Lacan retoma la referencia de Freud a Fechner con relación al más allá del principio de placer. En su seminario II comenta Más allá del principio de placer, señalando con Freud el carácter fundamental del principio de placer, que fuerza al organismo a un principio de inercia (el término es de Fechner) según el cual todo exceso de excitación es descargado mediante una respuesta opuesta de igual magnitud, con el fin de mantener el nivel de excitación estable. Lacan señala que, en los términos de su época, a este principio se lo denomina homeóstasis. Pero lo que Lacan rescata del texto de Freud es que este último no se contenta con las referencias a la energética tal y como son pensadas por la ciencia de su época, sino que se percata de la paradoja a la que conduce el principio de inercia: La compulsión a la repetición propia del sistema inconsciente termina siendo dañina para el yo consciente. Es decir que, en la “máquina humana”, hay un mecanismo defectuoso que impide el funcionamiento ideal planteado por la psicología del yo, a la que Lacan critica rigurosamente en este texto. Lacan separa entonces al psicoanálisis tajantemente de la manera en que la medicina entiende la noción de estabilización, o sea en relación a un ideal de un funcionamiento adaptado al medio que garantizaría la supervivencia del organismo. Esta separación puede deducirse a partir del siguiente apartado: “Este sistema tiene algo que molesta. Es disimétrico, no pega. Algo escapa en él al sistema de ecuaciones y a las evidencias pertenecientes a las formas de pensamiento del registro de la energética, instauradas a mediados del siglo diecinueve” (p. 98).
Con todo, ya en su seminario III dedicado a las estructuras freudianas de las psicosis, Lacan retoma, en un principio, la noción de estabilización al nivel de la fenomenología para describir la evolución de la psicosis. Describe con ella uno de los estadios de la psicosis, en el que el sufrimiento del paciente a causa de sus síntomas cede en cierta medida, y le permite un relativo funcionamiento en el mundo. Este es el uso de la noción que encontramos en la siguiente cita:
El Presidente Schreber relata con toda claridad las primeras fases de su psicosis. Y nos da la atestación de que entre el primer brote psicótico, fase llamada no sin fundamento pre-psicótica, y el apogeo de estabilización en que escribió su obra, tuvo un fantasma que se expresa con estas palabras: sería algo hermoso ser una mujer sufriendo el acoplamiento. (p.92).
En esta cita, Lacan describe la historia de la enfermedad del Presidente Schreber en un período de tiempo separado en tres estadios: Un período pre-psicótico, el primer brote psicótico, y su consecuente estabilización. Intenta aislar el elemento que conecta la fase pre-psicótica con la aparición del primer brote. No obstante, este no es el único uso de la noción de estabilización en este seminario. Más adelante empleará este término de una forma completamente distinta:
¿Podemos hablar de compensación, y aún de curación, como algunos no dudarían en hacerlo, so pretexto de que en el momento de estabilización de su delirio, el sujeto presenta un estado más sosegado que en el momento de su irrupción? ¿Es o no una curación? Vale la pena hacer la pregunta, pero creo que solo puede hablarse aquí de curación en un sentido abusivo (p.125).
Si bien hace referencia al mismo estadio del que hablaba en la cita anterior, esta vez le da un giro particular al término estabilización. Nótese que en esta cita Lacan hace referencia a la estabilización del delirio del sujeto, y no de su conducta. A partir de esta distinción Lacan formula claramente la cuestión de saber si la estabilización del delirio implica la curación del sujeto psicótico, y responde inmediatamente que no parece que sea el caso. ¿Por qué? Porque el delirio no deja de portar la marca del desencadenamiento que lo precede, dando cuenta de que este último desbarata la cadena significante que estabilizaba la relación del sujeto con su realidad. Lacan denomina entonces al delirio como “sustracción de la trama en el tapiz” (p.128), pues da cuenta de la incoherencia del tejido significante que pierde su consistencia cuando es atacado por lo no simbolizado (forcluído) por el psicótico.
Vemos entonces cómo, en este pasaje, para Lacan la estabilización no está necesariamente ligada a la curación (tal y como esta es entendida por la medicina), y menos aún al efecto de la intervención del analista. Designa más bien una tendencia del fenómeno psicótico a detenerse en un cierto punto, el cual es pesquisable en un número de casos. ¿Qué es, entonces, lo que Lacan denomina “estabilización del delirio”? Recordemos que todo el análisis de Lacan en este seminario gira en torno del caso de Presidente Schreber.
Es por tanto en este análisis que debemos interpretar lo que significa la estabilización de un delirio.
En esta misma clase, Lacan define al fenómeno psicótico como “La emergencia en la realidad de una significación enorme que parece una nadería -en la medida en que no se la puede vincular a nada, ya que nunca entró en el sistema de simbolización- pero que, en determinadas condiciones puede amenazar todo el edificio” (p.124). Lacan insiste hasta el cansancio a lo largo de todo este seminario en subrayar el carácter significante de los fenómenos psicóticos que padece el Presidente Schreber. Así pues, el fenómeno psicótico afecta principalmente al edificio del lenguaje, y la estabilización debe ser pensada en este nivel. Esta tesis es enunciada por Lacan con todas sus letras en su texto De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis:
Es la falta del Nombre-del-Padre en ese lugar que, por el agujero que abre en el significado, inicia la cascada de los retoques del significante de donde precede el desastre creciente de lo imaginario, hasta que se alcance el nivel en que significante y significado se estabilizan en la metáfora delirante. (p.552)
Se trata del único pasaje de su obra en el que Lacan menciona explícitamente el término metáfora delirante. No obstante, recordemos que su texto De una cuestión preliminar resume el trabajo de su seminario de los años 1955-1956. En él, hace un desarrollo sobre la metáfora y su papel fundamental en la estructura del lenguaje, el cual como hemos visto es determinante para la comprensión de los fenómenos psicóticos. Al examinar el carácter significante de los fenómenos psicóticos, Lacan se percata que no hay nada en ellos que pase por el registro de la metáfora, tal y como esta fue estudiada por los lingüistas de su época. Vale la pena que nos detengamos en estos desarrollos.
Lacan describe la función de la metáfora en la estructura significante de la siguiente manera: “supone que una significación es el dato que domina y desvía, rige, el uso del significante, de tal manera que todo tipo de conexión prestablecida, diría lexical, queda desanudada” (p.313). Así pues, la metáfora da cuenta de uno de los procesos fundamentales del funcionamiento del lenguaje, mediante el cual el código prestablecido de antemano puede ser desordenado, de modo que se establecen nuevas conexiones que permiten la emergencia del significado. Lacan señala incluso que esta es una de las características que distinguen a los seres humanos del resto de los animales, pues estos últimos carecen de un orden significante prestablecido que les permita articular sus propios apetitos. Es el descubrimiento de las leyes de este orden y de su relación con el cuerpo humano lo que Lacan denomina “el sentido del descubrimiento analítico” (p.282).
La metáfora permite establecer lazos entre significantes a partir de el establecimiento de una identidad de sus funciones dentro de la sintaxis. Lacan ejemplifica esta tesis mediante su comentario de un verso de Victor Hugo: “Su gavilla no era avara ni odiosa”. En esta frase, el término “gavilla” viene a ocupar el lugar del sujeto, representándolo metafóricamente, y se le asignan sus cualidades, a saber, no ser ni avaro ni odioso. Es gracias al orden sintáctico prestablecido que la palabra “gavilla” (que de por sí significa haz, es decir, un objeto inerte que por definición no puede ser ni avaro ni odioso) viene a remplazar al sujeto en la frase dando lugar a una nueva significación. Lacan ilustra el funcionamiento de la metáfora mediante el siguiente gráfico, que denomina fórmula de la metáfora, o de la sustitución significante.
(Tomado de Lacan, 2009, p.533)
En este gráfico, Lacan ilustra como un significante (S) va a representar una significación desconocida (x) creando una nueva significación (s). $’ designa el significante elidido, el cual será remplazado por S. La elisión de $’ es la condición de éxito de la metáfora.
Es entonces esta función la que Lacan hecha de menos en los fenómenos psicóticos. Pero es necesario hacer una aclaración: No se trata de afirmar que el Presidente Schreber, como sujeto hablante que era, no fuera capaz de valerse de metáforas para hablar o para escribir poesía. Ciertamente algo de esa dimensión puede encontrarse en sus escritos. No obstante, si hablamos estrictamente de los fenómenos psicóticos que padecía (por ejemplo, de los “rayos divinos” que se comunicaban con él mediante una suerte de vínculo paranormal), entonces no podemos más que aceptar la justeza de la observación de Lacan.
Precisamente, estos rayos divinos se caracterizan por que tienen el deber de hablar, según el reporte que hace Lacan de lo expuesto por el Presidente Schreber. Pero lo notable es que esta es su única característica, pues por lo demás carecen de identidad, y en consecuencia es justo decir con Lacan que no son más que la entificación del significante. El mensaje que portan estos rayos no es en realidad ningún mensaje, en tanto carece de cualquier significación (no operan a un nivel metafórico), y se reduce a indicaciones acerca del uso del lenguaje. A este nuevo código delirante Schreber lo denomina, por mandato de las voces, Grundsprache, o “lengua fundamental”, como ha sido traducida al español. Diríamos entonces que, en el caso de este tipo de alucinaciones, el mensaje es el significante como tal, y no tal o cual significado. Este funcionamiento automático del lenguaje, si se nos permite la expresión, que caracteriza a los fenómenos psicóticos, nos enseña sobre la estructura del significante y su papel fundamental en el establecimiento de las relaciones del sujeto con la realidad. Lacan nos indica que son las leyes que determinan este funcionamiento las que deben guiar nuestro análisis de los síntomas neuróticos, la interpretación de los sueños, y nuestra comprensión de los fenómenos psicóticos; en oposición, por ejemplo, a los significados propios del sentido común y que en muchos casos no son más que los prejuicios del propio analista o terapeuta. Es en este sentido que entendemos las constantes críticas de Lacan a la noción de proyección tal y como fue desarrollada por los postfreudianos. Para los autores que caben bajo esta categoría y que son citados por Lacan, el núcleo del delirio de Schreber se encontraría en una tendencia soterrada a la homosexualidad, puesta en evidencia por su delirio transexualista. No obstante, tomado por esta vertiente, este fenómeno es forzado dentro de las categorías culturales sobre los roles sexuales y la supuesta normalidad sexual del ser humano, y se pierde por completo la vista sobre la función que este delirio tiene dentro de la lengua propia del sujeto.
Restarle importancia al significado y centrar la atención en el significante es, de acuerdo con Lacan, retomar la vía abierta por Freud para el análisis de las formaciones del inconsciente. Hasta este punto, Lacan desarrolla el concepto de metáfora desde un punto de vista lingüístico, si bien apuntando a su relación con los fenómenos clínicos que hemos mencionado. No obstante, Lacan realiza un avance con grávidas consecuencias para la práctica analítica cuando identifica a la metáfora con el proceso inconsciente denominado por Freud como “condensación”. Este avance saca a la metáfora de su contexto epistemológico, la lingüística, y lo convierte en un concepto clínico para ser usado por el psicoanálisis.
Ahora bien, en lingüística existe una oposición entre la metáfora y la metonimia. Mientras que la metáfora designa el proceso mediante el cual un significante viene en el lugar de otro, la metonimia es cuando un significante remite a otro en cuanto sus significaciones se superponen. Así, Lacan plantea el ejemplo de la palabra “choza”, que remite a “techo”, “suciedad”, “pobreza”, y a otras tantas palabras que hacen parte de su campo semántico. Lacan resalta que este es el nivel del nombre, que gira en torno de una significación que, sin embargo, sin metáfora no será capaz de atrapar. Para Lacan, la metonimia tiene una primacía en los fenómenos psicóticos, pues allí donde una significación es elidida (o, para usar los términos establecidos por la doctrina lacaniana, forcluída) de forma radical de la red simbólica, aparecen las alucinaciones en lo real que aluden a esa significación, pero sin poderla reducir. De esta forma se genera, por así decirlo, un derrame de significantes sin sentido que van consolidando un delirio, más o menos estructurado según el caso. Lacan retoma la oposición entre metáfora y metonimia de la lingüística, y la asimila a la oposición entre condensación y desplazamiento propia del psicoanálisis. También, como hemos visto, recalca la importancia de la metonimia para la comprensión de los fenómenos del significante propios de la clínica psicoanalítica, en contra de la vía metafórica del sentido. De este modo, establece un orden de adquisición de las funciones del significante. La metáfora presupone lógicamente la existencia de la metonimia. En otras palabras, para que haya significación primero deben haberse aprehendido las reglas que permiten las combinaciones de significantes. Retomando el verso de Victor Hugo analizado por Lacan, diríamos que primero es necesario saber qué es una gavilla para poder darle una nueva significación. En caso contrario, no se trataría sino de un sonido como otro cualquiera.
En este orden de ideas, la alteración de la función de la metáfora que es patente en los fenómenos psicóticos debe estar asociada, en ausencia de una afasia, a una alteración del orden simbólico. Continuando con su lectura del psicoanálisis apoyada en la lingüística, Lacan sitúa el momento de la adquisición del lenguaje en el momento, crucial para el sujeto humano, que el psicoanálisis ha denominado “Complejo de Edipo”. Para Lacan, de lo que se trata en ese momento es de instaurar un orden, y como todo orden solo puede ser pensado a partir del orden significante, entonces es seguro decir que este último se instaura a partir del complejo de Edipo. Lacan resalta una y otra vez a lo largo de su obra, desde su escrito sobre El Estadio del Espejo, la situación peculiar de la cría humana en relación con lo que el mundo material exige de él, y en comparación con las crías de otras especies. Estas últimas dan muestra, sin excepción, de una mayor preparación para los apremios de la vida que las crías humanas, y un menor grado de dependencia con respecto a sus progenitores. Este hecho que pertenece a la experiencia más elemental demuestra, por sí solo, que por su misma naturaleza la vida del ser humano requiere de un soporte externo a su cuerpo, sin el cual en el mejor de los casos aparecerá una forma de vida que difícilmente reconoceríamos como humana (véase el caso de los niños ferales).
No obstante, por más natural que sea la relación del hombre con sus semejantes, o precisamente por esa razón, no se produce sin violencia. Este forzamiento es señalado por Lacan mediante su postulado del estadio del espejo, en el cual la cría humana debe aprehender su propia imagen mediante aquella que le viene de su semejante. Es decir que, en principio, capta su propia imagen como algo externo, e incluso exótico. Los fenómenos psicóticos no pueden más que evocar esta situación, pues es común escuchar a los pacientes delirantes quejarse de que sufren todo tipo de alteraciones de su imagen corporal, a pesar de que para los ojos del resto del mundo esta última no se encuentre más trastornada que la de cualquier otra persona.
Esa imagen externa se vuelve entonces la base del yo. Lacan señala cómo este último no tiene una función “integradora”, tal y como aparece en la pluma de los postfreudianos, sino de dominio, resaltando su carácter fundamentalmente enajenador, necesario para el mantenimiento de las relaciones humanas, tal y como lo demuestran los descalabros imaginarios del psicótico, que aparte de la angustia a la que conducen generan un deterioro notorio, y en muchos casos catastrófico, de las relaciones del sujeto con la realidad.
¿Qué es lo que impide, en los sujetos no psicóticos, tal despliegue de la fantasmagoría que caracteriza a lo imaginario? Para Lacan a esta altura de su seminario, se trata del orden del significante que le pone un límite al deslizamiento de lo imaginario.
Lacan señala que este orden depende de unos cuantos significantes fundamentales sin los cuales la realidad del sujeto se deshace o nunca se conforma. Todo el lenguaje está constituido por un juego de alternancias entre presencias y ausencias, sonidos y silencio que hacen surgir la significación. Este ciclo se establece a su vez a partir de una alternancia fundamental para la supervivencia y el desarrollo del niño, vale decir la presencia y ausencia de la madre. Es en relación con esta última, que se encarga también de bañar al niño de significantes desde antes incluso de su nacimiento, que aparecen las primeras simbolizaciones del niño. No obstante, para que el registro del lenguaje humano sea instalado de manera definitiva, es necesario que se reconozca el lugar de la falta de la madre. El significante que típicamente viene en este lugar es el Nombre-del-Padre, que mediante una operación de metáfora significa la falta de la madre (la significación fálica). Retomando el gráfico de la metáfora que vimos anteriormente, Lacan ilustra este proceso de la siguiente manera:
(Tomado de Lacan, 2009, p.533)
De este modo, al despejar en el psicoanálisis la primacía del significado, y reconocer la estructura del significante que se impone en los fenómenos clínicos, Lacan refuta las concepciones ambientalistas de los psicoanalistas sobre la influencia de los padres como personas en los trastornos neuróticos o psicóticos. En esto es preciso decir que sigue la veta de Freud, quien por ejemplo no resalta en el caso del hombre de las ratas los méritos o los errores de los padres de su paciente, sino la forma en que ellos transmitieron, sin saberlo, ese cuestionamiento fundamental alrededor del cual se formaría el mecanismo fabuloso de la neurosis obsesiva, sin la participación consciente del paciente. En estos términos, es necesario notar que desde una perspectiva psicoanalítica ciertamente no se puede promover el maltrato infantil, pero tampoco se puede argumentar que los síntomas neuróticos o que los fenómenos psicóticos sean consecuencia directa del maltrato o la alcahuetería en el proceso de crianza del niño. Es su énfasis en el significante y sus leyes lo que separa al psicoanálisis tajantemente de una pedagogía o de una ciencia de parvulario.
Pues bien, la tesis fundamental de Lacan en su seminario III en cuanto a la psicosis es la siguiente: Es el hecho de que, por alguna razón, el sujeto no se las vio con el significante del Nombre-del-Padre durante una época crucial lo que explica el fenómeno psicótico. Valiéndose de la terminología freudiana, Lacan señala el papel de la Bejahung, la afirmación primordial que, al ser negada, constituye el corazón de la neurosis por su insistencia tras bambalinas desde lo inconsciente, de un significante que se repite por haber sido reprimido del sistema consciente. Tal afirmación está ausente en la psicosis, lo que conduce a un funcionamiento del inconsciente distinto a la que es causada por la represión. Al rechazo de ese significante primordial Lacan lo llamará verwerfung, o forclusión, como ha sido traducido al castellano (también se ha usado el término “preclusión”).
Ante la falta de ese significante fundamental, toda vez que algo en la experiencia de ese sujeto evoca el vacío de la significación fálica, este se impone en lo real bajo la forma de un significante que se impone en cuanto tal, sin posibilidad de adquirir una significación, pues no es registrado por el sujeto. De allí que se presente como voz que el sujeto no reconoce como propia. Este fenómeno produce un desorden simbólico y, en consecuencia, un caos imaginario pues deja al sujeto inerme frente a la violencia que implica para el ser humano su vida en sociedad.
Pero, ¿por qué no todos los psicóticos presentan estos trastornos desde el momento mismo en que fracasa la inscripción de la significación fálica? Hay una latencia entre la falla estructural y los trastornos psicóticos que merece una explicación. De acuerdo con Lacan, esta latencia se da porque de todos modos el sujeto psicótico puede lograr, mediante identificaciones, una compensación (el término es de Lacan) que le permita vivir en el mundo como una persona “normal”. Es de notar que esta explicación se adapta singularmente bien al caso del Presidente Schreber. Pues no se tiene registro que antes de su desencadenamiento él se hiciera algún cuestionamiento relevante sobre su identidad como ser sexuado. Lacan plantea que una identificación con modelos masculinos le puede permitir a un sujeto como el Presidente Schreber comportarse e incluso pensar como un hombre, pero al carecer del significante del vacío no se establecería la distancia necesaria entre estas imágenes y el sujeto como tal, quedando capturado por la basculación propia del registro imaginario, inestable por naturaleza.
Todo este sistema correría entonces el riesgo de venirse abajo cuando el psicótico se ve forzado, en la realidad, a confrontarse cono ese lugar vacío que establecería la distancia con la relación dual, imaginaria, pues como su significado nunca fue registrado, desencadena una respuesta en lo real que, como hemos dicho, el psicótico no puede reconocer como propia. De acuerdo a la distinción que hemos venido haciendo de los distintos registros que despliega Lacan, y de su papel en la clínica psicoanalítica, es necesario señalar que no se trata aquí para el sujeto, forzosamente, de ser confrontado por un padre cualquiera o incluso por la paternidad. Lacan afirma que de lo que se trata es de encontrar Un-padre. Incluso llega a dar la siguiente indicación clínica: “Búsquese en el comienzo de la psicosis esta coyuntura dramática” (p.552). Un-padre se refiere, de acuerdo a lo expuesto hasta el momento, a la encarnación de ese lugar que es el del lenguaje como tal. Cuando este lugar del vacío aparece, literalmente, en lugar de mediar entre el sujeto y sus relaciones imaginarias, estas últimas no soportan el peso y se desploman. En el caso del Presidente Schreber, este momento sucede en un primer momento frente al fracaso de su candidatura al Reichstag, y de manera definitiva luego de su nombramiento, un tanto inesperado, como Presidente del senado. Ambas experiencias ciertamente ponen en cuestión la existencia que tenía hasta el momento, tanto más cuanto le exigían la asunción del papel de ser el agente del mantenimiento de la ley. La respuesta de Schreber es un delirio que lo coloca en la posición de ser el objeto, en un primer momento reticente y más tarde voluntario, de un padre avasallador que quiere gozar de él. El proceso mediante el cual se produce este viraje es lo que Lacan resume cuando afirma “que significante y significado se estabilizan en la metáfora delirante” (p.552). Lacan lo ilustra mediante el siguiente esquema, el esquema I4:
4 Conviene señalar que para el despliegue de la información contenida en este intrincado gráfico, nos hemos ayudado de la lectura realizada por Acosta & Jacinto (2011). Del mismo modo, es preciso decir que no desarrollaremos exhaustivamente este esquema, que a su vez se basa en el esquema R, sino que nos enfocaremos simplemente en lo que corresponde al mecanismo de la metáfora delirante.
(Tomado de Lacan, 2009, p.533)
Po y Φo dan cuenta de la forclusión, indicando la brecha (la parte sombreada del gráfico) que existe entre el significante fundamental y la significación que estabiliza la realidad del sujeto. No obstante, dicha brecha deforma las líneas de lo simbólico (Po) y de lo imaginario (Φo), abriéndolas hacia el infinito, lo cual es representado aquí mediante dos asíntotas simétricas. La que corresponde al campo de lo simbólico se encuentra del lado del Otro del sujeto (M), el Dios que le impone a Schreber las significaciones, que lo martiriza, y que goza de él. Frente a esta asíntota se encuentra la otra, del lado de lo imaginario y del yo del sujeto (m). El encuentro entre el yo y el Otro, teñido en el delirio de una connotación mortífera debido al descalabro imaginario, se encuentra entonces aplazado indefinidamente mediante el recurso a una significación delirante, “ser la mujer de Dios”, que viene en el lugar del Nombre-del-Padre faltante por la vía del ideal (Dios). Esto permite delimitar de cierta manera las relaciones entre el sujeto y el otro. En efecto, el gráfico apunta a mostrar la separación lograda entre m y M, pero lograda virtualmente, pues en todo caso esa unión con el Dios que exige la castración de Schreber se deja suspendida para un futuro incierto, en el que el orden de las cosas volvería a su justa medida mediante el sacrificio de su propia persona.
Vemos entonces todo un viraje en la posición de Schreber, que va desde la imposición de una significación inapelable (ser una mujer sufriendo el acoplamiento), hasta la asunción de esa significación elidida por el desvío de la metáfora delirante (ser la mujer de Dios). El análisis del delirio de Schreber a partir desde la perspectiva del significante en su estructura permite ordenar y resaltar las relaciones entre toda una serie de fenómenos que la mayor parte de las veces suelen considerarse nada más que disparates sin sentido, fruto de una enfermedad. No obstante, reconocer el plano del significante en cuanto tal, desligado de su dimensión de sentido, implica un cambio de perspectiva radical en la forma de concebir la psicosis. Otro punto importante que el análisis de este capítulo pone de plano es el hecho de que el orden significante se desentiende, por así decirlo, del bienestar del organismo. El esfuerzo de Lacan en los textos que hemos tomado es, a partir de las nociones freudianas, demostrar mediante la psicosis la tesis de que los asuntos humanos dependen, a un nivel esencial, del significante. Si admitimos esta tesis y desarrollamos sus consecuencias, sería necesario distinguir entre lo que la estructura del significante exige para su estabilización, y la homeóstasis del organismo necesaria para continuar la vida. El desencuentro entre ambos órdenes es lo que justifica la existencia del psicoanálisis y la acción del analista.
DISCUSIÓN
Conviene recordar que, a la altura del seminario III y por la fecha en que escribió su texto Sobre una cuestión preliminar, el afán de Lacan era despejar el campo del psicoanálisis de los equívocos introducidos por los analistas que vinieron después de Freud, devolverles a los conceptos desarrollados por este último su filo para la clínica analítica, y demostrar la función esencial de significante en el psiquismo humano. Por tal razón, se dedica con ahínco a su “retorno a Freud”, fórmula que según Lacan mismo significa leer a Freud al pie de la letra. De allí que en su seminario III no de muchos avances sobre el problema clínico por excelencia de la clínica analítica con pacientes psicóticos, vale decir, el manejo de la transferencia. Su texto se llama Una cuestión preliminar…, pues no se ocupa del tratamiento como tal del paciente psicótico. En este mismo texto afirma que: “Decir lo que en este terreno podemos hacer sería prematuro, porque sería ir ahora “más allá de Freud”, y la cuestión de superar a Freud ni se plantea siquiera cuando el psicoanálisis ulterior ha vuelto, como hemos dicho, a la etapa anterior” (p.557).
Ciertamente, Lacan no resuelve el problema de la psicosis. Tampoco permanece con la misma opinión al respecto a lo largo de su enseñanza, sino que en las dos décadas siguientes realizará algunas correcciones, comentarios, y añadirá nuevas perspectivas que abrirán nuevas posibilidades para el psicoanálisis. No obstante, el seminario III continúa siendo una referencia obligatoria para el tratamiento del problema de la psicosis desde una perspectiva psicoanalítica, y una referencia teórica que subvierte las concepciones tradicionales sobre la locura, aún hoy, 60 años después. La concepción del significante como determinante para el entendimiento del fenómeno psicótico es una tesis fértil de posibilidades y congruente con los datos clínicos de la experiencia, brindándole a los analistas herramientas para pensar e intervenir sobre la psicosis que siguen siendo útiles hoy en día. Si en su mayor parte estos efectos se han visto reducidos a los círculos más o menos cerrados de los analistas, es a ellos a quien es necesario interrogar sobre su posición con respecto a la locura en el mundo contemporáneo.
Conviene, no obstante, darle una perspectiva a este análisis mediante los desarrollos posteriores a Lacan, así sea a grandes rasgos. Acosta & Jacinto (2011) apuntan que, en 1966, Lacan añade una nota a pie de página a su texto De una cuestión preliminar, en la que señala que la estabilización de la realidad se realiza a partir de la extracción del objeto a, consecuencia de la castración. Ya hemos explicado como para Lacan, a la altura del seminario III, es necesaria una violencia que le permita significar el vacío que le otorgue a la estructura la capacidad de trasponer sus términos. No obstante, Lacan en este seminario pone el énfasis en el agente de esta operación. El concepto de objeto a le permite, por el contrario, pensar lo que sucede del lado del paciente de la castración, y es justo decir que este concepto genera un reordenamiento de los elementos que ha organizado mediante sus construcciones teóricas.
Una inversión análoga sucede en el seminario III. Cuando leemos los seminarios de Lacan, lo que encontramos es un trabajo continuo que vuelve una y otra vez sobre sí mismo. En sus seminarios anteriores, Lacan se había ocupado de estudiar el complejo de Edipo estrictamente freudiano, con sus consecuencias para la práctica analítica y la neurosis. La psicosis, al ser un problema que el mismo Freud legó a la posteridad, requería de una lectura distinta del Edipo, una lectura por así decirlo a contrapelo, evaluando los efectos de una distorsión en esta encrucijada esencial para el establecimiento de las relaciones del ser humano con la realidad. Los frutos de esta reflexión le permitirán entonces a Lacan cuestionar el estatuto del complejo de Edipo en su sentido clásicamente freudiano, lo cual llevará a cabo más adelante en su obra.
De este modo, llegamos al que quizás sea el mayor avance de Lacan con respecto a la psicosis después de su trabajo del seminario III (o por lo menos es reconocido como tal por los autores que hemos citado en nuestra sección de antecedentes). Se trata de la función de la suplencia y del sinthome desarrollados en su seminario XXIII. Estas nociones presuponen, como lo mencionan Soler (2004) y Almeida (2017), que existan alternativas al Nombre-del-Padre y que, aun ante la falta del significante primordial, sea posible encontrar maneras de sostener un orden compatible con la vida, por precario que sea. No obstante, también es importante resaltar que Lacan no vuelve a hacer referencia a la noción de estabilización de la psicosis, y su única referencia a este tema en específico es lo referente a la metáfora delirante; si bien es cierto que, como hemos dicho, replantea su concepción sobre la psicosis más delante en su obra, solo que no ya a partir de la noción de estabilización.
En suma, es posible afirmar que el seminario III y la noción de estabilización a partir de la metáfora delirante son puntos de viraje esenciales que permitirán la aparición de lo que algunos autores (como Ramírez (2008) y Almeida (2017)) llaman la clínica de las suplencias. Por más que Lacan haya dejado la cuestión del tratamiento como tal de la psicosis en suspenso, los puntos avanzados durante esta época le permitieron hacer avances para repensar toda la clínica psicoanalítica, incluido el tratamiento de la psicosis -a pesar de que la distinción entre las estructuras clínicas tiende a diluirse en favor de otras distinciones.
Ahora bien, con respecto a las cuestiones que nos planteábamos al comienzo de este trabajo a partir de la revisión de los antecedentes, podemos sacar algunas conclusiones.
En primer lugar, salta a la vista la diferencia entre la noción médica de estabilización y la noción psicoanalítica. Esta última depende del orden significante y no puede ser leída en los fenómenos como tales -a no ser que se los examine en su dimensión significante.
La estabilización de la psicosis a partir de la metáfora delirante en psicoanálisis hace referencia al ordenamiento de las significaciones propias del fenómeno psicótico en torno de una metáfora que permita una asimilación subjetiva de la significación elidida por la forclusión. Esta estabilización es por tanto en cierta medida independiente de las convenciones sociales y de la homeóstasis del organismo, por lo que un sujeto con una conducta estable (por ejemplo, un catatónico) puede en realidad encontrarse más lejos de la estabilización por la metáfora delirante que un sujeto con una conducta anormal (un sujeto con un trastorno delirante, por ejemplo).
La metáfora delirante hace parte, por así decirlo, de la historia natural de algunas psicosis, y ocurre perfectamente sin la intervención del analista. Como hemos dicho, Lacan no pretende promover a esta altura de su enseñanza ninguna concepción sobre la cura del psicótico, por lo que en ningún momento plantea la necesidad de que el analista promueva o no dicha estabilización. Por otra parte, aplica los métodos de investigación del psicoanálisis para el estudio de los fenómenos psicóticos, e invita a mantener una posición receptiva frente a este último, indicaciones que no dejan de tener su valor clínico y su utilidad.
La estabilización del delirio mediante la metáfora delirante no es una solución definitiva, tal y como lo prueba el caso del Presidente Schreber. No obstante, pone de plano el hecho de que una solución que se valga del significante es posible, si bien no para generar sujetos bien adaptados a su medio socio-laboral, por lo menos sí para detener el proceso de hundimiento del mundo al que conduce en muchos casos la psicosis, y que en todo caso le permita hacer parte, así sea marginal, del delirio compartido de la humanidad. Para estos fines, personajes como el Presidente Schreber poseen ciertamente una visión privilegiada, capaz de enseñarnos sobre los fundamentos de este delirio -por poco que lo sepamos escuchar.
Fuente: ALEJANDRO CRUZ TRUJILLO (2020), LA METÁFORA DELIRANTE COMO FORMA DE ESTABILIZACIÓN EN LA PSICOSIS
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