Hace unos cuantos años, después de entusiasmarme con la primera lectura de Encore, presenté dos trabajos sobre el goce femenino, que me habían dejado bastante satisfecho, por los comentarios que me volvían. En ellos había ubicado no sólo las preguntas sobre el goce femenino, sino también en la sexualidad de las mujeres. Había glosado del escrito de Lacan aquello, de que el orgasmo femenino mantiene su “tiniebla inviolada”, así como diversas referencias a los cambios de nombres que les ocurre sólo a las mujeres en circunstancias tales como el cambio de estado civil. En ese estado de creer tener aclaradas algunas cuestiones importantes de la teoría, recibo la consulta de un varón que rondaba los treinta, profesional, culto, bien parecido, que me describe su síntoma.
Él no tiene problemas en la relación con las mujeres, mantiene relaciones sexuales normales dice, que a ellas las dejan satisfechas pero él aunque eyacula se siente privado de la sensación orgásmica que conoce por descripciones de las novelas y el cine. Como ellas quedan satisfechas, él socialmente bien ante ellas, se negó a sí mismo valorar esta situación como un problema, pero la interrogación le insistía: ¿por qué yo no puedo sentir eso? ¿por qué sólo me entero que terminé porque se me bajó?
Mi sorpresa transitaba porque siempre había tratado como sinónimos eyaculación y orgasmo, y sólo sabía de oído y por alguna lectura que el taoísmo diferenciaba como virtud el tener orgasmo sin desperdiciar el semen y los espermatozoides que pertenecen a la especie y no a cada varón, según esa visión del mundo. Tampoco había leído nada semejante entre los cuadros descriptos por Freud cuando se refiere a la sexualidad masculina en “La degradación general de la vida erótica” y “Una particular elección de objeto en el hombre”, ni en los Escritos o Seminarios de Lacan. Recordándolos, ubicaba que Freud situaba la impotencia y la eyaculación precoz como patologías de un sujeto muy apresado en la madre, temeroso de visitar la misteriosa oquedad femenina por la representación incestuosa de ese cuerpo, que nosotros podríamos situar como preso del goce del gran Otro J (A).
Para las otras patologías que tan bien describe, sitúa a quienes les es posible sostener la erección fálica del deseo disociando su vida erótica en mujeres de las que goza sin amar y otras que ama sin gozar de sus cuerpos, y en las que puede leer como dos versiones maternas, antes y después de descubrir que son mujeres. Quienes hacen esta elección de objeto suelen no tener ningún problema en la erección, pero aún ya agotados no pueden alcanzar ni el orgasmo ni la eyaculación. Estas consultas ya las había tenido y también eran varones que las dejaban satisfechas a ellas, se esmeraban largamente en eso, pero no podían ir más allá del goce fálico - J (ф)-. No soportaban la detumescencia fálica, que ese ansiado final les esperaba, lo vivían como dice Dalmiro Saenz: “en lo mejor sobreviene lo peor”.
Una y otra consulta masculina me eran conocidas, pero este paciente que se preguntaba a sí mismo porqué su eyaculación no venía acompañada de orgasmo, me resultaba novedosa y extraña.
Vuelvo a aclarar que no se trataba de un eyaculador precoz, que no era por eso que disociaba eyaculación de orgasmo, podía tener coitos de una duración satisfactoria para sus partenaires, pero él sentía que terminaba, sólo por la detumescencia y la sensación de salida de un chorro de líquido.
En la bibliografía médica, psiquiátrica y psicológica quedan sinonímizados eyaculación y orgasmo, salvo cuando describen la llamada eyaculación precoz.
Lacan dice en Encore: “Si con ese S(Ⱥ) no designo otra cosa que el goce de la mujer, es ciertamente, porque señala allí que Dios no ha efectuado aún su mutis” (página 101. Paidós. Barcelona. Buenos Aires 1981) Así dicho parecería quedar significado el S (Ⱥ) sólo para escribir el goce de ellas; quedaría del lado varón, sólo el J (ф). Si así fuese: ¿qué estaría pasando con este paciente que no tiene dificultad alguna en la erección?
Si en cambio pensamos en S(A) como ligado al lado femenino del goce, tendríamos que pensarlo en relación a “lo femenino” y no sólo a las mujeres. Cuando en medio de una manifestación nos diluimos al gritar al unísono con tantos otros una consigna o cuando en el estadio de fútbol nos unimos a la multitud en el grito de ¡Gol! , ¿no estamos en ese éxtasis mentando algo de lo que como goce se juega del lado de lo femenino de las fórmulas de la sexuación?
En Análisis terminable e interminable Freud dice: “La repudiación de la femineidad no puede ser otra cosa que un hecho biológico, una parte del enigma de la sexualidad. Sería difícil decir sí y cuando logramos domeñar ese factor en un tratamiento psicoanalítico” Sólo podemos consolarnos con la certidumbre de que hemos dado a la persona analizada todos los alientos necesarios para reexaminar y modificar su actitud hacia él. (Ed. B. Nueva, Madrid 1968, Tomo III página572)
¿No interviene en este sujeto el rechazo de lo Real de la femineidad (que Freud llama biológico en esta cita) con su dificultad de ir más allá del goce fálico? ¿Por qué no situar también el goce que el S(Ⱥ) escribe, del lado de la aceptación de lo femenino en los varones?
Para este joven, que una mujer tenga o no orgasmo, dependía exclusivamente de sus propias virtudes fálicas nombradas como tamaño, pericia, etc. Al igual que Freud en los artículos que antes citaba, reduce la causa de los síntomas sexuales de los varones a un encuentro incestuoso con la madre o a la rivalidad fálica con el padre, sin poner en cuestión la subjetividad de ellas. Esta articulación fantasmática estalla para él cuando despotricando contra una frígida insoportable, le preguntó: ¿Cómo, con usted? ¿Cómo es eso posible con un hombre tan virtuoso? Su dificultad insistía en no aceptar que la subjetividad de las mujeres les determinaba la posibilidad de acceder al orgasmo. El costo de este rechazo de lo femenino no sabía hasta donde tenía que ver con su síntoma, con rechazar lo que llamamos “lo femenino” de su lado.
No es en absoluto mi intención armar una simetría al modo de E. Jones entre ambos sexos que Freud explícitamente desconsidera, sino que como tantas veces ocurre en el psicoanálisis, partiendo de una patología, poder considerar algo atinente a la estructura del sujeto y a su economía de goce.
En este caso al aceptar justamente “lo femenino” en ellas y en él mismo, es que puede ir resolviendo este síntoma que lo interrogara,
En la aceptación de “lo femenino”, lo que lo llevará a dar otra consideración a sus objetos a. Y así anudar deseo y goce en relación al objeto que lo causa.
Joan Manuel Serrat describe el amar como
El orgullo de gustar...
La emoción de desnudar....
Y descubrir, despacio, el juego
el reto de acariciar
prendiendo fuego
La delicia de encajar
y abandonarse.
El alivio de estallar
y derramarse
A este joven le estaban negados estos dos últimos versos, que sitúo como escritos en el goce más allá del falo, S (Ⱥ) en los varones, para poder diferenciar entonces, desde el psicoanálisis el goce que se juega en la eyaculación y en el orgasmo, diferenciando así también ambos términos.
Cuando K. Abraham, le pregunta a Freud cómo hace para atender tantos pacientes y dejarse tiempo para escribir y publicar, Freud le responde que él necesita recuperarse de la posición pasivo-femenina de estar escuchando en el consultorio, tomando una posición más viril al escribir, polemizar y sostener sus ideas. Borges nos decía en la Escuela Freudiana de Buenos Aires que la inspiración él la recibía, y que una vez que era íntimamente tocado por ella se ponía a garabatear borradores hasta que el cuento lo satisfacía o su editor le reclamaba el cumplimento del contrato. La descripción de Borges la podemos leer también como “lo femenino” de la inspiración y lo viril de una posición más activa cuando escribe y corrige borradores.
Lo que Freud y Borges expresan de una escena que no tiene que ver con el coito, me sirve para ejemplificar mejor a qué llamo femenino y masculino a lo largo del trabajo.
El objeto del presente es, entonces diferenciar desde el psicoanálisis eyaculación de orgasmo, y los goces que cada uno de estos términos escribe.
Fuente: José Ángel Zuberman (2011) "¿Queda alguna pregunta sobre la sexualidad masculina?" -
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