó en el boliche, le dije: vamos afuera” “tuvimos que ir todos porque esperaban a mi amigo para pegarle, no lo íbamos a dejar solo”. Pensemos también en la justificación de la violencia bajo la forma de la venganza que se reitera en múltiples películas de acción, o el consenso social tolerante con el derramamiento de sangre para preservar la propiedad privada y con la posesión de armas para defenderse.

Los mismos discursos que convalidan la violencia ubican en el lugar de ajeno, no semejante, a veces no humano, a algunos otros, que serán, por tanto, pasibles de una tolerada y hasta deseable aniquilación (hoy suele pensarse en estos términos a los menores delincuentes.) Richard Rorty señala que la trama sociocultural propone al otro de las llamadas "minorías" como objeto, desconociéndolo en su humanidad, y esto sienta una de las bases del maltrato.

“….la distinción humano-animal es sólo una de las ….. maneras en que los humanos paradigmáticos se distinguen de los casos fronterizos. La segunda manera consiste en invocar la distinción adultos-niños…….los niños sólo alcanzarán su verdadera humanidad si se los educa correctamente. Si son incapaces de recibir tal educación es porque no pertenecen a la misma clase de seres a la que pertenecemos nosotros, la gente educable…” (Rorty, R., 1993, pág. 59)

Quiero destacar, además, que pienso a las expresiones subjetivas de la violencia como inseparables de la violencia social, institucional y familiar; es preciso dejar de lado las causalidades lineales y el aislamiento recíproco de las condiciones de producción del acto violento, ya que operan factores subjetivos, vinculares y sociales, diferenciables, cada uno con sus propias lógicas, pero a la vez implicados uno con otro; de tal modo, cada sujeto es singular y responsable, pero a la vez producto de su tiempo y sus pertenencias. Por ende, el análisis de severas patologías del acto, ligadas a desamparo y distintas formas de maltrato, no solamente considera el psiquismo singular, toma también en cuenta las disfunciones y restricciones del funcionamiento de la familia, si la hubiera; las modalidades de los distintos grupos de pertenencia y las condiciones sociales que habilitan o acotan tales modalidades. Incluye, además, el análisis de la trasmisión intergeneracional, ya que violencias no tramitadas del pasado pueden oficiar en el presente como impacto psíquico desorganizante.

Una sociedad tiende a constituir sujetos consistentes con sus caracteres y fines predominantes; hoy, nos es posible pensar esto en términos de producción social de subjetividad, considerando la coexistencia eficaz de distintos dispositivos sociales en la conformación subjetiva –grupos, instituciones, medios de comunicación- Es decir, de acuerdo con ciertas tecnologías conformadoras, vínculos y sujetos han de poseer rasgos adecuados a las metas de la sociedad que habitan; podemos preguntarnos entonces cuáles son algunos de los rasgos afines con el mercado neoliberal y de qué modo éste favorece las dialécticas actuales de la violencia.

El mercado requiere consumidores, el consumidor es también el espectador, el que consume ideologías que a su vez sustentan comportamientos que a su vez sostienen el mercado. Por ejemplo, en las familias de hoy, entre sus nuevas cualidades y sentidos, encontramos como producto y sostén del mercado la vigencia de padres complacientes y simétricos, aptos para satisfacer las demandas consumistas de los hijos. (Rojas, 2008)

La primacía del consumo jerarquiza la relación del sujeto mercantil con los objetos: a través de curiosos espejismos, las cosas aparecen como fuente y origen de una impuesta, exigida felicidad. Los otros pueden convertirse también en objetos, aptos para el goce y el descarte; o aparecer como adversarios, amenazantes del propio yo y de las propias posesiones, es decir, temibles. Encontramos así que las lógicas individualistas y paranoides del mercado devalúan al otro como sujeto y auspician la propia satisfacción, regida por la perentoriedad de la pulsión, todo esto conforma el andamiaje de múltiples violencias de hoy. Además señalaré, en términos de Lewkowicz, que el modo de exclusión de los no consumidores toma en el mercado la forma de la expulsión. (Lewkowicz, I., 2004)

Entre nosotros, sobre todo a partir de la crisis de 2001 y a través especialmente de los aportes de Giorgio Agamben, (Agamben, G., 1999) se expande el pensamiento acerca de la desubjetivación, Por lo general, ésta es homologada con deshumanización y se la relaciona con situaciones límite y privación socioeconómica severa; supone entonces la cuestión de la violencia, si entendemos por tal el accionar de eficacia objetalizante. La desubjetivación así considerada tampoco parece privativa de nuestro tiempo, pero se hace posible hoy pensarla en estos términos, ya que aparece ligada a las ideas desarrolladas acerca de los procesos de subjetivación. Por lo demás, la lógica mercantil instala con fuerza la problemática de la objetalización, tal como he venido señalando.

Transitamos un cambio de época que nos permite presenciar y experimentar, aun en nosotros mismos, la transformación del sujeto moderno. Si tomamos dicho sujeto como referente, nos rodea la desubjetivación, de allí la importancia de diferenciar desubjetivación de aquellos modos novedosos de subjetivación productivos de rasgos no modernos, o rasgos sí existentes en la modernidad pero antes considerados como marginales, punibles o patológicos. Aquello que una época margina o castiga puede aparecer en otra aceptado e impulsado, así, los científicos quemados en el medioevo fueron luego la figura destacada de la modernidad: dejar de lado estas consideraciones nos expone a la patologización de los rasgos novedosos, en especial en la infancia y adolescencia. Al mismo tiempo, los criterios estadísticos no nos serán útiles para definir lo “normal” y lo “patológico”: el alcoholismo adolescente, por ejemplo, constituye una problemática severa frente a la cual no podemos permanecer indiferentes, pese a su extensión. Tanto la patologización como la aceptación indiferente de lo nuevo suponen el riesgo de ejercer algún modo de violencia sobre niños y adolescentes desde nuestras propias prácticas. Incluyo en este punto la cuestión de los diagnósticos cerrados y cronificantes que pretenden reducir la complejidad del sujeto humano a la simplicidad de una sigla (me refiero especialmente a las derivadas del DSM IV)

Las variadas y excluyentes formas de discriminación por atributos diversos no acordes con expectativas sociales vigentes, configuran una modalidad violenta característica de nuestro tiempo. La oposición inconciliable entre incluidos y excluidos del consumo, que decreta el desamparo, el hambre y a veces la muerte de los no pertenecientes, parece un saldo ineludible del actual sistema neoliberal. Esto va dando lugar al incremento de la violencia delincuencial, ya que el sin sentido y falta de horizontes de la exclusión estimula el ataque contra quienes pertenecen y poseen: el propio régimen social instaura así una rivalidad especular y criminosa. Para los “incluidos”, el delincuente representa un peligroso enemigo, y puede así producirse una fuerte confontación entre unos y otros, que opaca y encubre las condiciones socioculturales y económicas que producen dicha situación.

Por fuera del sistema y la posibilidad del consumo, en la franja hoy extensa de la exclusión ¿hay posibilidades de organizar procesos subjetivantes o nos hallamos en los confines de la propia existencia? Sabemos que los lazos son constructivos, y el peor riesgo psíquico es el aislamiento: el sujeto se construye entre otros, con otros. Entiendo que los agrupamientos en exclusión también operan, con sus poco estudiadas peculiaridades, en la conformación subjetiva: construyen, entonces, formas vinculares y subjetivas adecuadas a las estrategias de supervivencia en exclusión. No obstante, las carencias en la autoconservación pueden afectar la conformación de la dimensión ética, asegurándose de tal modo la trasmisión intergeneracional del maltrato, los niños carenciados y maltratados suelen a su vez devenir violentos, reiterando la violencia padecida. Por estos senderos se ven favorecidas las impulsiones, la emergencia del sujeto acéfalo de la pulsión, cuando el entramado simbólico imaginario vacila y se facilita la descarga pulsional sin frenos. Esto afecta los procesos simbolizantes y la instauración de mecanismos represivos.

Para Winnicott la “tendencia antisocial” se basa en la deprivación y expresa una esperanza. Por eso, dice, “La terapia es proporcionada por la estabilidad del nuevo suministro ambiental”. (Winnicott, pág. 155) Cuando lo hay. Si en cambio, no hay respuestas, se renueva la desesperanza y esto agrava la tendencia al acto delictivo (“no tengo nada que perder” “no soy nadie”.) Destaco el movimiento que el autor genera con sus complejas consideraciones sobre la tendencia antisocial, ya que retira los procesos ligados a marginalidad de la calificación única de cuadro psicopatológico y los convierte en un fenómeno de abordajes múltiples.

Los modos subjetivantes de cada época, aunque tendientes a la homogeneización entre los sujetos de una cultura, generan a la vez restos, o excesos, que subsisten, en diferencia, respecto de la fuerza de lo instituyente, e irán operando en el sentido de la alteración y el cambio de las propias prácticas que conforman al sujeto. Podemos pues preguntarnos ¿cuál es o son hoy, en el mercado, esos restos que no pueden ser controlados? ¿Cuáles son los excedentes que no pueden domesticarse, devenir ícono epocal? Aquí pienso, entre otras cuestiones, en algo del orden de la ternura. No aludo al melodrama edulcorado, ese amor vacuo de imagen potente que tantas veces exhiben la TV, y la vida. Ternura: proviene del corpus freudiano –pulsión sexual coartada en su fin- hace lazo, constituye, es para Ulloa, base de lo solidario y amistoso. (Ulloa, F., 1995) Entonces, digo, habilita al otro como sujeto, y así se contrapone a la violencia y a una lógica mercantil que establece la prioridad del objeto a consumir por sobre el otro.

. El mercado a veces también “atonta”. En términos de Lewcowicz: “…..no lidiamos con nuestro venerable fascismo-que obligaba a pensar de una manera-, sino con la estupidez –que nos impide pensar de cualquier manera-.” (Lewcowicz, 2004, pág. 172) Por mi parte, diría, de otro modo: el mercado “fabrica”, modela, una subjetividad no crítica; pero también habilita otros modos nada tontos de pensamiento en los sujetos criados en la cultura de la imagen. Modos que nos sorprenden todavía, que agrandan la brecha de la incomprensión entre adultos, niños y adolescentes, y dan lugar a la necesidad de actualizaciones en el campo de las distintas disciplinas humanas.

Pienso que algo del pensamiento crítico (un pensamiento diferenciado del de Homero Simpson) también resiste al mercado, tal como la intuición, lo imposible y el romanticismo excedieron al imperio moderno del homo sapiens. Resiste hoy desde el lugar de espectador, desde el lugar de consumidor, desde el lugar del excluido, es decir, desde los espacios posibles y existentes en la sociedad líquida. Un resto o excedente, no obstante, que seguramente no es ni dará lugar a una posición crítica idéntica a aquella tan valorada por la modernidad.

Además, consideremos que al cambiar las prácticas conformadoras –pasaje de época, como hemos venido viviendo- si los grupos e instituciones productores de subjetividad permanecen, se ven no obstante alterados en su funcionalidad y significación. En relación con esto, es observable que ahora, en las nuevas condiciones socioculturales, los sentidos de la familia, la escuela y otros dispositivos productores de subjetividad se han modificado, dado que se enmarcan en un Estado que a su vez ha transformado los sentidos que tuvo en la modernidad. Nótese que no hablo de la desaparición del Estado, sino de su alteración.

Retomando la violencia de la exclusión, señalaré que uno de los modos de expresión de la expulsión mercantil es la violencia en y entre los grupos de púberes y adolescentes. El fenómeno de burla y acoso ahora denominado bullying, antes también existente, llega a desbordes de crueldad que implican riesgo de suicidio o comportamiento violento extremo de quienes ofician como “víctimas”. Supone la imposición al otro de un sufrimiento a veces apto para ser gozado: una muestra en pequeño de los modos de vinculación impulsados en la sociedad global y difundidos a través de los medios. Casi siempre los hostigadores poseen justificaciones para el hecho, las mismas pueden ser compartidas y aun alentadas de modo manifiesto o no por sus propios padres y otros adultos.

Incluiré aquí una situación clínica que me permitió pensar algunas de estas problemáticas. Me consultan por Catalina, de 12 años, en la primera entrevista los padres afirman que no hubieran consultado antes por ella, que es buena alumna, con una buena inclusión social, aunque, señala la madre, también es algo tímida, para nada líder o agresiva. Hace pocos meses, sin saber por qué, Catalina fue dejada de lado por su grupo de amigas en la escuela y desde entonces, pese a haber sido bien acogida por otro grupo, llora diariamente y está muy angustiada. Dice el padre: “creo que las madres tienen mucho que ver con los problemas de las chicas, se meten mucho. Mi esposa antes trabajaba y era mejor, ahora vive pendiente del mundo de Catalina”.

Recibo a la niña, se sienta y llora durante largo rato antes de poder hablar, hasta que se va calmando y puede relatar los episodios que terminaron con su exclusión del grupo de “las cancheras”, un pequeño grupo liderado por Eli. Se entusiasma hablando de su buena inserción en el otro grupo, más amplio, donde ya tenía algunas amigas, pero vuelve a llorar. Catalina sufre ante la posibilidad de que su pertenencia a este grupo tampoco sea segura, la amenaza es la exclusión: más allá del segundo grupo sólo restan unas pocas niñas, a las que ella denomina “las infantiles”, estas compañeras representan la marginalidad, un sobrante que la aterra ¿Por qué infantiles? pregunto “Bueno, son tres, una llora siempre por cualquier cosa, la otra se viste como una nena de 3er. grado, y a la otra la madre no la deja ir a ningún lado”. (Cualquier semejanza con las chicas de “Patito feo” u otros personajes de ficción no es pura casualidad: los medios replican la realidad, y a la vez contribuyen a la conformación de vínculos y sujetos.)

