miércoles, 2 de julio de 2025

Síntoma y Fantasma en la Clínica Psicoanalítica

 1. Síntoma y Fantasma: Dos Dimensiones Clínicas fundamentales

En la Práctica Clínica, una y otra vez nos enfrentamos a estas dos Dimensiones Clínicas fundamentales: el Síntoma y el Fantasma. Si bien están articuladas, responden a lógicas diferentes.  
 
¡¡Clave Clínica!!
Mientras el Síntoma remite al retorno del Deseo reprimido bajo una forma disfrazada (inhibiciones, síntomas y angustias), el Fantasma se organiza como una escena repetitiva en la que el sujeto se ubica en una posición determinada frente al Deseo del Otro primordial. El Fantasma es primordialmente Inconsciente.


2. El Síntoma: Una Formación del Inconsciente
El Síntoma se define como un compromiso entre Deseo inconsciente y Defensa. Se presenta bajo múltiples formas: un malestar en el cuerpo, en el decir o en el acto.
No es solo algo que duele o molesta; también cumple una función dentro de la economía psíquica.

 
¡¡Clave Clínica!! 
El Trabajo Analítico no busca suprimirlo, sino acompañar los desplazamientos que abren interrogantes sobre su sentido. Así, el Síntoma se vuelve una vía privilegiada para el acceso al deseo del sujeto.

 
3. El Fantasma: Escena Inconsciente y Lugar Subjetivo
El Fantasma no es un recuerdo ni una imagen clara, sino una construcción estructurante del Inconsciente.
Se trata de una escena que no se recuerda, pero que se repite en la experiencia del sujeto.
En esa escena, el sujeto ocupa un lugar determinado que por un lado sostiene su Identidad Yoica, y por el otro limita el despliegue de su propio Deseo.

 
¡¡Clave Clínica!! 
El Fantasma es la respuesta que se da el sujeto frente a una pregunta fundante y fundamental: ¿qué soy para el Otro?
Es importante aclarar que dicha respuesta se precipita de manera conclusiva al final de la adolescencia y define los modos en que el sujeto desplegará sus Deseos y sus Goces en el trayecto de su vida.



4. Una relación estructural: el Síntoma sostenido en el Fantasma
El Síntoma no se presenta solo: siempre está sostenido en la Escena Fantasmática del sujeto.
El Fantasma le da un marco que le permite al Síntoma repetirse y mantenerse en el tiempo. Ese marco le da consistencia al malestar y organiza su forma de aparecer.
Mientras el Síntoma se expresa a través de palabras, actos o sensaciones, el Fantasma le da una escena que orienta esa expresión.

 
¡¡Clave Clínica!! 
Por eso, al abordar un Síntoma, es fundamental tener en cuenta la posición que ocupa el sujeto en la escena que lo sostiene.


5. El Fantasma en la Histeria, la Obsesión y la Fobia

¡¡Clave Clínica!! 
Cada Estructura Clínica se relaciona con una manera distinta en que el Fantasma se pone en juego.
- En la Histeria, el sujeto suele ubicarse como objeto del deseo del Otro, intentando sostener su falta.
- En la Obsesión, aparece una escena donde se intenta controlar ese deseo, muchas veces desde el saber o la culpa, lo que termina inhibiendo el acto.
- En la Fobia, el Fantasma no está del todo estructurado, y el objeto fóbico cumple la función de mediador frente a lo real.

Lejos de ser teóricas, estas diferencias orientan de forma directa la lectura clínica y nuestras intervenciones.

 
6. La Interpretación del Síntoma: Función y Dirección
Interpretar un Síntoma implica intervenir en la lógica que lo sostiene, no explicarlo ni traducirlo.
La Intervención Analítica apunta a generar un movimiento que permita inscribir el Síntoma de otro modo, en relación al Deseo del sujeto.
Ese movimiento habilita que se lo desplace de su fijación, se abran preguntas y se inicie una elaboración subjetiva.

 
¡¡Clave Clínica!! 
La Dirección de la Cura se orienta a que el sujeto pueda apropiarse de la verdad que se juega en su Síntoma. Desde nuestra función, nos ocupamos de leer esa lógica y de acompañar el trabajo del sujeto respetando sus tiempos.


