Martín se despertó con una sonrisa en el rostro, una de esas que brotan antes de abrir los ojos del todo, recordando que era su cumpleaños. El sol entraba con suavidad a través de las cortinas mal cerradas, iluminando la habitación con un brillo cálido y prometedor. Aunque no había organizado nada especial, los sonidos sutiles que provenían del piso inferior —el eco de risas, el susurro de conversaciones, el murmullo de alguien moviendo platos— le dieron la pista de que sus amigos y familiares estaban tramando algo.
Con cierta anticipación, se vistió rápido y bajó las escaleras. La sala estaba decorada modestamente con globos y una pancarta que decía "¡Feliz Cumpleaños, Martín!". Al cruzar el último escalón, una multitud lo recibió con una sonrisa colectiva y un coro alegre de "¡Feliz cumpleaños, Martín!".
El día transcurrió con la ligereza propia de un viernes perfecto: el clima era cálido, con una brisa que apenas movía las hojas, y todo parecía estar en armonía. Por la noche, se confirmó lo que había sospechado: una pequeña fiesta en su honor. El ambiente era íntimo, pero no por ello menos animado. Entre los presentes estaban viejos amigos, familiares cercanos y algunos conocidos, cada uno añadiendo su energía única al encuentro.
Entre las risas y los brindis, Martín notó la llegada de La Giorgio, un amigo de Alejandro que siempre lograba acaparar miradas. Con su camisa de lentejuelas que brillaba bajo las luces, y esa sonrisa despreocupada que parecía eterna, La Giorgio irradiaba una confianza casi teatral. Se acercó a Martín con pasos largos y seguros, sosteniendo un paquete envuelto en papel metálico.
¡Feliz cumpleaños, amigo! —exclamó La Giorgio, abrazándolo efusivamente. —Te traje algo especial.
Martín aceptó el paquete con una mezcla de curiosidad y recelo. Cuando rasgó el envoltorio, el murmullo en la sala se desvaneció en un silencio expectante. Dentro había una bolsa transparente que contenía pequeñas pastillas de un rojo intenso, casi carmesí. Exiom.
¿Exiom? —La voz de Alejandro rompió la quietud, cargada de asombro. —¿De dónde la conseguiste?
La Giorgio sonrió, inclinando levemente la cabeza mientras alzaba las cejas, como si la respuesta fuera obvia.
Tengo mis contactos —dijo con una mezcla de orgullo y misterio. —Es de la mejor calidad. Garantizado.
Martín sintió cómo el ambiente en la sala cambiaba. Todos conocían la reputación de Exiom: una droga cara, casi mítica, conocida por inducir una felicidad intensa y prolongada, mezclada con una energía vibrante y una conexión emocional que rompía barreras. Además, amplificaba los sentidos de una manera casi mágica, haciendo que cada imagen, sonido o textura pareciera diseñado para el placer. Sin embargo, Martín también sabía que tenía un lado oscuro. No era una sustancia que se tomara a la ligera.
Eh, gracias, Giorgy —dijo finalmente, esforzándose por mantener un tono ligero. —No tenías que hacer esto.
La Giorgio soltó una carcajada. —Es un regalo, Martín. No seas tímido. Disfrútalo.
El grupo seguía observando la bolsa con una mezcla de intriga y tensión. Algunos reían nerviosamente, otros evitaban mirar directamente. Martín, por su parte, sentía cómo la emoción del día comenzaba a mezclarse con una incómoda inquietud.
Alejandro se inclinó hacia Martín, bajando la voz hasta un susurro que apenas rompía el murmullo de la música de fondo.
—Ten cuidado con eso, Martín. No sabemos qué efectos puede tener.
Martín asintió lentamente, reconociendo la preocupación en el tono de su amigo. Alejandro siempre había sido el más sensato del grupo, el que se adelantaba a las consecuencias. Pero Martín también sabía que La Giorgio no era alguien que viviera pensando en los posibles riesgos. En su mundo, las reglas y las advertencias eran poco más que obstáculos para sortear.
La fiesta, que había comenzado con entusiasmo, ahora parecía ir perdiendo fuerza. Los invitados conversaban en grupos pequeños, las risas eran más espaciadas y el ambiente, aunque cómodo, carecía de esa chispa inicial. Martín observó la bolsa de Exiom que descansaba sobre la mesa, el rojo vibrante de las pastillas destacando bajo la luz amarillenta de una lámpara. Una idea comenzó a formarse en su mente.
¿Y si probamos el Exiom? —soltó de repente, con una sonrisa que buscaba desarmar cualquier resistencia.
La conversación en la sala se detuvo de golpe, como si sus palabras hubieran apagado el resto del sonido. Todas las miradas se dirigieron a Martín, algunas llenas de asombro, otras de cautela. El silencio se extendió como una manta pesada.
¿Estás seguro de eso? —preguntó Alejandro, visiblemente preocupado. Había algo en sus ojos, una mezcla de alarma y desconcierto, que le decía a Martín que su amigo no estaba convencido.
Martín se encogió de hombros, tratando de restarle importancia.
—No más que vos, Alejandro. Pero, vamos, es mi cumpleaños. Si no hacemos algo distinto hoy, ¿cuándo lo haremos?"
Patricio, el autoproclamado experto en cualquier tema que surgiera, se adelantó con el ceño fruncido. Por primera vez, parecía dudar.
No tengo idea de qué efectos podría tener —confesó, con una honestidad poco común en él. Luego, añadió, casi con un toque de desafío: —Pero si todos lo tomamos, al menos estaremos en la misma página.
Martín se permitió una pequeña sonrisa al escuchar esas palabras. Era raro ver a Patricio sin respuestas y por un momento, sintió que estaban al mismo nivel, compartiendo una ignorancia que, en ese instante, parecía unirlos de una forma inesperada.
¡Vamos entonces! —exclamó Martín con entusiasmo, alzando la bolsa de Exiom como si fuera un trofeo.
Con cierta reticencia pero impulsados por la curiosidad y la electricidad del momento, todos tomaron una pastilla. La Giorgio observaba la escena con una sonrisa triunfante, claramente satisfecho de ser el epicentro de la inesperada aventura.
¡Salud! —proclamó Martín, levantando su vaso en un brindis improvisado.
Las copas chocaron, y en el aire flotó una mezcla de emoción, incertidumbre y expectación. Los minutos iniciales transcurrieron en silencio, cada quien atento a cualquier cambio, mientras un extraño hormigueo de anticipación se extendía por la sala. Al principio, nada. Pero pronto, como una ola suave que se convierte en un torbellino, algo empezó a cambiar.
Elena fue la primera en reaccionar, soltando una carcajada que llenó el espacio como un eco luminoso.
¡Esto es increíble! —exclamó, sus ojos brillando con una alegría casi infantil.
Patricio cerró los ojos, apoyando la cabeza contra el respaldo de una silla, con una sonrisa que parecía trascender cualquier pensamiento.
Martín, por su parte, sintió cómo el mundo a su alrededor comenzaba a transformarse. Era como flotar, como si la gravedad se hubiera rendido. Una oleada de felicidad pura lo invadió, elevándolo a un lugar que nunca había imaginado.
¡Esto es el cielo! —gritó, extendiendo los brazos como si quisiera abrazar la energía vibrante de la sala.
La fiesta, que antes había perdido su ritmo, cobró vida con una intensidad nueva y desconocida. La música sonaba más brillante, las luces parecían bailar en armonía, y las risas resonaban con una fuerza que hacía vibrar el ambiente. Todo parecía más vivo, más real y al mismo tiempo, completamente irreal. Nadie sabía qué vendría después, y esa incertidumbre los llenaba de una emoción vertiginosa.
Y entonces, de repente, la escena se desvaneció en un blanco absoluto. Como si el tiempo se hubiera detenido, la conciencia colectiva de todos los presentes quedó suspendida, flotando en una pausa sin fin.
Cuando finalmente volvieron a abrir los ojos, el sol de un nuevo día ya se filtraba por las ventanas. Carlos y Elena despertaron en la cama de Carlos, entrelazados en un abrazo íntimo y confuso. Sus cuerpos desnudos hablaban de algo que sus mentes no podían recordar. Se miraron, perplejos, intentando encontrar respuestas en los ojos del otro, pero solo encontraron el eco de un vacío inexplicable.
