La pregunta no es un gesto teórico gratuito: es el punto lógico al que se arriba cuando se intenta pensar rigurosamente el campo de lo femenino y el impasse estructural que introduce para el ser hablante. Frente a ese impasse, el Edipo da una ficción ordenadora, pero no da cuenta de aquello que no cesa de no escribirse.
Para abordar esta aporía, Lacan no recurre a cualquier discurso, sino a un discurso que debe ser capaz de:
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incompletar,
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inconsistir,
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indemostrar,
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indecidir.
Solo un discurso con estos rasgos puede poner en contrapunto la verdad y lo real. Porque si la significación da testimonio de la verdad, el ausentido señala la irrupción del real.
Lo real limita la verdad, delimita su borde, le impone su punto de opacidad. Y por esa vía queda trazada la conexión entre verdad y feminidad, pues el campo del no–todo introduce un más allá del sentido, un resto irreductible a la predicación fálica.
Por eso el psicoanálisis no puede desentenderse de la verdad, como sí pretende la ciencia. Para el psicoanálisis, la verdad es el espacio donde se delimita:
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el límite lógico del enunciado,
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aquello que el sentido no puede absorber,
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ese resto opaco que escapa a la razón.
El ausentido, entonces, no es simplemente una anomalía del discurso, sino el índice mismo de lo real en juego: lo que no se significa y sin embargo orienta, causa y divide al sujeto.
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