- ¿No sería mejor que nos suicidáramos? - le preguntó Anna a su padre. Él le respondió con amargura:
- Eso es precisamente lo que ellos quisieran.
El arreglo para que abandonen el pais no fue un trámite sencillo. La Gestapo le puso un precio a la libertad de ellos, se trataba de un “impuesto que deben pagar por desertar del Reich”. Se realizó una tasación ficticia de los libros amontonados en el local de la editorial. Algunos de ellos revolucionaron la historia del pensamiento, pero en realidad carecían de valor monetario, ya que hacía tiempo que no se permitía la venta de la obra de ese pensador judío.
Todo parecía estar resuelto pero la Gestapo exigió más dinero, aseguraba que se trataba de una deuda con el editor. A él no le hizo ninguna gracia, pero la princesa Marie afrontó los gastos.
Finalmente llegó el momento de partir, podía llevarse apenas unos pocos libros. Un viejo librero conocido adquirió los que no habían sido seleccionados, se llevó cientos.
- Son tan bellos- se lamentó el viejo - hay cosas mucho más terribles que están sucediendo, pero me dan ganas de llorar.
Nadie sabía que un año después el bibliotecario del Instituto psiquiátrico de Nueva York los compraría salvándolos de la destrucción y el olvido.
Entre varios amigos intentaran rescatar otro de sus tesoros, sus amadas estatuillas. Son muchos los documentos, anotaciones y cartas que el profesor tiraba en la papelera para que sean quemados. Marie y Paula escondieron las papeles tirados en sus faldas y la princesa los llevó a la embajada de Paris durante varios días.
Freud les dijo que no se preocupen, que era necesario hacer una limpieza.
- Después de todo, mi vida sólo tiene interés en relación del con el psicoanálisis - les dijo.
Se conmemoraban dos aniversarios: 52 años de ejercicio profesional y ochenta y dos años del nacimiento de Sigmund. Paula quizo hacerle un pastel. Freud la detuvo con un gesto. No existían razones para festejar. O se habían apagado frente al dolor de tener que irse.
Un día de Junio llegó la Gestapo. Le exigió que escribiera un certificado en el que constara que todo se desarrolló de forma legal. Freud firmó el papel y, mirando a los ojos a los agentes de la Gestapo, les preguntó irónicamente:
- ¿Me permiten añadir que les recomiendo encarecidamente la Gestapo a todo el mundo?
A Paula comenzó a latirle el corazón aceleradamente, parecería que se le escapaba del cuerpo. El uniformado le sacó el papel de la mano bruscamente irradiando un profundo odio en su mirada y se retiró del lugar sin decir palabra alguna.
- Tranquila Paula - le dijo Freud - terminemos de empacar, me debes un pastel que harás cuando lleguemos a Inglaterra.
Fuente: Berthelsen, Detlef. La vida cotidiana de Sigmund Freud y su familia. Recuerdos de Paula Fichtl.
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