viernes, 13 de noviembre de 2020

¿Quién fue Mark Twain?

Freud admiraba a Mark Twain, lo citó muchas veces en su obra, y lo iba a ver en sus conferencias vienesas todas las veces que podía. Nunca se encontraron personalmente. Hubiese sido una fiesta.

Mark Twain, considerado el más grande escritor de Estados Unidos, era mucho más que un humorista. Después de la Guerra Civil, fue la conciencia de Estados Unidos sobre cuestiones étnicas y raciales. Twain defendió a judíos, afro-estadounidenses e indios contra los prejuicios. Mientras la mayoría de sus contemporáneos estereotipaban negativamente al pueblo judío, Twain defendió a los judíos con palabras y hechos. Irónicamente, su mayor protesta publicada contra el antisemitismo, enajenó a algunos de los judíos estadounidenses que trató de defender.

En su juventud, Twain compartió los mismos estereotipos negativos de los judíos que adoptaban sus vecinos – que todos eran codiciosos, cobardes y exclusivistas. Hannibal, Missouri, su ciudad natal, sólo tenía una familia judía, los Levy, y Twain se sumaba a los vejámenes a los jóvenes hijos de Levy. En 1857, Twain escribió un artículo periodístico para un diario de Keokuk, Iowa, humorístico pero poco halagüeño, sobre los comerciantes de carbón judíos.

Twain parece haber tenido un cambio de opinión acerca de los judíos, en la época de la Guerra Civil. Le confió a su hija Suzy que “los judíos le parecían una raza que debía ser muy respetada… habían sufrido mucho, y habían sido perseguidos en gran medida, de modo que ridiculizarlos o burlarse de ellos era como atacar a un hombre cuando ya estaba caído. Y, por supuesto, ese hecho le quitaba todo lo que era gracioso en la ridiculización de un judío".

Un momento clave llegó en 1860, cuando un capitán de confianza del río Mississippi, George Newhouse, le contó a Twain una historia (cuya veracidad no puede ser establecida) sobre el valiente judío que, audazmente, salvó a una esclava en una disputa de póquer, entre un desesperado plantador y un jugador tramposo blandiendo un cuchillo. El judío mató al tramposo en un duelo y devolvió la esclava a la hija del plantador, que había sido su amante, amiga y compañera desde el nacimiento. Twain, más tarde, informó haber escuchado similares versiones de esta historia, de otros también “testigos oculares”.

En el mundo moral de 1860, devolver una esclava a su señora, en lugar de liberarla, era un acto de caballerosidad y Twain no veía ninguna contradicción en ello. Más bien, la historia llevó a Twain a la conclusión que el héroe judío era ”todo un hombre; un hombre vaciado en un gran molde”. Estas mismas palabras encontraron eco en la reacción de Twain al enterarse, en 1909, que su hija Clara estaba comprometida con un pianista judío ruso, Ossip Gabtilowitsch. Twain le dijo a Clara, “Cualquier chica podría estar orgullosa de casarse con él. Es un hombre – un hombre de verdad”.

Twain reemplazó su anterior estereotipo negativo del pueblo judío con otro, más positivo. En 1879, él escribió en privado:

Sampson era un judío – por lo tanto no era tonto. Los judíos tienen el mejor promedio de cerebro de cualquier pueblo del mundo. Los judíos son la única raza que trabaja totalmente con el cerebro y nunca con las manos. No hay mendigos judíos, no hay vagabundos judíos, cavadores de zanjas, peones de albañil, jornaleros o trabajadores de oficios mecánicos y penosos. Ellos pertenecen a la particular y conspicua aristocracia intelectual del mundo.

En verdad había, realmente, empobrecidos mendigos judíos, como había sudorosos trabajadores judíos en las industrias del vestido y del cigarro. Un año antes, los trabajadores judíos de Nueva York habían llevado a cabo una amarga huelga de cinco meses por salarios más altos y menos horas. Aunque Twain tenía la intención de hacerle un cumplido al pueblo judío, sus datos eran inexactos. Algunas de estas inexactitudes, más tarde lo perseguirían.