Dado que un tiempo antes yo había atendido a “la canchera” Eli y a sus padres, me fue posible a posteriori, alejándome de la singularidad clínica de cada uno de los casos y personajes para pensar la trama común, poner en relación los movimientos competitivos y excluyentes jugados entre los adultos con las vicisitudes de los grupos de niñas. A la vez, percibir las relaciones entre los adultos a su vez afectadas por condiciones de inseguridad, temores, rivalidades y hostigamientos; se dramatizan así los interjuegos inclusión/ exclusión, que siguen los vaivenes del mercado.

También en la familia pueden manifestarse modalidades excluyentes, expresadas, entre otras formas, por cierto apresuramiento en la autonomización de los hijos que a veces genera una paradojal extensión de la dependencia infantil. Las carencias de la función apuntalante del lazo familiar durante el proceso de desprendimiento, soslayan los procesos elaborativos que lo habilitan; incluyo en este punto las familias con hijos adolescentes que con anterioridad he denominado “expulsivas”. (Rojas, 2006) Estos grupos impulsan al adolescente, casi sin mediaciones, al mundo extrafamiliar desde vínculos indiscriminados y escasamente contenedores; este movimiento, sin espacio transicional, que desconoce los requerimientos de una autonomía interdependiente para crecer, es vivido muchas veces como una expulsión, cuando por lo demás no se han configurado otras inserciones en agrupamientos que ofrezcan al joven pertenencia e identidad.

También aparece en algunas familias de hoy, una forma de violencia invisible ejercida sobre la infancia que pongo en relación con la igualación generacional. La disminución de la asimetría adultos-niños va eliminando la responsabilidad adulta, atenúa las funciones de contención e interdicción y da lugar a distintas formas de abandono y negligencia, problemática que vinculo con la extensión, en todos los grupos sociales, de las patologías del desvalimiento. Fenómeno emergente en el par “niños- grandes”/ familias simétricas, sobre el que he venido trabajando en estos años.

Por último, destacaré que una sociedad marcada por la mostración y la transparencia desacraliza el recinto antes impenetrable de la familia y vuelve visibles el maltrato y el abuso sexual, antes practicados en el encierro y la casi total clandestinidad. En relación con esto, aunque se habla con frecuencia hoy en toda índole de publicaciones del incremento del abuso sexual, creo que sólo podemos estar seguros de que cada día aumentan las denuncias del mismo ¿cómo conocer las estadísticas del abuso en épocas previas? No obstante, entiendo que existen condiciones sociales que podrían resultar facilitadoras del abuso, me refiero, entre otras, a la ya mencionada igualación generacional, –la que también se pone en juego en la tendencia a considerar al niño como legalmente imputable- y a los efectos de la estimulación a través de las redes de comunicación de formas diversas de sexualidad, también aquellas como la pedofilia, que trasgrede las leyes básicas de la cultura, proponiendo al niño como partenaire sexual posible del adulto.

La visualización abre paso a la posibilidad de la intervención social, que incluye, entre múltiples prácticas, el accionar psicoanalítico. Esto nos compromete en una posición crítica, apta para habilitar el cuestionamiento de las reglas y la violencia mercantiles, que se han transformado en naturales, y contribuir a hacer manifiestas aquellas modalidades destructivas sostenidas en pactos sociales, familiares y grupales de desmentida.

BIBLIOGRAFIA

Agamben, G. (1999) Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo, Valencia, Editorial Pretextos, 2000

Agamben, G.: (2003) Estado de excepción, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2007

Duschatzky, S., Corea, C.: (2002) Chicos en banda, Buenos Aires, Paidós

Fernández A. M.: (2006) “Las lógicas colectivas en el campo de problemas de la subjetividad”, Revista Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares, Buenos Aires, AAPPG, I, XIX

Foucault, M.: (1963) Prefacio a la trasgresión, Buenos Aires, Trivial, 1993.

Foucault, M. :(1981) Tecnologías del Yo y otros textos afines, Barcelona, Paidós Ibérica, 1990

Lewcowicz, I.: (2004) Pensar sin estado, Buenos Aires, Paidós, 2004

Rojas, M.C.: (2004) “Trauma, duelo e identidad”, Revista Cuestiones de Infancia, Buenos Aires, UCES

Rojas, M.C.: (2008) “Subjetivación/ desobjetivación: los movimientos de producción subjetiva en la sociedad contemporánea”, Presentación en Ciclo AAPPG “Pensando lo vincular”:

Rojas, M. C.: (2006) “Clínica de la adolescencia: una perspectiva sociovincular”, Actas Jornada Anual AAPPG

Rorty, R.:(1993) “Derechos humanos, racionalidad y sentimentalismo”, en Abraham, Badiou, Rorty: Batallas éticas, Buenos Aires, Edic. Nueva Visión, 1995

Ulloa, F.: (1995) La novela del psicoanalista, Buenos Aires, Paidós

Winnicott, D.:(1984) Deprivación y delincuencia, Buenos Aires, Paidós, 1991

No hay comentarios.:

Publicar un comentario