miércoles, 2 de septiembre de 2020

Resistencia a la terapia on-line

Por la pandemia de COVID-19 y las dificultades que ésta trajo para el encuentro presencial, la sesión on-line o telefónica fue la única manera de conservar los espacios terapéuticos. 

Ahora, la implementación de tecnologías no fue sin una nueva modalidad de resistencia on-line y rápidamente aparecieron aquellos pacientes con dificultades con esta nueva forma de tratamiento. Dicen que les resulta demasiado original y complicada porque el límite de su casa no les permiten hablar con tranquilidad. Para ellos, la cuarentena es también la de no hablar, porque hablar sería justamente hablar lo que están viviendo dentro de su casa. Una suerte de infidelidad recorre la espalda de muchos pacientes: se sienten escuchados dentro de su casa, alegan con razón que no tienen suficiente intimidad. El analista pregunta si no hay baño, si no se puede salir al palier, los modos creativos de hablar para no ser escuchado y sobre todo para que no suponga la posibilidad de ser escuchado.


Hay que escuchar muy bien cuando alguien dice "no tengo lugar", más allá de la cuestión imaginaria del tema habitacional. Si el analista tolera los tiempos del paciente pacientemente y puede introducir la pregunta, probablemente descubra que el paciente no tiene un lugar... por fuera del lugar desde el que habla como pareja, madre, padre, trabajador, etc.

El deseo no se pone en cuarentena
El joven H., que había suspendido sus sesiones de terapia desde el comienzos de la cuarentena, solicita dos meses después reanudar el tratamiento con su analista, angustiado a partir de un episodio. H. relata lo sucedido: él estaba en su casa preparando un almuerzo junto a su familia -esposa e hijo pequeño- para unos tíos y primos que irían a visitarlo. Ante la falta de bebidas, H. sale a comprar y en el pasillo del edificio, esperando el ascensor, una vecina "que está loca" lo saluda. Tras unas pocas palabras, ella le mira la entrepierna y tras hacerle un comentario sexual, le agarra el pene por encima del pantalón de jogging. H. se queda paralizado, no dice nada pero responde con una erección y ella lo sigue tocando hasta que llega el ascensor. H. se mete solo, baja y sale del edificio. Hace las compras, vuelve a su casa y la escena familiar prosigue normalmente.

A partir de lo ocurrido con la vecina, H. empieza a cuestionar la falta relaciones sexuales con su esposa durante la cuarentena, pregunta que antes de la escena del pasillo estaba ausente. Sobre eso, H. cuenta que ambos están muy cansados por el trabajo, los hijos, la limpieza de la casa y que el día pasaba sin un momento de intimidad para la pareja. H. hace un chiste: "En cuarentena, la cama es para dormir y el pito es para mear". Lo que la vecina loca le vino a recordar a H. es justamente otra cosa: hay un espacio por fuera de la casa y fuera de ese espacio, el pito funciona. ¿Cómo volver a introducir al deseo, para que no quede en el pasillo?

Finalmente, queda preguntarnos por qué intervenciones son posibles ante la falta de lugar. No hay recetas universales, es la creatividad del analista tomando cada caso en particular. En un caso supervisado, el analista propuso la posibilidad de tener sesiones por e-mail para un paciente que vivía en ambiente con su pareja. El paciente aceptó y le redactaba e-mails a su analista, que nos recuerdan a la correspondencia de Freud con Fliess. En el trabajo con las cartas de ese paciente, particularmente, se notaba un mayor cumplimiento de la asociación libre, de la que David Nassio cataloga más bien como hablar de aquello de lo cual que uno preferiría no hablar.

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