El punto de vista personal de Twain respecto de los judíos significó poco, hasta marzo de 1898, cuando escribió un artículo titulado “Conmovedores Tiempos en Austria“. Twain había estado viviendo y viajando por Europa, para reunir material para sus escritos, y se estableció en Viena en 1896. En vista del fervor nacionalista étnico y como parte de un complicado intento de mantener unido al Imperio Austro-Húngaro, en 1898, la familia imperial Habsburgo designó al checo como la lengua oficial de Bohemia (la mayor provincia de lo que hoy es la República Checa), desplazando al más popular alemán. Esta política provocó disturbios por parte de los miembros de habla alemana del Parlamento Austríaco, que querían que el idioma y la cultura alemanes predominaran en el imperio. Para distraer a la población, según Twain, el gobierno austríaco provocó sentimientos antisemitas, y los judíos de Viena fueron víctimas de ataques generalizados, tanto políticos como físicos.

En marzo de 1898, Harper’s Magazine publicó el ensayo de Twain. El historiador Philip Foner señala: “Hacia el final del muy largo artículo, [Twain] mencionó, sin comentarios, los ataques a los judíos, señalando que, aunque eran parte inocente en el conflicto, fueron ‘acosados y saqueados’. Twain señaló: ‘En todos los casos el judío debía ser asado, no importa de qué lado estuviera’.

La historia de Twain generó varias cartas, y una conmovedora respuesta, en particular, de un abogado judío estadounidense que le preguntó a Twain “¿Por qué, a su juicio, los judíos han sido y son aún hoy, en estos días de supuesta inteligencia, el blanco de maliciosas animosidades sin fundamento?” El abogado preguntó: “¿Pueden, los judíos estadounidenses, hacer algo para corregir [este prejuicio] ya sea en Estados Unidos o en el extranjero? ¿Alguna vez tendrá fin?

En respuesta, Twain escribió “En cuanto a los judíos”, que también publicó Harper’s. Twain suponía que el artículo no le gustaría a casi nadie. Su predicción fue correcta.

Twain argumentó que los prejuicios contra los judíos no se derivan de su conducta pública, ni de su religión, sino de la envidia que los cristianos sentían por los logros económicos judíos. Citó el discurso de un abogado alemán que quería que los judíos fueran expulsados de Berlín porque, según el abogado, “el ochenta y cinco por ciento de los abogados exitosos de Berlín eran judíos”. Twain observó que la envidia es “una cosa mucho más inspiradora de odio que cualquier detalle relacionado con la religión”.

Twain pensaba que el éxito judío era un producto de su buena ciudadanía, su lealtad a la familia, su inteligencia y su visión para los negocios. Pensaba que la delincuencia y la embriaguez no existían entre los judíos; que cuidaban de sus necesitados sin sobrecargar a la comunidad en general, y que eran honestos en los negocios. Sí, honestos en los negocios. Twain sabía que la mayoría de sus contemporáneos veían a los hombres de negocios judíos como deshonestos, pero consideraba al mismo éxito de los judíos como prueba de su integridad. Escribió:

Un negocio no puede prosperar cuando las partes no se confían entre sí. En materia numérica, el judío cuenta muy poco en la inmensa población de Nueva York, pero el que su honestidad cuente mucho, está garantizada por el hecho que el inmenso negocio de venta al por mayor de Broadway, desde Battery hasta Union Square, está sustancialmente en sus manos”.

Equivocadamente, Twain criticó a los judíos del mundo por no asumir un papel activo en el Caso Dreyfus. Sugirió que los judíos debían convertirse en una fuerza política, concentrando sus votos detrás de determinados temas, candidatos y partidos, y que debían organizar compañías militares para aumentar su prestigio. Creía que los judíos exhibían una “antipatriótica falta de inclinación para defender la bandera como soldados”, y que no habían hecho contribuciones significativas a la independencia americana.

Comentando sobre el reciente primer Congreso Sionista Mundial en Basilea, Twain señaló que Theodor Herzl había enunciado un plan para “reunir a los judíos del mundo en Palestina, con un gobierno propio – bajo el protectorado del Sultán, supongo”.

No soy el sultán, y no estoy objetando; pero si esa concentración de los más ingeniosos cerebros del mundo se convirtieran en un país libre (salvo Escocia), creo que sería político el detenerlo. No sería bueno que una raza averiguara su fuerza. Si los caballos conocieran la suya, no viajaríamos nunca más.
Twain concluyó observando:

Los egipcios, babilonios y persas surgieron, llenaron el planeta con sonido y esplendor, y entonces… desaparecieron. Siguieron los griegos y los romanos. El judío los vio a todos ellos, los derrotó a todos, y es ahora lo que siempre fue, no mostrando decadencia, ni achaques por la edad, ni debilitamiento de sus partes…. Todas las cosas son mortales menos el judío; todas las demás fuerzas pasan, pero él permanece. ¿Cuál es el secreto de su inmortalidad?

Twain describió a “En cuanto a los Judíos” como “mi joya del mar”, pero predijo, “ningún judío ni ningún cristiano lo aprobarán”. En el caso de los dirigentes judíos de Estados Unidos, resultó estar en lo correcto. Los críticos judíos reconocieron el respeto de Twain por los judíos, pero lamentaron sus errores respecto de los hechos. Negaron que los judíos hubieran desempeñado un mínimo papel en la obtención de la libertad estadounidense, o que dominaran el comercio, o que eludieran el servicio militar. Varios críticos se sintieron especialmente ofendidos por los dichos de Twain de que los judíos no habían hecho nada para ayudar a absolver al capitán Dreyfus.

Sus más amigables críticos creían que Twain era inocentemente ignorante de los hechos. Simon Wolf, uno de los fundadores de la Sociedad Histórica Judía Estadounidense, envió a Twain un ejemplar de su libro, El Judío Estadounidense como Patriota, Soldado y Ciudadano, para corregir algunos de sus conceptos erróneos. Otros, como el Rabino M. S. Levy, pensaban que las observaciones de Twain estaban, en realidad, “teñidas de malicia y prejuicio”. Levy citó a participantes judíos de la Revolución Estadounidense que “lucharon y sangraron” a favor de la nueva nación. Llamó a las afirmaciones de Twain “un libelo sobre la hombría [de los Judíos] y, históricamente, una atrocidad”. Levy también cuestionó la afirmación de Twain que “el judío es un captador de dinero”.

¿Captador de dinero? Los Vanderbilt, Gould, Astor, Havemeyer, Rockefeller, Mackay, Huntington, Armour, Carnegie, Sloane, Whitney, no son judíos y, sin embargo, controlan y poseen más del veinticinco por ciento de toda la riqueza circulante de Estados Unidos.

Twain se tomó las críticas a pecho. En 1904, escribió un epílogo de su ensayo titulado “El Judío como Soldado”, admitiendo que los judíos habían luchado realmente en la Revolución, en la Guerra de 1812 y en la guerra contra México, en número mayor que el de su porcentaje dentro de la población. Esto significaba que “el patriotismo judío no estaba simplemente al nivel de los cristianos, sino que lo superaba”. Twain no respondió a las acusaciones de Levy acerca de los judíos en la economía, pero nunca volvió a plantear este estereotipo por escrito.

Cuando Twain murió, en 1910, la prensa judía estadounidense lo lamentó. Sus obituarios en esa prensa, reprodujeron frecuentemente las palabras del presidente de la Escuela Técnica Hebrea para Mujeres de Nueva York: “En una de sus obras, Mr. Clemens expresó su opinión de los hombres, diciendo que él no tuvo la posibilidad de elegir entre hebreo y gentil, hombre negro o blanco; para él, todos los hombres eran iguales”.

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