lunes, 14 de septiembre de 2020

La amistad.


Por Raúl Courel
Se ha escrito mucho sobre el amor y no poco sobre la amistad. Hay épocas en las que nos ocupan más las vicisitudes del amor y de su opuesto el odio, y otras en las que lo hacen más las de la amistad y las del suyo que es la enemistad.

La amistad es, junto al amor, el sentimiento más celebrado; el novelista noruego Tage Aurell, por ejemplo, decía que “la única pasión sin un resabio de peste es la amistad". Es lógico que se la busque y se le canten loas, tanto bien se espera de ella que a veces se siente que no alcanza lo humano para darle existencia, de donde la expresión que reza: “un verdadero amigo es un regalo de Dios".

Simone de Beauvoir estaba en desacuerdo con esa idea cuando señalaba que "la amistad nunca viene dada, sino que debe conquistarse indefinidamente". Tenía razón, es prudente no comprometer demasiado a Dios en estas cosas, se empieza recurriendo a él para lo bueno y se acaba usándolo para lo contrario, como es el caso de las guerras, que son lo más opuesto a la amistad que podamos imaginar. "Todas las guerras son santas", escribía Jean Anouilh, agregando: “os desafío a que encontréis un beligerante que no crea tener el cielo de su parte".

De entre las muchas agudezas que se han dicho sobre la enemistad es para recordar una de Juan Goytisolo: "no critiques a tus enemigos, que a lo mejor aprenden". Es una recomendación que procura, sin demasiado éxito, que la pasión del odio no invada demasiado las divisiones y discrepancias. También invita a considerar que no es conveniente sostener una amistad a cualquier costo, como suele suceder en el amor cuando desestima lo malo que está a la vista. “La amistad del canalla es más peligrosa que su desprecio”, decía José Ramón de la Morena.

Es difícil que entre la multitud de sentencias y aforismos sobre la amistad no sea habitual la referencia a sus límites, algunas son extremadamente escépticas, como la de Evelyn Waugh, en su novela “La odisea de Gilbert Pinfold”, cuando dice: “No creo que la amistad entre el hombre y el perro fuera duradera si la carne del perro fuera comestible”. No me parece, la carne de perro es comestible, de modo que es probable que gracias a la amistad que tenemos con el perro no sea frecuente que hagamos con él salchichas ni hamburguesas.

Los alcances limitados de la amistad se destacan comúnmente en la política, que, como reconocía el español Francisco Fernández Ordóñez, “no es terreno propicio para la amistad”. A su vez, el inglés Anthony Sampson bromeaba: “En el mundo del petróleo las amistades son grasientas". La imagen de una mugre pringosa para referir que la política no es campo fértil para una amistad verdadera es convincente, a menos que se siga a rajatablas el criterio de Bertolt Brecht cuando decía: "porque no me fío de él, somos amigos". Pero no sólo en la política la amistad puede ser engañosa, como se ve en esta divertida observación atribuida al actor alemán Georg Thomalia: "para conseguir una buena biblioteca particular se necesitan dos cosas: un amplio círculo de amigos y una mala memoria".

Es cierto también que el amor da bastante para la comedia, mientras la amistad se presta mejor a la tragedia, por eso la traición en el amor es ocasión de escándalos virulentos pero pasajeros, mientras en la amistad es la fuente de dolores acotados pero de consecuencias perennes. La idea es congruente con la observación de Jorge Luis Borges de que las relaciones de amistad, a diferencia de lo que pasa en las amorosas, no necesitan de la presencia para mantenerse siempre iguales. También notaba que, a diferencia de lo que sucede entre los amantes, "un amigo no es otro yo”, agregando que “si así fuera, sería muy monótono". Cuadra con ello este consejo de José Narosky: "al amigo no lo busques perfecto. Búscalo amigo".

Comparando al amor con la amistad se advierte que ésta es más proclive que aquél a ser para siempre, debido a lo cual es habitual el temor del amado a dejar de serlo. Por eso no tenía razón Anita Loos, la autora de “Los caballeros las prefieren rubias”, cuando decía que “los diamantes son los mejores amigos de las mujeres” porque reflejan una visceral preferencia femenina por el lujo y el dinero. No es así, el verdadero atractivo de la piedra preciosa es su duración, que queda a la luz en la conocida publicidad: “un diamante es para siempre”. A veces no se ve.

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