Por Lucas Topssian
En un espacio de maestría, salió el tema de los pacientes que van a análisis, pero en lugar de abandonarse a la asociación libre (que en términos de Nassio, implica hablar de aquello que preferiríamos no decir), dedican la sesión a hablar sobre temas de la semana, como si el analista fuera un scriba que acumula datos indiscriminados de diversa índole. Obviamente, si el analista no hace algo con eso, se terminan transformando en "análisis" (Bueno, no) en los que no sucede nada.
Recordé que el tema, de alguna manera, fue mencionado en esta conferencia del ilustre analista Gustavo Szereszewski a la que asistí, cuyo tema a tratar fue la transferencia. En aquel momento, él partió de la dificultad de las interrupciones del tratamiento y de estos tipos pacientes:
El problema de esta cuestión, que en ese entonces sirvió como puntapié para abrir aquella conferencia, jamás reapareció bajo la tan anhelada respuesta, por lo que nos tocará a nosotros la horrible tarea de pensar qué hacer en estos casos.
Mis primeras prácticas estaban supervisadas por una brillante analista milleriana, no obstante sargento del corte de sesión, escansión del discurso ante la más mínima satisfacción pulsional o asomo del objeto a. En ese entonces, había algo que se llamaba modulación del decir. En las sesiones de 40 minutos que teníamos por paciente, no había lugar para la cháchara, así que simplemente se trataba de preguntar: ¿Y por qué me cuenta eso? ó ¿Y eso por qué es importante para ud.?
Análisis con millerianos, versión gráfica
Otro analista, de esos que uno agradece la suerte de haber conocido, fue quien mencionó el tema en la maestría. Él encontró una solución más poética: imprimió, enmarcó y colgó en su consultorio una frase de Eric Laurent, que dice lo siguiente:
Hacer análisis no es hacer el relato de la propia vida. Por el contrario, es hacer el relato de todo lo que no hace relto, de todo lo que hace agujero, de todo lo que hace obstáculo, a que uno pueda encontrarse con todos los momentos que se perdió de vista.
Cada vez que él considera que el paciente se está apartando de la regla fundamental de asociación libre, se la hace leer.
El esquema L del seminario 2 presenta dos ejes. Uno de ellos es el imaginario, que va desde lo que el sujeto cree ser hacia los objetos ideales: ese otro especular al que el sujeto cree dirigirse.
Por otro lado, está el otro eje que lo cruza, que es el simbólico. En cuanto al eje imaginario, Lacan dirá que inhibe, retarda e interrumpe:
El analista tiene que estar al acecho, en .el límite del campo de la palabra, de aquello que cautiva al sujeto, lo detiene, lo ofusca, lo inhibe, le da miedo. Hay que objetivar al sujeto para rectificarlo sobre un plano imaginario que no puede ser otro que el de la relación dual, es decir, sobre el modelo del analista, a falta de otro sistema de referencia. (p. 380, sem 2)
En este momento de su obra, Lacan pensaba en términos de una palabra plena, aquella que implicaba el compromiso del sujeto con la verdad que lo funda, y la palabra vacía, una cháchara, donde pareciera no decir nada. Hacia el final de la obra de Lacan, esto cambia. Esta cháchara que al principio molestaba, tiene tanta importancia como lo simbólico y lo real. De esta manera, al final de la obra, los registros imaginario, simbólico y real tienen la misma importancia y se encuentran anudados de tal forma que soltar uno desanuda a los tres.
En el seminario I, Lacan había trabajado el esquema del florero y el espejo, donde lo importante es que dependiendo desde donde mire el sujeto, se produce la ilusión de las flores. Allí uno cree ver las flores dentro del jarrón. Esto quiere decir que lo simbólico, es decir, el punto de vista desde donde está el sujeto, es lo que va a construir la imagen. El paciente va a ver desde la posición en la que esté, o no va a ver nada. Es algo que también implica al analista, porque si uno cree que el paciente habla cháchara, entonces lo que va a escuchar es... ¡nada!. ¡Depende de qué posición tenga el analista! La igualdad de registros implica que si el sujeto dice algo, por algo es, aunque uno no entienda de qué se trata.
Lo imaginario no solo aplica al discurso, sino también al cuerpo: ¿Cómo se viste, cómo es el cuerpo? ¿Qué se dibuja inconscientemente ben ese cuerpo, en relación a su historia? Hay una coagulación de significantes que producen determinados cuerpos.
No hay cháchara, lo que puede pasar, si no está instalada la transferencia, es que haya pacientes que no se comprometen con la palabra. Aún así, esto no es cháchara, hay que leer ahí una dificultad.
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