martes, 19 de diciembre de 2017

Tiempo y dinero en el encuentro psicoanalítico.

Juan Guillermo Uribe

La primera pregunta que surge cuando se ponen juntos los significantes ”tiempo” y “dinero” en el encuentro psicoanalítico, es: ¿pueden ser tratados como simples condiciones de una transacción de servicio profesional? Otra pregunta se relaciona con las leyes de la economía y su aplicabilidad al dispositivo analítico: ¿el valor de uso y el valor de cambio de la economía condicionan lo que se desarrolla en este dispositivo? En general, la comunidad analítica se ha guiado por el escrito de Freud: “Sobre la iniciación del tratamiento”, de 1913, pero, con el paso del tiempo, cada analista ha decidido el monto de la transacción como parte de un acuerdo privado entre él y el analizante. El tiempo y el dinero son significantes que, algunas veces, circulan entre analizantes y analistas como elementos tomados fuera de contexto, como si pertenecieran a un catálogo comercial: analistas costosos, sesiones cortas, regulaciones por los efectos inflacionarios; pago en otras monedas…. ¿Desde qué lugar teórico, coherente con el dispositivo analítico, se determinan el tiempo de la sesión y su pago? 



Examinemos los consejos de Freud en el artículo citado de 1913. Lo primero que se pone en consideración, es que la práctica del analista tiene el mismo estatuto de una práctica médica. Es más, Freud compara la neutralidad del analista con la objetividad del cirujano:“[…] que deja de lado todos sus afectos y aun su compasión humana, y concentra sus fuerzas espirituales en una meta única: realizar una operación la más acorde posible a las reglas del arte.” (Freud, 1980: 114)

Freud habla de “contratar” una hora de sesión y su frecuencia semanal. Es más, compara los honorarios con: “Esta estipulación, que en nuestra buena sociedad es considerada natural para el profesor de música o de idiomas, en el caso del médico quizá parezca dura o aún indigna de su profesión.” (p. 128) Hay un cierto toque de ironía en esta observación de Freud: ¿Por qué la “buena” sociedad considera natural una estipulación económica con un profesor de música, pero no lo consideraría adecuada para el caso del médico? Parece evidente que la condición “humanitaria” del médico le exigiera restricciones en cuanto al dinero… No obstante Freud defiende las condiciones económicas de “[…] la existencia material del médico`” (p.128)

No escapa a Freud la condición significativa del dinero y su relación con aspectos reprimidos de la vida sexual. Con agudeza observa:“ […] que el hombre de cultura trata los asuntos de dinero de idéntica manera que las cosas sexuales, con igual duplicidad, mojigatería e hipocresía.” (p.132) Por eso concluye Freud que el médico estará en una posición diferente a la del paciente, pues tratará las relaciones monetarias:“[…] con la misma natural sinceridad en que pretende educarlo para los asuntos de la vida sexual.” (p. 132)

Finalmente, Freud se extiende en sus observaciones sobre el tratamiento y su iniciación, en asuntos como la inasistencia del paciente a la sesión, la duración de la misma, la frecuencia, las deudas; la inconveniencia de lo gratuito del tratamiento y la necesidad de ensayar algunos tratamientos y de dejar claro lo imposible de predecir su duración.

Ahora, ¿qué modificación introduce Lacan en estas condiciones? Lo primero que hace Lacan es formular su punto de vista sobre la duración de la sesión. Se opone al sentir de la comunidad analítica, y sin consideración con el objeto tiempo, lo alarga o acorta de acuerdo a consideraciones intrínsecas del acto y su significación. La relación duración/costo es suprimida. La sesión puntuada o corta, como efecto de la consideración de las formaciones del inconsciente, se privilegia.

El sentido a posteriori propio de la estructura del lenguaje es el que determina la categoría del tiempo. Son las razones intrínsecas del acto analítico las que orientan las consideraciones sobre tiempo y costo. La lógica inconsciente, si bien transcurre en el tiempo cronológico, se guía por leyes referidas a la significación que emerge por efecto de la libre asociación, y no solamente a las cantidades de información o “verbalizaciones”, como las nombra la psicología. De este modo, lo que en la economía se nombraría costo/beneficio, es suprimido para pasar a consideraciones intrínsecas a la lógica del significante, el despliegue de la pulsión y el “plus-de-goce” que afecta el decir.

Debe tenerse en cuenta que al haber introducido Lacan una nueva teoría de la interpretación, especialmente con la noción de La lalengua, la significación y el sentido, son afectados en relación al discurso común. Aunque este concepto no está desde el comienzo, ni se lo utiliza como prueba relacionada con el tiempo o el costo, es más bien el efecto retroactivo que produce, el que permite vincularlo como solidario del asunto de la interpretación y el tiempo lógico de la sesión. Lacan, contra el sentir común de los analistas de su tiempo, privilegia una lógica diferente en relación al enunciado y la enunciación. Su teoría del sujeto del inconsciente, como efecto del lenguaje, lo lleva necesariamente a deconstruir las nociones de tiempo y costo en el acto analítico. No tiene sentido tasar los efectos del inconsciente en el ámbito de la transferencia, y asignarles un costo… Si bien Freud consideraba un tiempo más o menos equivalente a una hora, Lacan deduce que el a posteriori del sentido es el que regula el uso del tiempo. No escapaba este efecto tampoco a Freud, así nos dice: “No se debe olvidar que la más de las veces uno tiene que escuchar cosas cuyo significado solo con posterioridad (nachträglich) discernirá.” (Freud, 1980: 112)

Con las consideraciones sobre el tiempo lógico, Lacan elucida el tiempo gramatical propio del inconsciente: el futuro anterior en francés, equivalente a nuestro antefuturo en español. En la “Proposición del 67”, sobre el analista de la Escuela, publicada en el Anuario de los Foros, cada dos años, dice: Que sepa lo que yo no sabía sobre el ser del deseo, lo que tiene que ver con él, llegado al ser del saber, y que se borre.” Proposición que afecta tanto al analizante como al analista como sujetos del inconsciente y de su articulador, el lenguaje. Esta formulación impersonal de Lacan no permite esclarecer el sujeto del enunciado en dicha proposición. En se juega con modos y tiempos gramaticales diferentes: el subjuntivo, “que sepa” ―el subjuntivo es modo de expresión de anhelos, deseos―, en el cual hay una “anticipación”, y el tiempo imperfecto, “yo no sabía…”, una “retroacción” ―tiempo de una acción que aún no ha terminado―, lo que produce un efecto de ruptura con el presente, el pasado y el futuro, y, sin embargo, es un tiempo lógico.

Lacan, en el Seminario I (1953-54), en la lección del 7 de abril de 1954, para distinguir el registro imaginario del registro simbólico y el efecto que producen sobre la significación de la existencia del sujeto, separa lo que es del orden del desarrollo, (Entwickelung), de lo propio del orden de la historización (Geschichte), y dice:

“Precisamente, el pasado y el porvenir se corresponden. No en cualquier sentido, no en el sentido que ustedes podrían creer que el análisis indica, a saber del pasado al porvenir. Por el contrario, justamente en el análisis, porque la técnica es eficaz, se sigue el buen orden: del porvenir al pasado. Podrían creer ustedes que están buscando el pasado del enfermo en el cubo de la basura, mientras que al contrario, es porque el enfermo tiene un porvenir que ustedes pueden seguir en sentido regresivo.” (Lacan, 1981: 237-38)

El paso del tiempo cronológico, orientado por el antes y el después en el correr diacrónico, es cortado por el efecto sincrónico de la emergencia de una formación del inconsciente. El lapsus ejemplifica claramente este hecho. La estructura de cadena del significante permite que en el intervalo se produzca la emergencia de elementos nuevos e inéditos.

Según las anteriores consideraciones, el tiempo de la sesión no es ni corto ni largo. Habrá que precisar lo que significa y el alcance de la llamada “sesión corta”, pues tal vez, el adjetivo “corta”, no esté lejos del verbo “cortar”, lo que le da su verdadero sentido dentro del dispositivo, pues la función del analista es de corte y puntuación. El corte permite el intervalo en el cual se vislumbra algo del objeto. Es llamativo que el elemento común que encontraron los analistas de la internacional, fuera la duración de la sesión, como un ritual que rememoraba el consejo de Freud de “contratar” una sesión como una intervención profesional de tiempo acordado. A pesar de la confrontación institucional de la práctica de Lacan con respecto a la sesión, fueron acortando el tiempo “oficial”, de una hora, a cuarenta y cinco minutos, y de ahí a media hora… Más por efecto de rutina, o quizás de fatiga, que por una reflexión extraída de la teoría misma.

En conclusión, el tiempo del inconsciente en el acto analítico, es un tiempo lógico, dado que corresponde a la naturaleza del acto que vuelve siempre a un a posteriori para su comprensión. Seguramente, el acto necesita un apoyo en el tiempo y en el transcurrir diacrónico y sincrónico, pero ¿cuánto? No hay respuesta que venga de fuera del dispositivo mismo. Esto de por sí se sale de las leyes de la economía. No se trata del tiempo consumido contra el precio de ese tiempo que habría que pagar. El acto analítico pasa así a un lugar de extraterritorialidad en relación al mercado y sus leyes. De ahí que el intento gubernamental de regular el psicoanálisis como si fuese una psicoterapia psicológica más, que se compromete contractualmente con “el cliente”, a reponer su yo en la situación anterior de bienestar, no tiene cabida en el dispositivo analítico. Esta forma de psicoterapia de origen psicológico, está enmarcada en los principios contractuales del derecho comercial: un experto, un trabajo, un producto, una duración y un precio. Se puede entender por qué es necesario enfatizar en la diferencia específica entre la práctica del psicoanálisis y las distintas prácticas terapéuticas de la psicología.

Volvamos a la pregunta ¿Qué es, entonces, lo que se paga en el acto analítico? No podemos responder que se paga por el tiempo consumido, aunque el analista pasa mucho tiempo en su lugar de consulta. En “La dirección de la cura y los principios de su poder” (1958), Lacan hace algunas consideraciones sobre el tema del “pagar”, indicando que en esta empresa, pagan tanto el paciente con sus dificultades, como el analista:

El analista también debe pagar:
-pagar con palabras sin duda, si la transmutación que sufren por la operación analítica las eleva a su efecto de interpretación;
-pero también pagar con su persona, en cuanto diga que, diga lo que diga, la presta como soporte a los fenómenos singulares que el análisis ha descubierto en la transferencia;
-¿olvidaremos que tiene que pagar con lo que hay de esencial en su juicio más íntimo, para mezclarse en una acción que va al corazón del ser (Kern unseres Wessens, escribe Freud): sería él el único allí que queda fuera del juego? “(Lacan, 1984: 657)

Como puede entenderse, hay una completa subversión del tema dinero y el tiempo en el acto analítico; más de esta reflexión tampoco se puede concluir, que el pago no se tiene en cuenta. En el mismo escrito que comentamos, Lacan habla de un pago generoso de parte del analizante: “Pues si el amor es dar lo que no se tiene, es bien cierto que el sujeto puede esperar que se le dé, puesto que el psicoanalista no tiene otra cosa que darle. Pero incluso esa nada, no se la da, y más vale así: y por esa nada se la pagan, y preferiblemente de manera generosa, para mostrar bien que de otra manera no tendría mucho valor.” (Lacan, 1984: 598)

Del mismo modo, no hay en el dispositivo un efecto de aprendizaje de tipo didáctico. Si fuera así, podría pensarse en un costo de aprendizaje, como en un curso o una técnica. La experiencia del propio inconsciente no puede tasarse en términos de costo/beneficio, como si fuera un objeto del mercado. Tampoco se paga por una formación del inconsciente: un lapsus, un sueño, una ocurrencia. Tanto el analista como el analizante son sujetos del inconsciente, aunque en posición disimétrica: el analista sostiene el ágalma como semblante de objeto, lo que viene a encarnar la equis (x) del deseo del analista, y el analizante, atraído por ese semblante, opera su demanda impulsado por el deseo. Demanda al analista tanto el significante como el objeto, al vislumbrar en ellos en su propia historia y en su fantasma, sostén del deseo.

¿Se paga, entonces, por ese objeto? Pero, ¿a quién? De acuerdo a este recorrido, se ve claro cómo en el acto analítico no entran en juego las variables de la mercancía. No hay mercancía aunque sí hay objeto, pero es un objeto, que, aunque se mueva en el mercado, o se mueva con su plus-de-goce, no puede ser aprehendido en el inventario de los objetos de la necesidad. El objeto que el psicoanálisis descubre es el objeto que causa el deseo, es objeto perdido desde siempre, y su existencia es como vacío. El amor de transferencia se manifiesta desde el comienzo como demanda de amor dirigido al analista. En los primeros momentos la demanda puede estar especialmente cargada de aspectos imaginarios conectados con el pasado del analizante. Luego, poco a poco, la carga imaginaria cede a los aspectos referidos en la manifestación de los determinantes de la historia del analizante y el vínculo de estos con los movimientos pulsionales. El algoritmo de la transferencia, escrito por Lacan, produce su efecto en tanto el analista cumple su función de mantener la incógnita de su deseo. Pero tampoco el dinero se implica aquí porque no se paga por esa nada, tal como lo presenta Lacan y lo referimos en la cita anterior.

¿Cuál es el significante que nombra el dinero en el dispositivo analítico? El dinero en este contexto no tiene categoría de “tarifa”, como en un taxi en el que se lleva una contabilidad del gasto de combustible, del equipo, del tiempo del conductor. Tampoco se trata de “honorarios”, ya que son los diferentes colegios de profesionales los que determinan el precio de sus servicios. Tampoco “estipendio”, que es el nombre del pago por servicios litúrgicos. Queda, entonces, un lugar para pensar el pago, y es del lado del “don” como acto de reconocimiento del otro en un gesto de desprendimiento que implica pérdida y, en no pocas veces, renuncia pulsional: consentir al deseo, supone una pérdida de goce.

Cuando cualquier analizante emprende el camino de un análisis, está partiendo de dos suposiciones, una de carácter imaginario con la atribución de saber al analista, y otra, que proviene de la vertiente simbólica y que supone que hablar en el dispositivo puede ayudar a tramitar algo del sufrimiento que motiva la consulta. Estas dos suposiciones tienen el carácter de una “apuesta” en la cual el analizante se juega un pago. Planteado de esta manera, el intercambio de palabras, de tiempo y dinero en el dispositivo analítico, deja el campo a la particularidad de la experiencia.

Del recorrido anterior, se pueden extraer algunas conclusiones:
1. Según la concepción que se tenga del inconsciente, se puede obtener una manera de tratar el tiempo y el dinero en los análisis.
2. De esta concepción dependerá la especificidad del acto propia al dispositivo analítico.
3. La concepción de acto implica, necesariamente, una suposición respecto a la ética del psicoanálisis: ética del bien decir; separación de las posiciones dirigidas al bien del otro o a los bienes de la vida. Cada uno sabrá de eso de acuerdo al fantasma y a la posición pulsional.
4. Por eso, inconsciente, repetición, y transferencia deben ser los puntos de orientación en la concepción del tiempo y el pago.

Referencias bibliográficas
Freud, S. (1980) “Sobre la iniciación del tratamiento”. En: J. Strachey (Ed.) Obras
completas, Vol. XII. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu (Trabajo original publicado
en 1913).
_________ (1980) “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico”. En: J.
Strachey (Ed.) Obras completas, Vol. XII. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu
(Trabajo original publicado en 1912).
Lacan, J. (1981) El Seminario de Jacques Lacan, Libro1: Los escritos técnicos de Freud.
Buenos Aires: Paidós.
_______ (1984) “La dirección de la cura y los principios de su poder”. En: Escritos 2.
México: Siglo XXI.

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