Para Freud, el neurótico, en todos los casos, se refugia en la enfermedad frente a un conflicto. Freud descubre que ante una realidad exterior o conflicto interior al que no sabemos o no podemos enfrentarnos, una de las posibilidades de las que podemos echar mano es la de enfermarnos. De este modo, aunque sufriendo, nos conseguimos abstraer de una situación conflictiva insoportable y pasamos a centrar nuestro interés y desviar nuestra atención hacia nuestros síntomas.
Por eso dice Freud que uno se resiste tanto a abandonarlos, pues son útiles para mantenernos alejados del conflicto que nos causa tanta culpa y angustia y por otro lado nos dan ciertas satisfacciones sustitutivas de las que el conflicto nos priva.
A mucha gente esto le puede parecer irrespetuoso con el malestar que sufren pues desde su consciencia solo ven el lado doloroso del síntoma. Pero Freud es firme a sabiendas de ser polémico, en los síntomas hay algo de nosotros que, a pesar de las apariencias, goza.
En todo síntoma hay algo acallado y que debe ser dicho. Para Freud un afecto, pulsión o deseo silenciado acaba encontrado como vía de escape y de expresión el síntoma.
Por eso no se trata de eliminarlos o modificarlos directamente si no de permitir que sean expresados de otra forma menos sufriente para la persona. Freud descubre que es hablando que alguno de los síntomas de sus pacientes se reducen o desaparecen.
Cree entonces en el poder curativo de la palabra. Por eso ésta es la principal herramienta de toda terapia psicoanalítica.
Para el psicoanálisis, un síntoma no aparece ante el error cognitivo, sino en el error de la gestión de libido. Para Freud, el grado de libido insatisfecha que los seres humano pueden tolerar es limitado. En otras palabras, estar cumpliendo siempre con nuestras "supuestas" obligaciones, renunciando a hacer lo que nos gusta, lo que nos hace sentir realizados y nos satisface, solo puede sostenerse durante un tiempo. Al final, acabamos por enfermar.
Hay una lógica moderna interiorizada según la cual debemos ser siempre productivos, trabajar para otros y si no para nosotros mismos como si fuéramos algo que explotar infinitamente y que necesita ser mejorado de manera continua. El deseo y el disfrute por el mero hecho de disfrutar parecen ser pérdidas de tiempo.
El aparato psíquico sigue unos principios distintos a los del sistema económico y mandato social, quiere placer y la satisfacción, aunque siempre incompleta, es uno de sus fines más altos. De ahí tanto malestar en la cultura.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario