La discusión que se inaugura formalmente en 1953 —aunque sus antecedentes se remontan algunos años antes— se sostiene, al menos, en dos coordenadas principales. Por un lado, se trata de un debate acerca de los conceptos del psicoanálisis; por otro, pone en juego una perspectiva política en el sentido específico en que dicho campo se estructura dentro del psicoanálisis. En términos generales, podría decirse que la historia del psicoanálisis es también la historia de sus instituciones, puesto que estas se edifican según una cierta manera de leer —o dejar de leer— sus fundamentos.
Lacan denuncia allí un proceso de burocratización que, más que un mero problema administrativo, encubre un estancamiento del saber. Se presuponen verdades incuestionables y se delimitan zonas que no deben ni pueden ser interrogadas. El desplazamiento consiste entonces en abandonar el trabajo sobre los fundamentos para reemplazarlo por un panegírico del psicoanálisis.
En contraposición a esta tendencia, la posición de Lacan consiste en un retorno a los fundamentos, movimiento que retoma en 1964. Ese retorno apunta a reubicar el costado subversivo del descubrimiento freudiano, sin omitir la interrogación de los impasses que pueden leerse en la obra de Freud: lo femenino, la función paterna, el falo, la sexualidad, entre otros.
Un aspecto novedoso de este planteo es que, al articular las dos coordenadas antes mencionadas, Lacan puede afirmar que un analista dirige la cura según el concepto que tiene de los conceptos. Es decir, que su acción dice más que sus enunciados; es su práctica, y no su declamación, la que revela su posición.
Este punto es decisivo, ya que lo que se pone en discusión es la estructura misma de la formación analítica. Desde Freud, el análisis personal del analista constituye el eje principal de dicha formación. ¿Qué consecuencias conlleva, entonces, elegir un analista por razones ajenas a la transferencia? La pregunta cuestiona directamente el ejercicio de un poder institucional representado, por ejemplo, en la existencia de listas predeterminadas y exclusivas.
En algún lugar —que ahora no logro precisar— Lacan afirma que, en última instancia, los desvíos en el psicoanálisis no son sino efectos de un problema en la transferencia con Freud. Este señalamiento, lejos de ser anecdótico, reintroduce el corazón del debate: la formación del analista no se dirime en la burocracia, sino en la relación viva con los fundamentos del psicoanálisis.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario