DUELO significa: dolor. El dolor psíquico puede considerarse en alguna medida semejante al dolor físico. Es decir que es totalmente normal reaccionar a las pérdidas afectivas con dolor. Lógicamente, éste será más o menos profundo y duradero según la importancia que la pérdida afectiva tenga para cada quien. Como el dolor no es dañino en sí mismo, no tienen ningún sentido los esfuerzos habituales por distraer, minimizar, apurar, disimular, etcétera. La superación de los efectos que una pérdida implica no tiene relación con los esfuerzos por olvidar sino, por el contrario, por las posibilidades de recordar.
RECUERDOS. Los recuerdos se activan por distintas vías y favorecer su libre circulación tiene ventajas múltiples: permite la expresión del dolor con el alivio progresivo, habilita el camino de recuperación de aquello vivido con la persona perdida para ser vivido en otras relaciones. Los aniversarios de la muerte, de los cumpleaños, las cosas proyectadas en común, las que se esperaba compartir, las pérdidas o los dolores de los que lo rodean, las que aparecen en alguna ficción son todas situaciones movilizadoras de recuerdos y del dolor acompañante. También estas circunstancias conviene tenerlas en cuenta; estimular su expresión antes que su ocultamiento.
DESINTERÉS. El dolor afectivo produce un redireccionamiento de los intereses y las acciones sobre el mundo externo: del mismo modo que un fuerte dolor de muelas difícilmente permita que alguien continúe en su vida cotidiana con las mismas energías que cuando no lo sufre, el dolor psíquico retrae el interés, a veces, hasta ensombrecer las perspectivas de futuro. Contrariamente a lo que se supone, no es la diversión lo que favorece la recuperación del interés vital. Esto último sólo se alcanza a través de una elaboración lenta, individual, discontinua y progresiva.
DEPRESIÓN. La instauración mediática de la depresión como amenazante fantasma al que se debe conjurar se opone al decaimiento, el desinterés, la somnolencia, la deslibidinización y la inactividad propias y esperables en cualquier duelo normal; esto suele llevar a prácticas, mágicas o medicamentosas, que no hacen otra cosa que postergar o patologizar su natural elaboración.
AFECTOS. Aunque resulte una obviedad, es bueno recordar que los vínculos afectivos entre las personas son de total, absoluta e indiscutible individualidad. A veces de tal profundidad que ni la misma persona que sufre llega a tener clara conciencia de la importancia que subyacía a algunos de sus vínculos. Es lógico que las circunstancias o los motivos que acompañan a las pérdidas afecten de diferente manera a quien las padece. Odio, frustración, impotencia, deseos de venganza, etcétera, son previsibles, aunque a veces se los utiliza como pantalla o excusa para esconder el dolor simple y llano.
La aparición de afectos ambivalentes suele complicar la comprensión de algunos duelos. Sin embargo, el hecho de que la pérdida más importante para una persona ponga en marcha afectos contrarios tiene fácil explicación, aunque no fácil aceptación. Si repasamos cualquier relación afectiva, reconoceremos rápidamente que incluye múltiples posibilidades y matices: admiración, enamoramiento, ternura, celos, envidia, rivalidad, compasión, odio, etcétera, sin que ninguna sea exclusiva ni excluyente de las demás, y sin que el vínculo resulte un promedio de todas las posibilidades: es viable la máxima expresión amorosa seguida de un odio que parece inconmensurable.
De allí que, frente a la pérdida de alguien con quien se tuvo un vínculo complejo, se despliegue un duelo con tantos altibajos como esa relación incluyó.
MASCULINIDAD. Si bien existen arraigados prejuicios contra la perspectiva de que “se note el dolor” y se manifieste a través de la lógica tristeza, es entre los varones donde prevalece la convicción de que los bajones anímicos son contrarios a la masculinidad. La complacencia o el reforzamiento de este erróneo punto de vista abren la puerta grande a las adicciones antidepresivas: alcohol, drogas estimulantes, etcétera, que simulan un mejoramiento transitorio del humor, pero dejan pendiente de elaboración un proceso tan normal, como universal.
Resumiendo, el duelo es un fenómeno normal, que no conviene interferir ni tampoco apurar. Se puede ayudar o simplemente acompañar a quien lo está sufriendo. Las intervenciones más ventajosas son las que desarman la falsa dicotomía entre los “fuertes” –que serían quienes parecen más “insensibles”– y los “débiles” –más sensibles o propensos a “quebrarse”–. Cuantas más veces se describa el duelo como proceso humano, normal y universal, antes entrará a formar parte de la vida cotidiana, librando el camino hacia una mejor calidad de vida, en la que no puede estar ausente el dolor por la pérdida de los seres queridos.
Fuente: EL DUELO ES EL MEJOR ANTÍDOTO CONTRA LAS DEPRESIONES SINTOMÁTICAS (Claudio Jonas)
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