7. El Fantasma no se interpreta, se atraviesa
A diferencia del Síntoma, el Fantasma revela una ficción estructural que organiza la posición del sujeto frente al Deseo del Otro.
Atravesar el Fantasma durante el tiempo de una cura implica que el sujeto abandone el lugar fijo que lo definía.

 
¡¡Clave Clínica!! 
Este cambio genera una transformación subjetiva que le permite al sujeto vivenciar un acontecimiento inigualable: encontrar e identificar cuál es su propio deseo.

 
8. El Atravesamiento del Fantasma: Efecto Clínico
Cuando un sujeto atraviesa el Fantasma, cambia su forma de responder a los mandatos del Otro.
Ya no se sostiene en la misma escena ni repite el goce que lo mantenía fijado.
Surge entonces un Deseo más propio, más singular, que abre nuevas maneras de vivir y existir.

 
¡¡Clave Clínica!! 
Este atravesamiento no elimina el Fantasma, pero sí le quita la consistencia identitaria que encierra al sujeto en una única modalidad de fijación pulsional.

La Identificación Primaria como contrainvestidura y soporte del Inconsciente

La literalidad que Freud atribuye al fenómeno de la identificación —como veíamos aquí— ofrece una clave fértil para pensar la identificación primaria como una primera contrainvestidura. Esto permite concebirla no tanto como un elemento ya articulado en la red de pensamientos inconscientes, sino como aquello que la sostiene, que actúa como su base estructural.

De la formulación freudiana se deduce que estamos ante un fenómeno de índole arcaica, algo que más adelante, en Moisés y la religión monoteísta, será asociado a lo filogenéticamente heredado. Siguiendo el hilo de la elaboración freudiana, encontramos que la identificación primaria aparece estrechamente vinculada al mito de la horda primordial y al asesinato del padre. Freud se interroga allí por las consecuencias de ese acontecimiento originario: ¿qué huella deja en el sujeto?, ¿de qué modo retorna?

Una dimensión central es la imposibilidad misma de representar a ese padre originario. Solo es posible hablar de él en el contexto del mito, y en ese marco, Freud lo caracteriza como tiránico, feroz, despótico. Esta imposibilidad de representación abre preguntas sobre el lugar —si lo hay— de lo imaginario en ese nivel, y sobre los modos posibles de pensar su incidencia.

Más allá de estas figuras, es precisamente a partir del acto del asesinato que emerge en los hermanos el sentimiento de culpa. Este punto no está exento de paradojas: ¿por qué la culpa surgiría como consecuencia del asesinato?, o más aún, ¿cómo es posible que de ese crimen derive la instauración de la ley?

Es Lacan quien despeja este obstáculo teórico, al afirmar que el padre está muerto desde el inicio. Esta operación lógica —no cronológica— le permite definirlo como significante, es decir, como aquello que funda el orden simbólico precisamente desde su falta, desde su imposibilidad de encarnación plena.

martes, 1 de julio de 2025

La Identificación Primaria como Litoral entre lo Real y lo Simbólico

Freud advierte: “Sabemos muy bien que con estos ejemplos tomados de la patología no hemos agotado la esencia de la identificación…”. Esta afirmación debe entenderse dentro del marco en el que la identificación es pensada desde dos ejes centrales: su papel en la formación del síntoma y su relación con el objeto.

Particularmente en el caso de la identificación primaria, esta esencia del concepto —su opacidad y la dificultad para ser representada— se vuelve especialmente evidente. Dos aspectos clave emergen aquí: su dependencia del mito del asesinato primordial y el carácter enigmático que conserva incluso en su formulación teórica. En este sentido, podríamos decir que lo inimaginable de la identificación primaria está vinculado a lo que no puede representarse en el origen mismo: la figura del padre primordial.

El mito de la horda, como señaló Lacan, funciona precisamente como una respuesta a esta imposibilidad estructural. Desde esta perspectiva, puede afirmarse que la noción freudiana de identificación primaria configura un primer litoral, una frontera móvil y no rígida, entre lo real y lo simbólico. Este borde delimita un campo donde lo susceptible de ser simbolizado —y por tanto, de cristalizarse en un síntoma— se diferencia de lo que retorna desde la represión primaria bajo la forma de afectos o manifestaciones corporales.

Un indicio temprano de esta problemática aparece en el Manuscrito L, adjunto a la carta 61 del 2 de mayo de 1897. Allí, en el contexto de su reflexión sobre la “arquitectura de la histeria”, Freud se pregunta por las relaciones entre fantasías y escenas originarias, afirmando: “El hecho de la identificación admite, quizás, ser tomado literalmente”.

Esta observación resulta especialmente sugestiva a la luz de la posterior elaboración lacaniana, pues sin formularlo directamente, Freud parece ya vincular la identificación a la letra, es decir, al punto de borde donde lo simbólico roza lo real.

lunes, 30 de junio de 2025

Las respuestas al impàsse sexual

El paso de la lógica a la topología, que Lacan opera a lo largo de su enseñanza, constituye una respuesta específica al impasse sexual, al no hay relación sexual. No se trata de que la lógica lo rechace —al contrario, lo circunscribe, lo delimita—, tal como se puede ver en los desarrollos de Encore y L’étourdit, donde Lacan subraya la función del matema como herramienta precisa para la transmisión. La lógica permite formalizar un real sin ley, a través de operaciones de cuantificación, función y negación.

Pero es con la topología que Lacan logra abrir un campo operatorio más amplio. Allí no solo se delimita el real, sino que se pueden producir cortes que modifican el anudamiento entre simbólico, imaginario y real —los tres registros que no se encadenan naturalmente, sino en función de una práctica. El nudo de tres agujeros ya no responde a una estructura fija, sino a un trabajo de intervención sobre los modos en que estos registros se anudan o se sueltan.

A diferencia de la topología matemática —centrada casi exclusivamente en la deducción de teoremas mediante pura escritura formal—, la topología lacaniana no puede prescindir del imaginario. Esto no solo porque sus construcciones (como el toro, la banda de Moebius o el nudo borromeo) requieren una dimensión visual, sino porque la operación que allí se juega involucra al cuerpo del sujeto: un cuerpo atravesado por el lenguaje, por la imagen y por el goce.

La lógica lacaniana, en tanto, opera un recorte de lo real sobre el fondo de una gramática modal que produce “ficciones de la mundanidad”: modos de recubrir, mediante entramados simbólico-imaginarios, la ausencia estructural que Lacan formaliza como el axioma de especificación (no hay x tal que...).

El giro topológico, sin embargo, no propone otra ficción, sino una fixión: una formalización que no vela el agujero con una historia, sino que lo inscribe a partir del borde mismo. Esta fixión se ubica más allá del fantasma, más allá de las narrativas que el sujeto construye para tapar la imposibilidad de la relación sexual. Es una operación que apunta no a suplir, sino a tratar el agujero, permitiendo nuevas maneras de habitar el goce, el cuerpo y el lazo.

domingo, 29 de junio de 2025

La Transferencia -Articulación S. Freud | J. Lacan

 La Transferencia: El Soporte fundamental de la Cura

Consideraciones Freudianas
 
S. Freud consideraba que el psicoanálisis era practicable en el campo de las Neurosis llamadas de transferencia: las histerias, las fobias y las neurosis obsesivas; afirmando que la experiencia le demostraba que los enfermos de neurosis narcisista -las melancolías, lo que actualmente denominamos clínica de los desbordes pulsionales- escapaban por estructura a la Intervención Analítica, en tanto a estos pacientes les resultaba imposible establecer la Transferencia porque toda su libido se concentraba en su Yo. 
 
  “No corresponde anotar a la cuenta del Psicoanálisis aquellos caracteres de la Transferencia, sino atribuírselos a la Neurosis.” - Texto: Dinámica de la Transferencia

S. Freud nos brinda en este texto una importante observación: “Al inicio del tratamiento el paciente neurótico otorga al analista un nivel considerable de simpatía y confianza, incluso hasta suele mostrarse amable y receptivo.”  

Esta dimensión de la Transferencia es la que J. Lacan sitúa dentro de lo que él da en llamar Registro de lo Simbólico y/o Imaginario.