¿Qué pasó anoche? —murmuró Elena, su voz teñida de desconcierto.
Carlos negó con la cabeza, intentando recomponer las piezas de un rompecabezas que parecía haber perdido todas sus formas.
No lo sé —respondió finalmente, aunque su tono decía lo contrario: no sabía si quería saberlo.
Carlos se levantó tambaleándose, dirigiéndose al baño en silencio. Al regresar, se apoyó contra el marco de la puerta, mirando a Elena con una mezcla de incertidumbre y vergüenza.
Debimos haber... hecho algo —dijo finalmente, dejando la frase suspendida en el aire, aunque el significado era evidente.
Elena desvió la mirada, sus mejillas enrojecidas.
No lo sé —murmuró, aunque su voz temblorosa dejaba entrever que intuía la respuesta. —Pero parece que sí.
Carlos avanzó lentamente hacia el dormitorio, con una expresión grave. Se sentó al borde de la cama, pasando una mano por su cabello desordenado.
—Elena, lo siento. No sé qué pasó, pero si de alguna manera te hice daño, si crucé algún límite...
Elena lo interrumpió antes de que pudiera continuar, levantando una mano para detenerlo. —Carlos, no fue tu culpa. No fue la de ninguno de los dos. Fue la droga. No sabíamos lo que hacía. Ninguno de nosotros sabía.
Carlos asintió con un suspiro pesado y se dejó caer al lado de ella.
—¿Qué hacemos ahora? ¿Cómo lidiamos con esto?
Elena se encogió de hombros, apretando las sábanas contra su cuerpo como si buscara refugio en ellas.
—No lo sé. Pero creo que debemos hablar con los demás y ver cómo están. Quizá alguien recuerde algo más claro.
Sí... —Carlos afirmó con un tono distraído, frotándose las sienes. —Tenemos que entender qué pasó anoche.
En otra parte de la casa, el desconcierto era igual de palpable, aunque las circunstancias resultaban incluso más desconcertantes. Dos invitados se despertaban casi al mismo tiempo, cada uno en una esquina opuesta del sofá de la sala. Sus ojos se encontraron brevemente, compartiendo una confusión que ninguno de los dos lograba articular.
¿Qué demonios pasó anoche? —murmuró uno de ellos, mirando a su alrededor como si el espacio pudiera ofrecer respuestas. Alguien, o quizás él mismo, había recortado la parte de abajo de su remera y armado una pupera.
Buena pregunta —respondió el otro, tocándose la cabeza como si intentara sacar alguna imagen perdida de su memoria. —No recuerdo nada después del brindis.
Mientras tanto, en uno de los dormitorios, otra escena completamente distinta se desarrollaba. Martín, Alejandro y Patricio despertaron enredados en una cama que parecía demasiado pequeña para los tres. Estaban desnudos, y Patricio, atrapado en el medio, fue el primero en abrir los ojos. Al principio, su expresión era de desconcierto, pero en cuanto procesó la situación, el horror y la incredulidad se apoderaron de él.
¡Oh por Dios! —exclamó, cubriendo su rostro con las manos. Su voz rompió el silencio de la habitación, despertando a Martín y Alejandro, quienes miraron a su alrededor con el mismo estupor.
¿Qué carajos…? Esto... esto no puede estar pasando —balbuceó Alejandro, mientras intentaba cubrirse con una almohada.
Martín y Alejandro se miraron, aún confundidos.
¿Qué pasó? —preguntó Martín.
Patricio se sentó, con la respiración agitada.
No... no recuerdo todo —dijo. —Pero... hay flashes.
Alejandro se incorporó, preocupado, tratando de hacer con su resaca.
—¿Flashes de qué?
Patricio se miró las manos, como si no pudieran creer lo que había hecho.
De... de nosotros tres —dijo. —Juntos.
Martín se sorprendió, recordando vagamente algo similar.
¿Qué quieres decir? —preguntó.
Patricio se levantó de la cama, buscando su ropa.
No puedo creer que haya hecho eso —dijo, mientras repasaba los detalles que se le iban viniendo a la mente. —¡Ay, no!
Patricio, calmate. Fue la droga. No sabíamos qué efectos tendría —le dijo Alejandro a Patricio, tranquilizándolo.
Martín se encogió de hombros.
—Debemos hablar de esto.
¿Hablar? —preguntó Patricio —¡Este día no escatima en desgracias!
La habitación se llenó de silencio, mientras los tres hombres intentaban procesar lo que había pasado. ¿Qué significaba esto para sus relaciones? ¿Qué consecuencias tendría?
Alejandro se dirigió a la habitación de Elena y Carlos, donde encontró a la pareja ya vestida y sentada en el sofá. Elena y Carlos se miraron nerviosos, pero Alejandro notó que estaban calmados.
¿Qué pasa? —preguntó Alejandro.
Elena se encogió de hombros.
—Nada, Alejandro. Solo... decidimos no hablar de lo que pasó anoche.
Sí, es mejor así. —asintió Carlos —No queremos complicar las cosas.
Alejandro entendió.
—Entiendo. Yo también estoy tratando de procesar todo.
Mientras tanto, Martín estaba en su habitación, histérico y tratando de ubicar a La Giorgio por celular. Se vestía mientras hablaba.
¿Dónde estás? —preguntó Martín —¿Qué pasó con los demás?
La Giorgio respondió con una risa.
—Los demás están bien, amigo. Se fueron. Son unos flojos con poco aguante.
Martín se sintió aliviado de que Sofía estuviera bien, pero aún estaba enfadado.
—Te voy a encontrar, La Giorgio. Esto no queda así.
La Giorgio colgó, dejando a Martín con más preguntas que respuestas.
Martín se reunió con Alejandro, Elena y Carlos en la sala.
Los demás están bien —dijo.
Me alegra que estén bien —soltó Elena, aliviada.
Necesito encontrar a La Giorgio y hacerle pagar por lo que hizo —dijo Martín, aún enojado.
Patricio se sentó en el sofá, mirando a Martín con una expresión seria.
Martín, no podemos echarle la culpa al Exiom ni a la Giorgio por lo que pasó —dijo. —Ella no nos obligó a nada. La droga esa simplemente reveló nuestros verdaderos deseos.
¿Qué quieres decir? —preguntó Martín, sorprendido.
Patricio se encogió de hombros.
—Quiero decir que si nosotros tres terminamos juntos, es porque en algún nivel, lo queríamos. Y no podemos evitar la responsabilidad de esos deseos, ya estamos grandes.
Patricio, ¿tu deseo era estar conmigo y con Alejandro? —lo confrontó Martín, incómodo.
—Evidentemente sí, ¿Y qué? —respondió Patricio, mirándolo frontalmente.
Martín y Alejandro se quedaron paralizados, sin saber qué decir. La sinceridad de Patricio los había tomado por sorpresa.
Patricio se levantó del sofá, rompiendo el silencio.
—Disculpen, tengo que ir a ver a mis plantas. Necesitan agua.
Martín y Alejandro se miraron, aún en shock. No sabían cómo reaccionar ante la confesión de Patricio.
¿Qué... qué significa esto? —preguntó Martín finalmente.
Alejandro se encogió de hombros.
—No lo sé, Martín. Pero creo que Patricio nos está diciendo que necesita tiempo y espacio para procesar sus sentimientos.
Sí, supongo que tienes razón —asintió Martín, aún confundido.
La habitación se quedó en silencio, con Martín y Alejandro tratando de digerir la revelación de Patricio. ¿Qué significaba esto para su relación? ¿Qué pasaría después?
Después de la confesión de Patricio, Alejandro y Martín comenzaron a comportarse de manera extraña. Empezaron a rivalizar entre sí, tratando de llamar la atención de Patricio con actitudes tontas. Martín comenzó a vestirse de manera más elegante, mientras que Alejandro empezó a hacerse el interesante, contando historias divertidas. Sin embargo, Patricio parecía no darse cuenta de su rivalidad.
Dos semanas después, Alejandro y Martín se dieron cuenta de que estaban actuando de manera ridícula. Decidieron sentarse a hablar y ponerse en claro.
Martín, ¿Qué está pasando entre nosotros? —preguntó Alejandro.
No sé, Alejandro —admitió Martín —Creo que estamos compitiendo por Patricio.
Sí, creo que tienes razón. —asintió Alejandro —Pero ¿qué sentís realmente por él?
Creo que me gustaría estar con él —dijo Martín, tras pensar un momento —...pero no sé si estoy listo para perder a un amigo como vos.
Yo también siento algo por él. —replicó Alejandro, sorprendido —Y tampoco quiero que sea un tema entre nosotros.
Ambos hombres se miraron, y por primera vez, se dieron cuenta de que sentían lo mismo.
Martín, tengo una idea un poco loca —dijo Alejandro.
¿Qué es? —se intrigó Martín.
Alejandro se encogió de hombros.
Y si compartimos a Patricio? —propuso Alejandro.
Eso es exactamente lo que estaba pensando —Martín se sorprendió, pero luego una sonrisa se dibujó en su rostro. —No sería tan diferente de como ya vivimos.
Ambos se miraron, y por primera vez, consideraron la posibilidad de relacionarse de esa manera con Patricio. La idea les parecía emocionante y aterradora al mismo tiempo.
¿Crees que Patricio estaría dispuesto? —preguntó Martín.
Creo que habría que planteárselo —propuso Alejandro.
Sí, es hora de ser honestos y ver qué pasa —asintió Martín. —Pero habría que planear qué decir, porque siempre encuentra la forma de escaparse.
Alejandro se encogió de hombros.
—No lo sé, pero vale la pena intentarlo. Pero no usemos el término “compartir”, porque se va a poner histérico.
Sí, vamos a hablar con él y ver qué pasa —asintió Martín.
Decidieron llamar a Patricio y hablar con él sobre su idea, aunque la expresión de ambos denotaba una evidente inseguridad. ¿Qué pasaría después? ¿Patricio aceptaría la propuesta? ¿Podrían hacer que una relación poliamorosa funcionara?
Alejandro y Martín se dirigieron a la habitación de Patricio, decididos a confrontarlo sobre su idea de compartirlo. Sin embargo, al llegar a la puerta, ambos titubearon y no supieron qué decir.
¿Qué vamos a hacer? —susurró Martín.
Alejandro se encogió de hombros.
—No lo sé, no quiero que piense que estamos locos.
Justo en ese momento, Patricio abrió la puerta y los miró con curiosidad. Hubo un silencio incómodo.
¿Qué pasa, chicos? —preguntó Patricio —¿Están borrachos?
Alejandro y Martín se miraron, sin saber qué responder. Pero antes de que pudieran decir algo, fueron interrumpidos por Carlos y Elena, que llegaron corriendo.
¡Patricio! ¡Martín! ¡Alejandro! —exclamó Elena, emocionada.
¿Qué pasa? —preguntó Patricio.
Tenemos algo que decirles. —respondió Carlos, tomando la mano de Elena —Elena... está embarazada.
La habitación se quedó en silencio. Alejandro y Martín se miraron, olvidando momentáneamente su conversación.
¿Qué? —exclamó Martín. —¡Eso es increíble!
¿Pero cómo…? —preguntó Patricio —Esto no es algo que puedas hacer con las chongas literarias ni por vos misma.
Es de Carlos —respondió Elena —Solo eso diré. De la misma noche en que vos, Martín y Alejandro hicieron lo suyo, así que no admito comentarios.
Solo iba a comentar que hoy el día iba a estar soleado —bromeó Patricio.
Lo cierto es que los dos estamos muy felices —dijo Elena, sonriendo.
La noticia de Elena y Carlos cambió completamente el rumbo de la conversación. Alejandro y Martín se olvidaron de su plan y se unieron a la celebración.
¿Cuándo es el bebé? —preguntó Alejandro.
No sabríamos decirlo, ella empezó ayer con síntomas y hoy confirmamos el embarazo —respondió Carlos.
La habitación se llenó de risas y abrazos, mientras Alejandro y Martín se miraban, sabiendo que su conversación con Patricio tendría que esperar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario