domingo, 4 de abril de 2021

Las intervenciones y el lugar del analista en el tratamiento de la psicosis

En el capítulo 1 de Estudios sobre la Psicosis, Colette Soler cuenta el tratamiento con una paciente psicótica y de la posición del analista para estos casos. No se pide en este tipo de tratamientos que la curen de su delirio que la sustenta, sino que la curen  de un vacío inexplicable. Es decir en la vivencia de una falla íntima, acompañada más o menos de una muerte subjetiva.

Lacan habla de una falta descripta de manera precisa. Hablar aquí de falta puede causar extrañeza, ya que la falla significante (del N. del P.) se traduce en un exceso de goce  en lo real, o sea lo contrario a una falta y este exceso mismo, que llama a la simbolización. A veces se impone en los fenómenos como inercia y falta de subjetivación. La inercia es una de las figuras primarias del goce, figura que la clínica actual suele confundir con la así llamada depresión psicótica.

¿A qué lugar es llamado el analista tras el estallido de la primera elaboración delirante?

El analista es llamado al lugar donde Schreber encuentra a Flechsig. Es llamado a suplir con sus predicaciones el vacío súbitamente percibido de la forclusión.

Acá la paciente demanda que el analista haga de oráculo y legisle para ella.

El analista es llamado a constituirse como suplente y hasta competidor de las voces que hablan de ella y que la dirigen. Dicho de otra manera, ella le ofrece al analista el sitial del perseguidor, el sitial de aquel que sabe y que al mismo tiempo goza. Si el analista se instala en el sobrevendrá entonces, con toda seguridad, la erotomanía mortífera.

Intentaré precisar que maniobra de la transferencia permitió evitar su emergencia. 

Evidentemente yo no opere con la interpretación, que no tiene cabida alguna cuando se está ante un goce no reprimido. Solo se interpreta el goce reprimido. Aquel que no lo esta, solo puede elaborarse. Un primer modo de intervención fue un silencio de abstención y esto cada vez que el analista es solicitado como el otro primordial del oráculo, para decirlo mejor, cada vez que es invocado sobre su ser, tiene la ventaja de dejar el campo a la construcción del delirio, al que ya me referiré. Esto coloca al analista como Otro, que no hay que confundir como el Otro del Otro, otro que no es el se llama fiera, el perseguidor.

Sin duda no es otra cosa que un testigo. Esto es poco y es mucho, por que un testigo no es un sujeto al que se supone no saber, no gozar y presentar por lo tanto un vacío  en el que el sujeto podrá colocar su testimonio.

Un segundo tipo de intervención corresponde a la orientación del goce Una limitativa, que intenta hacer de prótesis a la prohibición faltante, consistió en decir no, en poner un obstáculo cuando el sujeto parecía cautivado por la tentación de dejarse estrangular por el hombre que manifiestamente lo pretendía. La otra positiva: yo sostuve su propio proyecto artístico incitándola a considerar que ese era su camino.

La tercera intervención provocó un viraje en la relación transferencial tanto como en la elaboración de la cura. El viraje con sitio en que en la cura, nunca más volvió a solicitar al analista como Otro y que comenzó a construir su delirio, esto también es a depurarlo y reducirlo.

Dice que no se apoyó en la idea de hacer  trabajar a la persona, consideraba que era un abuso hacer que se gane la vida. Aunque sabe que la idea fundada de que el análisis  debe apuntar  a negatividad el exceso de goce en la psicosis y de que el pago es una cesión de goce.

Dice que la maniobra analítica que intento y sostuvo la operatividad de esta cura consistió:

Por un lado en abstenerme de la respuesta cuando en la relación dual se llama al analista  a suplir para el sujeto, por medio de su decir, el vacío de la forclusión y llenar este vacío  con sus imperativos. Solo a este precio se evita la erotomanía. 

En segundo lugar interviene profiriendo una función de límite al goce del Otro, lo que no es posible sino a partir de un lugar ya inscripto en la estructura.

El analista no puede hacerlo sino sosteniendo la única función que queda: hacer de límite al goce, esto es la del significante ideal, único elemento simbólico, que a falta de ley paterna, puede constituir una barrera al goce. El analista cuando se sirve de este significante como lo hice yo, se toma al psicótico mismo. El analista no hace otra cosa  que apuntalar la posición del propio sujeto, que no tiene más solución que tomar el mismo a su cargo la regulación  del goce. (Schubert cuando toma a su cargo el orden del universo).

Esta alternancia de las intervenciones del analista entre un silencio testigo y un apuntalamiento del límite es otra cosa que la vacilación calculada de la neutralidad benévola.

Es lo que yo llamaré la vacilación de la implicación forzosa del analista.

Dice que el análisis culminó con una estabilización precaria pero patente.

La pregunta en la estabilización es la siguiente: ¿en que se convierte el goce demasiado real que se encontraba a la entrada de la cura?

Collette Soler sitúa esta estabilización entre tres términos:

- La ficción del delirio

- La fijación del goce.

- La fisión con x del ser. (se trata de su obra plástica) (artística )

Dice que la estabilización psicótica es frágil, y que esta estabilización no promete ningún fin de análisis.


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