Más de una vez el alienista encuéntrese en presencia de un presunto alienado, sobre el cual recaen fundadas sospechas de simulación, quedando desconcertado al ver, entre sus antecedentes individuales, que anteriormente ha sido pensionista de un manicomio. El hecho, sin embargo, no debe sorprender; trátese de la coincidencia de un degenerado de fenómenos que germinan sobre el mismo terreno degenerativo: un episodio psicopático verdadero y un delito que conduce a la simulación.
En general, según hemos señalado, los simuladores tienen anomalías mentales atípicas sobre las cuales simulan una forma clínica.
Estudiando la simulación por alienados verdaderos observamos que, aun padeciendo una forma clínica de locura, pueden simularse los síntomas de otra forma clínica. Ahora nos encontramos en presencia de sujetos que habiendo padecido de alienación, una vez vueltos a su estado de degenerados con anomalías atípicas simulan una locura que pueden diferir de la que antes padecieron. La tendencia a simular la misma forma se explica por dos razones. En primer lugar, el individuo tiene el recuerdo "vivido" de lo que va a simular; en segundo, por la tendencia al menor esfuerzo -dominante en lo fisiológico como en lo patológico-, pues así la forma de la simulación, lo mismo que la forma de locura, tiende a armonizarse con el carácter anterior del sujeto. Bien es verdad, sin embargo, que en el caso siguiente sólo actúa el primero de los factores, pues en cuanto al segundo, ni la locura ni la simulación se armonizan con el carácter astuto y activo del sujeto.
Confusión mental melancólica
Francés (alias Ganzo ), de treinta y seis años de edad, soltero, irreligioso, alfabeto, constitución física deficiente y regular estado de nutrición.
Desde hace algún tiempo ha abandonado su primitivo oficio de dependiente para entregarse al robo profesional; tiene catorce procesos por robos y numerosas entradas a la policía por contravención.
Se ignoran sus antecedentes hereditarios. En los individuales, reumatismo articular agudo a los dieciocho años, con localizaciones cardíacas, actualmente traducidas por hipertrofia cardíaca, endocarditis crónica, insuficiencia aórtica, pulso de Córrian y doble suplo crural. En 1890 tuvo avariosis sometida a un tratamiento apropiado. En 1893 llevó a cabo una tentativa de suicidio, por disgusto de familia, disparándose un tiro de escopeta cargada con munición; presenta dos cicatrices deprimidas bajo la tetilla izquierda y una quincena de municiones enquistadas, bajo la piel. Tiene hábitos alcohólicos inveterados; con frecuencia sufre episodios transitorios de intoxicación aguda sobre su fondo de degenerado hereditario y alcoholista crónico.
Por una de esas borracheras es detenido y alojado en la Cárcel de Contraventores. Allí se nota una progresiva depresión mental, reuniendo en un par de días todos los caracteres de la melancolía atónita o estuporosa. Por indicación del médico de policía se le transfiere al Servicio de Observación de Alienados, donde se observan los siguientes datos físicos y psíquicos:
Estatura 1.60 metros, circunferencia craneana 60 centímetros, índice cefálico 71 centímetros, peso 65 kilos. Tipo antropológico inferior, degenerativo. Numerosos caracteres físicos de degeneración: su mano es de forma enjuta y alargada. En su aparato circulatorio, además de las lesiones y síntomas habituales, se nota desproporción entre el ritmo circulatorio y el respiratorio, enfriamiento de las extremidades por escasez de irrigación. Su aparato visual no presenta lesiones o anomalías de ningún género, pero su mirada antes viva y movediza, como en casi todos los de su profesión, está ahora apagada, fija en el suelo, como si nada le interesara de cuanto ocurre a su alrededor. Las reacciones pupilares son muy perezosas, como ocurre frecuentemente en los procesos de intoxicación aguda. Hipoestesia generalizada al tacto, al dolor y al calor; su insensibilidad a los cambios meteóricos le hace permanecer sentado en medio de un patio mientras llueve, hasta que los enfermeros lo trasladan al dormitorio. El enfermo no camina espontánea ni voluntariamente; la marcha ordenada es muy lenta, dificultosa, por paresia psíquica. Los reflejos tendinosos están disminuidos en los primeros días (?), más tarde exagerados. Temblor alcohólico en los dedos y ligero temblor fibrilar en la lengua. La actitud del enfermo durante los primeros días de su permanencia en el Servicio es característica de una melancolía estuporosa o atónica. Permanece en la silla o en la cama, donde lo coloquen los enfermeros, durante largas horas, sin efectuar ningún movimiento espontáneo, ni levantar la cabeza, que mantiene inclinada sobre el pecho, ajeno a cuanto ocurre en torno suyo. Esta situación de inmovilidad estuporosa se prolonga durante algunos días. El enfermo no prueba un solo bocado de alimento, ni pide líquidos; pasivamente se deja verter leche en la boca con una cuchara. No defeca durante cinco o seis días. Pasa las noches en la misma situación, sin dormir, en un estado de apatía subconsciente. Después de largas interrogaciones se consigue arrancarle respuestas monosilábicas, a menudo incoherentes entre sí. Su estado mental corresponde al estupor pasivo y no a la forma activa descrita por Baillarger; no existe el intenso delirio anterior que la caracteriza; sólo en ciertos momentos murmura algunas frases incoherentes o delirantes, en voz bajísima, que parecen estar subordinadas a fenómenos alucinatorios poco intensos, debidos a la misma etiología alcohólica. Percepción muy disminuida, memoria inexplotable, hipobulia muy acentuada. No es posible hacerle escribir una sola línea. Se le diagnostica: episodio transitorio de melancolía atónita, debido a intoxicación alcohólica reciente.
El enfermo es presentado por el profesor de medicina legal a los alumnos en ese carácter y como caso interesante de psicopatología forense por asociación de la criminalidad con la alienación. Se le prescriben purgantes salinos enérgicos, reposo en cama e higiene terapéutica; en dos días el enfermo está mejorado, come, duerme, contesta a las preguntas que se le dirigen y todos sus síntomas físicos de atonía comienzan a desaparecer. Se aconseja su internación en el Hospicio. Transcurren dos días entre su pedido de traslado y la traslación efectiva, acentuándose aún más la convalecencia en esas cuarenta y ocho horas, todo lo cual viene a confirmar el diagnóstico de episodio transitorio por intoxicación alcohólica. Al ingresar al Manicomio el estado mental del convaleciente era satisfactorio, teniendo ya conciencia de su situación; su intensa psicosis tóxica había dejado más rastros físicos que psíquicos, por la decadencia orgánica consecutiva a una semana de ayunar, no dormir y no defecar.
He aquí los datos recogidos por el médico del servicio. Generalidades y antecedentes, más o menos, como ya se dijo. Marcha lenta, actitud indiferente, peso sesenta kilos (disminución de cinco kilos en ocho días), musculatura regular, panículo adiposo muy consumido, temblor fibrilar en la lengua, pupilas anormales, sensibilidad normal, buen apetito, sueño normal, articula claramente las palabras, escritura correcta; todos síntomas apropiados a su situación de convaleciente y a la evolución de su episodio tóxico transitorio.
