domingo, 5 de mayo de 2024

El duelo en psicoanálisis

 El problema respecto del duelo en el sujeto, sus distintos estatutos, sus diferentes modalidades a lo largo de la historia, es una temática que ocupó no solo a diferentes abordajes clínicos del padecimiento del sujeto, sino también a toda una serie de estudios que tienen que ver con la estructura misma de la sociedad humana, estudios culturales, etnográficos, antropológicos o filosóficos.

Lo que se pone en juego en el duelo, esencialmente, es la posibilidad de tramitar una pérdida. Pero para no reducir este planteo a una contingencia de la vida podemos afirmar que el duelo pone en juego esa perspectiva por la cual, a partir de una serie de operaciones, al sujeto le es posible tramitar simbólicamente una falla que afecta a la estructura misma del lenguaje y que le concierne en su posición de sujeto.

En este sentido el psicoanálisis va a empalmar el trabajo de duelo con el trabajo analítico en sí mismo. Entonces un psicoanálisis deviene un trabajo de duelo en la medida de que se trata de que allí el sujeto asuma la pérdida por lo que creyó ser… para Otro.

Podríamos decir que un sujeto se dirige a un analista para ir en busca de lo que le falta y, torsión transferencial mediante, se encuentra con lo que no hay.

Ese encuentro con esa falla que se escribe como un “No hay”, va delineando clínicamente los distintos modos vía los cuales el sujeto responde, obturando allí.

Entonces es ese punto, esa posición del sujeto la que se juega en el duelo, en un análisis, razón por la cual se trata entonces de un trabajo que conlleva un cierto grado de dolor y de angustia por cuanto la pérdida de la que se trata atañe a aquello que releva la falta en ser del sujeto.

¿Qué puede eclipsar el trabajo de duelo?

Es posible pensar al trabajo analítico mismo como un trabajo de duelo, y ello en la medida en que, paulatina y sostenidamente, la dimensión inicial de la falta deja lugar a la pérdida, en cuanto a su incidencia respecto de la causación en el sujeto.

Un análisis podría entonces asemejarse a un trabajo de duelo en la medida en que el sujeto se dirige a un analista en búsqueda de lo que no tiene y se encuentra, en la transferencia, con lo que no hay. Es el tránsito entre la demanda y la identificación la que pone a jugar esa posibilidad de la pérdida: de aquello con lo que el sujeto obtura precisamente esa inexistencia.

Ahora, podemos preguntarnos ¿qué podría eclipsar un trabajo de duelo?

Quisiera resaltar fundamentalmente dos dimensiones en juego, en cuanto a un trabajo de duelo. Por un lado, está esa elaboración o tramitación simbólica de esa pérdida antes aludida. Pero, además, el trabajo de duelo también requiere una dimensión temporal. O sea, un duelo conlleva un tiempo en el sujeto, un tiempo de elaboración que no solo no es precipitable, sino que es imposible de calcular con anticipación.

Entonces podríamos decir que ambas dimensiones, de distinto modo, podrían eventualmente eclipsar ese trabajo de duelo. De un lado en cuanto a la disponibilidad simbólica en el sujeto, o sea lo que podría llamarse, con Lacan, “la tela”. Esto no hace a un problema cognitivo, sino a la riqueza y eficacia del orden simbólico que se entramó en la relación fundante entre el sujeto y su Otro.

Como segunda opción, y esta es una característica fundamental de nuestra contemporaneidad, cierta precipitación, cierto empuje en el sentido de no tomarse ese tiempo requerido, y este último punto es patente en cuanto a la eficacia de un análisis, cuyo tiempo es imposible de acelerar.

Los vínculos tóxicos ¿Cómo intervenir en la clínica?

 

¿Cómo funciona un “vínculo tóxico”? 

Los “vínculos tóxicos” funcionan del mismo modo que las sustancias nocivas: Nos hacen daño, hasta nos pueden matar. Se vinculan a un “placer” sumamente doloroso, que el sujeto reconoce dañino, pero que no puede abandonar. 

Cuando los sujetos construyen un vínculo tóxico, el sufrimiento se expresa a través de: un daño severo de su autoestima, de su confianza en sí mismo y los otros y una pérdida enorme de libertad.

¿Cuáles son las situaciones que se presentan en las consultas?

 

  • Los relatos padecientes de dependencia extrema en el vínculo.

  • Los severos conflictos a partir de la desconfianza y los celos patológicos (no se reconoce al otro como un otro separado, no se le valida sus opiniones, sentimiento y/o privacidad). 


¿Cómo se construyen los “vínculos tóxicos”?

Un vínculo  -de cualquier índole- se construye como tóxico, cuando uno de los miembros toma al otro por entero. La creencia que se impone es que al otro “no se lo puede perder”. Las expresiones y/o fantasías alienantes que rodean al vínculo son: “Lo/a necesito para vivir”, “De él o ella depende mi existencia”. 


El psicoanalista Gabriel Rolón manifiesta: 

“Ningún amor debería costar un precio tan alto. No todos los amores merecen la pena ser vividos. Porque algunos amores lastiman, hacen daño, limitan nuestro crecimiento, no nos dan libertad”. 


¿Cuál es la diferencia entre un “vínculo tóxico” y un “vínculo amigo de la vida”? 

Un “vínculo amigo de la vida”, está marcado por la falta, la incompletud. Esto quiere decir que, a diferencia de la dinámica que se construye en un “vínculo tóxico”, el otro no estará al servicio de completarme como un entero, sino de complementar mi falta. Se trata, en definitiva, del difícil trabajo de aceptar la castración.


¿Cómo interviene el analista ante los “vínculos tóxicos”?

El psicoanalista interviene como un tercero de apelación, porque se orienta a legalizar -introducir la Ley- en el vínculo, con toda la dificultad que esto implica. Esto quiere decir, inscribir a nivel subjetivo que “no todo se puede”. Función de la falta, la castración.  Localizar el deseo singular del sujeto que se haya extraviado en el fantasma de “somos uno”, marca nuestra orientación clínica.


¿Qué debemos tratar de evitar como analistas?

  • El tomar partido por alguno de los miembros, culpabilizando al compañero/a del vínculo tóxico construido. 

  • El realizar señalamientos morales (de lo que está “bien” o “mal” y/o los que están basados en creencias y valores propios).

  • El proponer un “modelo de funcionamiento ideal” para el vínculo.

  • El intentar perpetuar el vínculo, evitando que se produzca una separación (si algún miembro así lo desea).

sábado, 4 de mayo de 2024

Gramática y lógica del fantasma


El fantasma reviste una serie de particularidades. Es en principio una respuesta a la castración en el Otro tal como el matema del significante de una falta en el Otro barrado lo escribe en el grafo del deseo.

Ahora, la ubicación del fantasma le aporta estas particularidades. Por un lado, en su función de ser el sostén del deseo; además de constituir la pantalla de esa castración recién aludida. Su ubicación decíamos en el grafo del deseo, le da una pertinencia particular, la cual queda confirmada y redoblada por el hecho de que el sujeto en el análisis no habla del fantasma. El sujeto habla del síntoma, es el analista el que va pudiendo situar al fantasma a partir de una serie de recortes sobre lo que el sujeto dice o aquello a lo que su discurso alude.

Para destacar esta particularidad de la estructura del fantasma es que Lacan puede introducir en su seminario “La lógica del fantasma”, una diferencia fundamental.

Esa elaboración que le lleva años de trabajo culmina, en algún sentido, en la distancia entre la gramática y la lógica.

El fantasma tiene una gramática y en eso es solidario de lo serial de la cadena. Quiero decir con esto que el fantasma se soporta de una articulación significante, cuyas resonancias se escuchan en el discurso del sujeto. En esta línea la gramática del fantasma da cuenta de la identificación como velo, y de allí el “hacerse…” tal o cual objeto.

Del lado de la lógica del fantasma es que se articula la repetición en el punto en el cual se conecta con lo real. Y esta lógica se plasma en la escritura del fantasma, una escritura lógica, carente de significación (no decimos sentido).

Si del lado de la gramática ubicamos entonces a la identificación haciendo de pantalla, se juega allí la repetición simbólica; del lado de la lógica en cambio, se especifica la repetición en su articulación con lo real.

viernes, 3 de mayo de 2024

El Fenómeno Psicosomático ¿Por qué deja fuera el inconsciente?


¿Cómo se manifiesta el Fenómeno Psicosomático?

Es muy frecuente recibir en nuestra clínica consultas en donde la problemática sufriente es el Fenómeno Psicosomático. Este se manifiesta como: dolores físicos, fibromialgia, psoriasis, alergias varias, vitíligo, asma, cefaleas, úlceras, vómitos repetitivos, temblores “nerviosos”, entre tantas otras.


¿Cómo definimos el Fenómeno Psicosomático?

El Fenómeno Psicosomático se distingue por ser una lesión producida en un órgano o tejido, sin causa orgánica. Es una manifestación en el cuerpo de un montante pulsional, que no se halla enlazado a una representación de orden psíquico. Por este motivo, no puede traducirse en palabras, afecta y lastima directamente al órgano. El paciente, entonces, no le otorga un sentido,  lo padece -y mucho- a la manera de un cuerpo extraño.

 

¿Por qué el Fenómeno Psicosomático es distinto del Síntoma Histérico?: Claves Clínicas

En el Fenómeno Psicosomático, por no poder formar parte del entramado inconsciente, queda excluido del campo simbólico (es decir, de las palabras). Se trata de algo que en la historia del sujeto quedó mudo, petrificado, sin movimiento alguno, como un cuerpo extraño que ataca de forma cruda y violenta al órgano propiamente dicho (registro de lo real del cuerpo). 

En el Síntoma Histérico aquello que está en juego es la representación psíquica de alguna parte del cuerpo que, por estar reprimida, afecta a sus funciones motoras y/o sensoriales (registro de lo imaginario). Cuando se produce un síntoma histérico (contracturas, vómitos, mareos, temblores, hasta determinadas parálisis sin causa orgánica), en su origen se halla la angustia. Dicha angustia es producto de un conflicto inconsciente que, al no poder expresarse en palabras, lo hace sobre el cuerpo, sin dañar lo real del órgano (como ocurre en el Fenómeno Psicosomático).

El Fenómeno Psicosomático queda por fuera de la territorialidad inconsciente (campo simbólico, de la palabra). Quienes padecen de un Fenómeno Psicosomático no pueden producir asociaciones durante el tratamiento. Por lo tanto, la interpretación analítica clásica no les producirá a estos sujetos ninguna eficacia. Entonces, ¿cuáles son las intervenciones del analista cuando la palabra está suspendida y, en su lugar, aparece el “puro órgano”?


En esta particular y específica manifestación corresponde al organismo que se encontró con un sujeto imposibilitado de realizar una operación de construcción, que hubiera elevado el órgano comprometido en el Fenómeno Psicosomático a la categoría de “cuerpo”. 
 

¿Cómo interviene el analista ante el Fenómeno Psicosomático?

El analista tiene que hacer una operatoria que es tratar de ayudar al paciente a transformar aquello que afectó al órgano y se muestra (por ejemplo: manchas de la psoriasis, del vitiligo, irritaciones alérgicas) en una representación psíquica, es decir, inconsciente, para que pueda darle curso por medio de la palabra. 

 
¿Cómo hacerlo? 

La intervención clínica privilegiada para el tratamiento de los Fenómenos Psicosomático es la “Construcción en Psicoanálisis”. Ellas son las que permiten al psicoterapeuta hacer hipótesis, historizar junto al paciente su vida, lo que ha sido su historia, sus avatares. Poco a poco, se podrá ir involucrando en aquello que padece, acercándole cuidadosamente la idea de que su subjetividad está implicada en aquello que sufre. Así, tratamos de que el paciente pueda realizar el pasaje del mostrar los efectos del órgano dañado  a relatar una historia que involucre su padecimiento actual.

Las intervenciones están orientadas a “inventar un inconsciente”, invención que permite introducir una falta que descongela la fijeza del órgano, comprometido en el Fenómeno Psicosomático (vertiente real), para que se anude a un sentido (vertiente simbólica), que pueda configurarse como una atribución del propio sujeto –y no del Otro-, y a una intrincación dentro de la trama corporal (vertiente imaginaria). 

jueves, 2 de mayo de 2024

Los desbordes pulsionales

 Freud conceptualiza a la pulsión a partir del ensamblaje de una serie de términos, de cuatro elementos, como son la meta, el objeto, el empuje y la fuente. Ese ensamblaje indica entonces que la pulsión se localiza y distribuye en el sujeto en función del modo en que el significante desnaturaliza el cuerpo introduciéndolo, por ende, en una economía política de goce.

Hay momentos o hay circunstancias en la vida de un sujeto, momentos incluso de la práctica misma de psicoanálisis, donde el psicoanalista se las ve con ciertas manifestaciones que podríamos englobar dentro de lo que llamamos los desbordes pulsionales.

Ya la idea misma de desborde conlleva suponer la operación de un cauce, de algo que de alguna manera encausa, una serie de rieles vía los cuales la satisfacción en el sujeto se ordena en función de las coordenadas de esa economía política que mencionamos antes.

Los desbordes pueden corresponder a determinados momentos en la vida del sujeto, por ejemplo, ese momento de borde (precisamente) donde se trata de la verificación de aquellos emblemas fálicos que el sujeto se llevó del tránsito edípico.

Pero también podemos encontrarnos con que hay desbordes que son la consecuencia de que algo del ensamblaje de la pulsión se ha conmovido. O sea que el desborde vendría testimoniar de una falla, o de una interrupción en el funcionamiento de aquellos rieles que ordenaban y distribuían la satisfacción en el cuerpo del sujeto.

Con lo cual el desborde pulsional es el efecto de que algo a nivel de la estructura significante del Otro cesa en su operación, y esa falla o interrupción conmueve la función litoralizante del borde.

miércoles, 1 de mayo de 2024

Freud y lo insoportable omitido en "El malestar en la cultura"

Desde el inicio de su enfermedad, en 1923, debieron pasar cinco años antes que Freud pudiera participar de reuniones científicas. Las operaciones, las convalecencias y las dificultades en el habla fueron escollos que torcieron un sistema de trabajo. En este sentido, la continuidad de los encuentros de los miércoles, iniciada en 1902, se retomaría en 1928. El proyecto se lograría, aunque con una regularidad casi semestral.

La nueva secuencia tendría lugar en la sala de espera de Berggasse 19, con una participación limitada a 12 o 14 invitados. Una regla establecida en las reuniones fue que las comunicaciones serían informales y que, los dichos o afirmaciones, no tendrían carácter vinculante. Esto se acompañaba del pedido de abstenerse de tomar notas o elaborar actas. La normativa, claro está, sería transgredida de algunas maneras.
Richard Sterba, disculpándose por su picardía, lega fragmentos de las intervenciones de Freud en estas reuniones. Deleita, en especial, una de ellas por localizar el auto comentario de Freud a “El malestar en la cultura”.
El comentario sucede a poco de publicarse el libro. El profesor se muestra crítico a su texto, en especial en cuanto a la composición. Señala que el libro trata su tema principal, el malestar en nuestra cultura, de forma poco exhaustiva. Y luego, sobre esa base, se añade “un examen demasiado difícil y demasiado compensador” de la teoría analítica del sentimiento de culpa. Será la elaboración sobre el sentimiento de culpa y sus vínculos con la agresión lo que justifique la hechura del texto.
Un segundo desagrado freudiano se ubica en torno a una omisión. La misma, señala, también se les ha pasado por alto a sus invitados. Considera esta omisión una gran desgracia o vergüenza para los presentes. En el reproche se delata alguna expectativa que se desarrollará en el curso de la exposición. Serán sus invitados quienes continúen las investigaciones en psicoanálisis, invitados que le dan un trato benevolente.
Freud indica que su omisión tiene raíz en un olvido, lo cual le ha servido a alguna tendencia oportunista para expresarse. Agrega que este olvido, disfrazado de omisión, se apoya en algo insoportable. Veremos de qué se trata.

La pieza olvidada, dice Freud, pertenece a las posibilidades de la felicidad; de hecho, es la posibilidad más importante porque es la única psicológicamente inatacable. Así pues, “el libro no menciona la única condición para la felicidad que es realmente suficiente y a la que nada afecta”.


Freud continúa: "Esta posibilidad de felicidad es muy triste. Es la de la persona que depende completamente de sí misma”. A continuación suma un modo en que esta felicidad se hace soportable a los otros: “Una caricatura de este tipo es Falstaff. Podemos tolerarlo como caricatura, pero por lo demás es insoportable”. Luego de traer el ejemplo del repetido personaje de Shakespeare, revelará lo insoportable omitido.
Dirá Freud que eso es la felicidad de “el narcisista absoluto”, la de quien depende solo de sí mismo.
En este recorte de exposición Freud acentúa su omisión, la que envuelve un fragmento de real, ajeno al convocante profesor.

miércoles, 20 de marzo de 2024

Otoño y melancolía

El otoño, especialmente en poesía, se ha asociado a menudo con la melancolía. Las posibilidades y oportunidades del verano han desaparecido, y el frío del invierno se vislumbra en el horizonte. Los cielos se vuelven grises, la cantidad de luz diurna utilizable disminuye rápidamente y muchas personas se repliegan sobre sí mismas, tanto física como mentalmente.​ Se la ha calificado de estación malsana.


"Jesień" (Otoño) Józef Chełmoński Pintura al óleo de 1875 que presenta una vista típica del campo polaco en otoño durante siglo xix

Ejemplos similares pueden encontrarse en el poema del poeta irlandés W.B. Yeats Los cisnes salvajes de Coole donde la estación de maduración que observa el poeta representa simbólicamente su propio envejecimiento. Al igual que el mundo natural que observa, él también ha llegado a la flor de la vida y ahora debe esperar la llegada inevitable de la vejez y la muerte. La Chanson d'automne ("Canción de otoño") del poeta francés Paul Verlaine también se caracteriza por un fuerte y doloroso sentimiento de tristeza. Keats en To Autumn, escrita en septiembre de 1819, se hace eco de este sentimiento de reflexión melancólica, pero también hace hincapié en la exuberante abundancia de la estación. La canción "Hojas de otoño", basada en la canción francesa "Les Feuilles mortes", utiliza el ambiente melancólico de la estación y el final del verano como metáfora del estado de ánimo al separarse de un ser querido.