El afán de poder que caracteriza a la
clase gobernante de todas las naciones es hostil a cualquier limitación de la soberanía
nacional. Este hambre de poder político suele medrar gracias a las actividades de otro
grupo dominante guiado esta vez por aspiraciones puramente mercenarias, económicas.
Pienso especialmente en ese pequeño pero resuelto grupo, activo en toda nación,
compuesto de individuos que, indiferentes a las consideraciones y moderaciones
sociales, ven en la guerra, en la fabricación y venta de armamentos, nada más que la
oportunidad para favorecer sus intereses particulares y extender su autoridad personal.
Ahora bien, reconocer este hecho obvio no es sino el primer paso hacia una
apreciación del actual estado de cosas. Otra cuestión se impone de inmediato: ¿Cómo es
posible que esta pequeña camarilla someta al servicio de sus ambiciones la voluntad de
la mayoría, para la cual el estado de guerra representa pérdidas y sufrimientos? (Al
referirme a la mayoría, no excluyo a los soldados de todo rango que han elegido la
guerra como profesión en la creencia de que con su servicio defienden los más altos
intereses de la raza, y de que el ataque es a menudo el mejor método de defensa.) Una
respuesta evidente a esta pregunta parecería ser que la minoría, la clase dominante hoy,
tiene bajo su influencia las escuelas y la prensa, y por lo general también la Iglesia
[como religión oficial institucionalizada]. Estos servicios a su servicio les permiten
dirigir, organizar y gobernar las emociones y sentimientos de las masas, inconscientes
como el sujeto sometido a hipnosis de los verdaderos motivos de su acción diferida [la
sugestión colectiva], y convertirlas también en un instrumento a su servicio.
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