Lacan sitúa la posición sexuada del fóbico como una posición pasiva. Lo retrata como "esa gente encantadora que esperan que las iniciativas vengan del otro lado — esperan, por decirlo todo, que les quiten los pantalones”, El fóbico varón no padece el afán de la conquista, sino que se pone a la espera de la iniciativa femenina.
A diferencia del fóbico, el obsesivo procura sostener el semblante masculino, la impronta de conquistador, de “ir al frente”, aun cuando a la hora de la verdad termine retrocediendo de alguna forma sintomática. El fóbico, en cambio, renuncia abiertamente a tal semblante. El varón fóbico no se identifica a la figura del varón viril, no se propone por la vía de la impostura como teniendo el falo, y, por lo tanto, temiendo perderlo, sino que se ofrece siendo el falo que completaría a la partenaire.
Se supone con frecuencia que es el el fóbico quien evita de modo más directo el encuentro con una mujer. Propongo, que el fóbico padece de un camino difícil para el encuentro, pero no lo evita. Si el aguante es la impostura obsesiva, que decanta en una comunidad de varones, el fóbico, apartado de la manada de los varones, juega más bien con la figura moderna del popstar que hace caer a las fans en sus redes.
(Adelanto del libro de Luciano Lutereau "Jim Morrison, un fantasma femenino")
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