Aquí hacíamos referencia a la delimitación de algo que le hace de límite al enunciado, lo cual tiene indudablemente un sesgo si lo tomamos desde el discurso de cada quien; y otro, muy distinto, si leemos que allí se especifica el confín entre la lógica proposicional y el modo lógico.
Venimos planteando que un sujeto ocupa un lugar de argumento en la función fálica como modo de sexuarse y responder, por ende, a la imposibilidad de la relación sexual complementaria. En ese punto se introduce el ausentido.
Este pasaje es fecundo en consecuencias y posibilidades de lectura respecto de los problemas que dicho límite conlleva en la práctica del psicoanálisis, y su fecundidad responde, en gran medida, a la distancia con lo atributivo. Sin embargo, es una predicación que aún ilusiona, ficcionalizando sobre una complementariedad impedida.
Quizás en el intento de trascender esta dificultad es que Lacan extrae la mayor consecuencia posible de la distancia entre la connotación y la denotación. ¿Qué hace al respecto? Traslada lo denotativo al cuantor.
Si bien las consecuencias son patentes en ambos campos, cobran una relevancia particular del lado fálico. Si la castración es tomada sólo con relación al padre tal como Freud lo conceptualiza, entonces la castración “toma el relevo” de la relación con dicho significante. Esto abre una vía para la asunción de la virilidad, se “paratodea”.
Desplazar la denotación al cuantor es el intento de abrir otra vía, una que haga de un hombre algo más allá de su propia metáfora, como pudo plantear por ejemplo en el seminario 5.
Más allá de ese “paratodearse”, un hombre se “thombrea”, afirmación que conlleva, desde mi lectura, a la topología como horizonte. Con esto se afirma que no hay dicho hombre sin corte. Y este corte es el índice de los efectos de ese dicho primero que funda, punto en el cual el padre en cuestión desborda a la perspectiva sustitutiva de la metáfora.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario