lunes, 22 de agosto de 2022

¿La encrucijada del escrache?

Cuando hablo de la encrucijada del escrache me refiero a la práctica que nos presenta más contradicciones que soluciones. El escrache en sí mismo no opera como solución al conflicto, pues esconde un pedido explícito al Estado: "hagan algo". 

En este sentido, el escrache como práctica oficia bajo dos modalidades. Por un lado, la exigencia de institucionalización del problema que acarrea el ejercicio de la violencia por motivos de género. Por otro lado, sirve como ejercicio de visibilización de un conflicto que nos atraviesa a todes sin distinción de edad, sector socio económico, etcétera. La práctica de la violencia sí tiene género, raza, edad, mas eso no quita que sea transversal y nos ocupe a todes en prácticas mínimas o explícitamente “violentas”. 

Desde este punto de partida me pregunto si existen, acaso, dispositivos que nos ayuden a salir de la encrucijada del escrache y aporte a la transformación efectiva de una sociedad que se maneja, sin dudas, bajo lógicas regidas por la violencia. Esos dispositivos ¿deben ser creados por la institución estatal? ¿por las propias organizaciones? Además de esto hablamos de prácticas que tienen su origen en grupos de feminidades que fueron víctimas de acoso, violencia, abuso y otras prácticas propias de un mundo patriarcal que concibe al cuerpo feminizado como objeto. Estas personas se vieron en muchas oportunidades en el deber de oficiar de “maestras ciruelas” del feminismo, pero además, de ser acusadas de destruir organizaciones. ¿Cómo no enojarse con las organizaciones cuando ante una situación de abuso otros varones (y otras compañeras) miran para el costado? Sin embargo, esta práctica que rodeó a muchas orgas entre el año 2017 y 2019 fue agotándose lentamente. Agotándose porque el Estado se vio en la obligación (bajo presión) de responder a esas demandas.

Fuente: Julia Pascolini

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