 “El analizado no recuerda nada de lo reprimido, sino que lo vive de nuevo. No dejará de iniciar la cura con tal Repetición (Agieren).” - Texto: Recuerdo, Repetición y Elaboración

El paciente neurótico, a poco tiempo de transitar el primer tiempo que S. Freud denominaba "amable" de la Transferencia, que al decir de J. Lacan es "su faceta simbólica", comienza a repetir sus síntomas, sus inhibiciones, sus rasgos de carácter en la Escena Transferencial. Es por este motivo que S. Freud afirma: “la enfermedad no es un hecho histórico, pasado, sino por el contrario, es una potencia actual."

Esta dimensión de la Transferencia es la que J. Lacan sitúa dentro de lo que él da en llamar Registro de lo Real. 


“Una vez que la Transferencia se pone en juego podemos comprobar que la enfermedad cambia bruscamente de orientación, refiriendo ahora todas sus manifestaciones a la relación entre médico y enfermo.” - Texto: La Transferencia -Lección XXVII
 
S. Freud establece aquí una noción fundamental para nuestra práctica que nos debe orientar hasta el término de una cura. 
De esta manera lo expresa:

“Cuando la Transferencia comienza a operar nos hallamos ante una nueva neurosis transformada que ha venido a sustituir a la enfermedad primitiva. Esta nueva edición de la antigua dolencia ha nacido ante los ojos del médico, el cual se halla situado en el propio nódulo central de la misma.”



“Esta nueva neurosis del enfermo que ha venido a sustituir a la enfermedad primitiva la hemos de llamar: Neurosis de Transferencia.” 

“En las Neurosis de Transferencia, todos los síntomas del enfermo pierden su primitiva significación y adquieren un nuevo sentido dependiente de la Transferencia.” 

Estas son las razones que le hacen afirmar a S. Freud que la Transferencia es el Campo de Batalla en donde se desarrolla y se extiende la Cura. 
De allí su famosa frase: “Nadie puede ser vencido ni en ausencia, ni en esfigie.” 

Texto: Dinámica de la Transferencia



Como resultado de la experiencia analitica -que han sido desarrolladas anteriormente- S. Freud extrae y nos brinda tres conclusiones y enseñanzas capitales:

- El analista cuando interviene debe considerar - si o si - que lo hace en calidad de aquello que el paciente le transfiere.
- El analista en la Escena Transferencial ocupa un lugar nuclear y decisivo: es, nada más ni nada menos, el Objeto central que genera el movimiento de la Cura (en sus luces y en sus sombras).
- El analista en el Proceso de la Cura interviene y actúa sobre el tiempo presente que es, al decir de Sigmund Freud, el de la Neurosis de Transferencia, es decir la conflictiva del paciente que ahora se manifiesta en vivo y en directo con la figura del analista. Por este motivo S. Freud afirma "el analista no puede rehuir de los lugares que va ocupando en la Transferencia."

 
 
En el campo de la Neurosis de Transferencia, es decir la que el analizado repite y vive de nuevo sus propios síntomas, inhibiciones y angustia -tomando al clínico como orientación y centro de los mismos- S. Freud expresa:  “El analista se dispondrá a iniciar con el paciente una continua lucha por mantener en el terreno psíquico todos los impulsos que él quisiera derivar hacia la motilidad.”  - Texto: Recuerdo, Repetición y Elaboración 

Esta dimensión de la Transferencia -las pulsiones que en el paciente pulsan y presionan por ser actuadas fuera del Marco Transferencial - es la que J. Lacan conceptualiza como el Acting Out y/o el Pasaje al Acto. 

sábado, 28 de junio de 2025

El Ideal del Yo como límite simbólico: entre demanda de amor e imposibilidad estructural

El significante del Ideal del Yo —que Freud define como punto de identificación normativa y que Lacan resignifica como Ideal del Otro— cumple una función central en la economía subjetiva: se instituye como el significante de la demanda en tanto demanda de amor. Es decir, representa la posición desde la cual el niño se ofrece como objeto amado del Otro, sostenido en la ilusión de poder colmar su falta, de completarlo. Por eso, en este nivel de la experiencia, el Otro aparece aún no barrado: el niño fantasea con ser capaz de satisfacer el deseo del Otro, sin aún confrontarse con su opacidad estructural.

Sin embargo, Lacan conceptualiza este Ideal de distintos modos a lo largo de su enseñanza. Ya en el Seminario 1, antes de formalizar la noción del Nombre del Padre, lo presenta como el significante que introduce cierta terceridad, y con ello, una función de pacificación simbólica, contrastable con el empuje exigente y mortificante del superyó. Esta función apaciguadora es posible porque el Ideal marca un límite en la serie identificatoria, una suerte de punto de anclaje que detiene la deriva imaginaria del yo.

En el esquema Rho, Lacan ubica inicialmente el significante del niño deseado (N), pero luego desplaza esa función al I(A), el Ideal del Yo. Este desplazamiento es clave: señala el pasaje del niño en tanto falo del deseo materno a una posición mediada por el Ideal, el cual encarna las insignias fálicas que provienen de la operación del Nombre del Padre. Este tránsito implica que la identidad del niño ya no se construye solo en la captura especular, sino en el marco de un orden simbólico que introduce la castración como límite.

Lacan llega incluso a definir el I(A) como un límite estructural, y aunque no lo explicita como tal en términos matemáticos, la analogía con la función de límite de una serie resulta fecunda. Aplicando esta lectura, el I(A) se sitúa como el punto hacia el cual tiende la serie de identificaciones —no en tanto término alcanzable, sino como horizonte regulador.

En la neurosis, esta serie se revela divergente, ya que está fundada sobre la falta estructural del Otro barrado. La demanda de amor se articula con una imposibilidad de cierre: no hay significante que colme completamente el deseo del Otro. El I(A) cumple allí su función: ofrece una identificación idealizada que sostiene al sujeto, aun cuando lo hace sobre una ficción de cierre —una suerte de parodia de completud. Es, entonces, un significante que vela la falta, pero que también la organiza.

viernes, 27 de junio de 2025

¿Estructura perversa o suplencia perversa? Una distinción necesaria para la clínica.

Por Lucas Vazquez Topssian 

En la clínica contemporánea, cada vez es más necesario distinguir entre estructura perversa y suplencia perversa. Esta diferenciación no es menor: apunta al modo en que el sujeto se organiza frente a lo imposible de la castración y, por ende, al modo en que sostiene su lazo con el Otro.

La perversión como estructura, en la lógica lacaniana, implica una posición subjetiva fija frente a la castración: el sujeto se coloca como falo del Otro, en una operación de desmentida (Verleugnung) que mantiene intacto el fetiche como soporte de goce, al tiempo que niega la falta en el Otro. La escena perversa, en este sentido, no es contingente sino estructural: es la puesta en acto de un montaje que sostiene la forclusión de la castración en el Otro, y que tiene el estatuto de un fantasma fundamental.

Por el contrario, la suplencia perversa no define una estructura, sino una respuesta del sujeto neurótico (o psicótico) frente a una falla en la inscripción de la función fálica, o incluso frente a un colapso del Nombre del Padre. Se trata de una invención sintomática, a veces estabilizadora, que recurre a elementos de la lógica perversa (montaje, fetiche, teatralización del goce, etc.) sin que por ello estemos ante un sujeto estructuralmente perverso.

En otras palabras, mientras la perversión estructural es una posición constitutiva, la suplencia perversa es un recurso —a menudo transitorio o compensatorio— que puede surgir tanto en neurosis como en psicosis. No indica necesariamente una modalidad estable del lazo social, sino una solución, a veces desesperada, frente a un vacío en la función simbólica.

Este matiz es crucial para la práctica analítica: permite no confundir el acting-out o ciertas escenas fetichistas con una estructura perversa, y abre la posibilidad de leerlas como suplencias sintomáticas. Como señala Jacques-Alain Miller, lo que aparece como perverso en la presentación puede ser simplemente una manera de no desmoronarse.

¿Qué implica esto para el analista?
Que no toda escena de goce escópico o fetichista remite a una estructura perversa, y que, ante el semblante de perversión, debemos preguntarnos por su función: ¿goce estabilizador o acto estructurante? ¿fantasma esencial o invención ante un agujero?

El desafío clínico consiste entonces en escuchar más allá del fenómeno, y orientar la lectura según la lógica subjetiva que lo sostiene.