Pero el estado mental, al ser examinado por el médico del Manicomio, no resultó concordante con esos datos: había confusión e incoherencia mental, desprovistas de unidad clínica, que no correspondían en manera alguna al diagnóstico formulado en la observación previa, ni a ninguna forma clínica definida. He aquí las anotaciones hechas en el libro clínico del Hospicio: "Responde con cierto retardo, atención disminuida a veces, memoria mala en ciertos momentos incoherentes a veces, trastornos sensoriales no se observan, depresión y aspecto triste. Se le examina en el lecho, donde yace en estado de depresión general, notándose cierto aspecto doloroso en su fisonomía. Interrogado, responde con algún retardo y con voz apagada. Manifiesta experimentar una gran confusión en la cabeza y no darse cuenta de su estado. No se descubren en él ideas delirantes de ninguna especie, quejándose únicamente de que su padre no lo protege. Confiesa que desde 1881 se ha dedicado al robo, sin poderse conseguir de él mayores explicaciones a ese respecto; si se insiste asume una actitud estúpida y no contesta. Para explorar la memoria se le pregunta en qué año nació y contesta "en 1865"; en qué año estamos y contesta "en el mes de julio de 1700"; al preguntárselo cómo podíamos estar en 1700 si él había nacido en 1865, se hace el tonto y repite "en 1700", agregando otras incoherencias y eludiendo el interrogatorio. Recuerda con exactitud la tabla de multiplicar, pero contesta que no sabe sumar, ignorando cuánto suman 2 + 2. Se le hace observar el carácter absurdo de ese detalle y contesta que no tiene memoria. Luego se encierra en completo mutismo; se suspende el examen, previniendo al enfermo que será inútil persistir engañando al médico con sus simulaciones, "pues ese engaño podría redundar en perjuicio suyo". Al día siguiente solicitó hablar con el médico, prometiendo decir la verdad. Escribió una amena y curiosa autobiografía, destinada a captarse la simpatía del médico por el lado de la jocosidad, en la que dice: "En el mes de agosto próximo, hallándome enfermo, materialmente hablando, tuve que fingir haber perdido el uso de mis facultades mentales, a fin de no tener que ir por veinte días al depósito de contraventores sin motivo ni causa justificada". Manifiesta que desde hace dos años ha vuelto a la vida honesta, pero que la policía no lo deja tranquilo en ninguna parte.
Evidenciada la simulación, el enfermo permaneció unos pocos días más en el Manicomio, donde fue presentado a los alumnos de psiquiatría como caso de simulación. Se produjo una curiosa desinteligencia científica; al contestar que su incoherencia y confusión mental eran simuladas, el ladrón dio a entender que también lo habían sido los trastornos psicopáticos que sufrió en el Servicio de Observación, apareciendo engañado el profesor de medicina legal que lo presentó como alienado. El profesor de psiquiatría, sin comprobar la verdad de lo que el ladrón afirmaba, lo presentó en clase como simulador; es de observar que muchos de los síntomas somáticos señalados en el Servicio de Observación pertenecen al número de los que no pueden ser simulados (alteración de reflejos pupilares, disminución rápida de peso, hipotermia de las extremidades, ayuno de cinco días, constipación prolongada, insomnio de cinco días, etc.). Por otra parte, en el Servicio de Observación no tenía motivo para simular, y un delincuente astuto no simula en esa forma sin propósito; estaba detenido por veinte días como contraventor, pena que ya acostumbraba sufrir, no conviniéndole la simulación durante tantos días para eludir ese arresto insignificante. Además, si hubiese simulado con ese fin, se habría guardado muy bien de mejorar, como ocurrió, pues haciéndolo se exponía a perder lo ganado.
Otra cosa fue cuando lo pasaron al Manicomio, convaleciente ya de su intoxicación alcohólica. Temió que si le consideraban sano, o casi sano, le conducirían de nuevo a la cárcel de contraventores para cumplir los días de pena eludidos gracias a su enfermedad; simuló entonces, no ya la melancolía atónita con caracteres somáticos y psíquicos que concluía de sufrir, sino una incoherente confusión mental, inmediatamente descubierta por el médico que lo examinó.
En este caso el objetivo de la simulación fue eludir una pena, entrando por consiguiente, entre las que llamamos simulaciones "específicas". Puede decirse así: "Simulación de la locura por un degenerado, delincuente y profesional, convaleciente de un episodio transitorio de melancolía atónita producida por intoxicación alcohólica".
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