El adolescente construye de sí una imagen ideal, basada en los criterios del grupo, sus valores y su moral. El adolescente sigue la moda del grupo porque es una manera de afirmarse. Va a establecer con el grupo una alianza y una integración. Necesita a su vez llamar la atención para que reconozca su existencia y en este llamar la atención aparece la provocación. Pero la provocación causa miradas del otro que tiene que soportar y saber aprender. El riesgo es perderse entre lo que el adolescente es y lo que demuestra. Mostrando lo que no es, lo que no se siente, es un peligro para la constitución de la subjetividad.
El adolescente debe lograr diferenciar belleza de encanto. La belleza queda en lo físico y el encanto abarca toda la personalidad.
Otra consecuencia es que en el adolescente puede aparecer la tendencia a huir y participar de experiencias peligrosas.
Aparecen manifestaciones contradictorias, introversión y extroversión.
La ambivalencia entre crecer y no querer crecer: quiere crecer a nivel grupal, no a nivel familiar.
Hay fluctuaciones en el estado del ánimo.
Puede haber cólera y temor. La cólera se manifiesta externamente (agresión física, verbal, descalificación del otro y mutismo) e internamente (cólera hacia sí mismo. Autodestrucción).
Existe la depresión puberal y la depresión propiamente adolescente. El adolescente necesita estar solo pero no sentirse solo.
El duelo por los padres de la infancia.
Se trata de un duelo doble, pues es vivido por el adolescente y por los padres. Los padres deben aceptar que ya no tienen un niño y que su hijo está creciendo para alcanzar la adultez.
El duelo por los padres de la infancia genera en el adolescente un período de introversión coincidente con la búsqueda de su identidad. En un segundo momento se da la extroversión, con una oposición a los padres. El adolescente necesita denigrar a sus figuras parentales para poder despegarse de ellas. Va a buscar básicamente la independencia y libertad, que va a tener como objetivo alcanzar la autonomía.
En los padres se da una crisis familiar por el desconcierto de la conducta del hijo. El padre debe desprenderse del hijo – niño y aceptar su evolución hacia el hijo adulto. Otra característica es la aceptación del nuevo cuerpo del hijo, que en la medida que él crece, él también envejece. Ahí al padre se le presenta claramente la idea de la finitud de la vida.
Los padres deben aceptar la pérdida del lugar del ídolo, aceptarla, y reconocer los logros que va alcanzando el hijo en forma independiente y enfrentarse a sus propios logros y reflexiones sobre lo hecho.
En los padres surge ambivalencia y resistencia. Pueden no aceptar el crecimiento del hijo y surge la imposibilidad del diálogo.
Los padres pueden negarse a la comprensión del cambio generacional. Cerrarse frente a conocer la nueva cultura en la que su hijo vive. Otra forma es adoptar el papel de amigo o quedarse a revivir su propia adolescencia. También se puede sobreproteger en lugar de proteger.
Se alcanza a resolver estos conflictos cuando:
El adolescente desidealiza a su grupo de amigos a quienes consideraba inseparables para verlos ahora como amigos adultos igual que él y logra a la vez ver a sus padres como tales.
El adolescente logra la madurez afectiva y biológica y entra en el mundo del adulto.
Los padres resuelven el duelo por los hijos cuando pueden identificarse con la fuerza creativa del hijo, así podrán comprenderlos y recuperar dentro de sí la vitalidad adolescente.
El adolescente pide libertad, que es deseada y temida a la vez. Cuando es dada de forma excesiva por parte de los padres, el adolescente lo vive como abandono. Frente a la desidealización de las figuras parentales, el adolescente no encuentra comprensión de su crecimiento. Esto le genera desamparo. El adolescente cuando busca libertad, también busca límites. El adolescente espera la libertad acompañada de diálogo que implica escuchar y ser escuchado. A mayor presión, mayor rebeldía. A mayores límites sin justificación, mayor oposición,
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