Sofía se sentó en su cama, rodeada de las cuatro paredes de su cuarto. Ese día cumplía 17 años, pero ella estaba aún procesando la cantidad de información que había recibido en los últimos días. La conversación con Patricio había sido reveladora, y no podía dejar de pensar en las palabras que él había dicho.
Sofía no desconocía que la sociedad actual era cruel y las chicas trans como ella enfrentaban un futuro incierto, pero la estadística que Patricio había mencionado, que las chicas trans no suelen vivir más allá de los 30 años, la había dejado sin aliento.
Sofía miró su teléfono, que estaba sobre la mesa de noche. Era un recordatorio constante de la vigilancia que sufría. Los celulares para menores como ella venían desde hacía algunos años con ParentEye o con SafeTrack, programas integrados a los sistemas operativos que, mediante inteligencia artificial, que recolectaba las actividades en línea. De esta manera, cualquier búsqueda, conversación o interacción era reportada automáticamente a sus padres mediante un elaborado informe realizado por inteligencia artificial, que podía ser diario, semanal o mensual. Por supuesto, los informes también tenían en cuenta el desempeño escolar de los jóvenes, pues todo se cargaba en un sistema accesible por Internet.
Los adolescentes, frente a esta vigilancia, se resistían al uso de estos aparatos. Utilizaban sus teléfonos únicamente para comunicarse con sus padres, pagar o hacer sus tareas, pero jamás para compartir fotos, buscar información o mantener charlas que pudiera comprometerlos. Se habían puesto de moda, entre los jóvenes, ciertos comportamientos analógicos del pasado que en algún momento de la era digital habían quedado en desuso: cartas escritas a mano, mensajes en papelitos que pasaban de mano en mano y reuniones presenciales de diversa índole.
El cyberbullying, en ese sentido, había desaparecido. Había un código tácito de no tomar fotografías ni hacer videos, manteniendo a las tecnologías lo más alejadas posible. Los problemas sociales se arreglaban en la presencialidad, pues usar el celular delataba tanto al ofensor como al ofendido. En este contexto de su cumpleaños, a Sofía no le llamó la atención recibir felicitaciones formales y escuetas.
Sofía, hasta ese momento, se había sentido atrapada. No había podido buscar información sobre su identidad sin que sus padres lo supieran. Tampoco podía hablar con nadie por ese medio sin que su conversación fuera monitoreada. Pensó en las veces que había ido a la casa de Martín, y cómo había tenido que enterrar su teléfono en un cantero de la plaza para evitar ser geográficamente detectada. A veces, directamente lo apagaba y apelaba a la excusa de la falta de batería. Era una sensación de libertad, pero también de miedo.
Sofía se levantó y se acercó al espejo. Se miró a sí misma, y vio a una persona que estaba luchando por ser ella misma. Se preguntó si algún día podría vivir sin miedo, sin la constante vigilancia. La respuesta la encontró en las palabras de Patricio: "La adaptación es la clave". Sofía sabía que debía encontrar la manera de adaptarse, de ser fuerte pero también flexible.
Se sentó de nuevo en la cama, y comenzó a pensar en un plan. No sabía qué futuro la esperaba, pero estaba decidida a luchar por él.
Sofía, ávida de respuestas, recordaba frustrantes las conversaciones con su padre, que se refería despectivamente a los "maricones" como si fueran una sola categoría. Para él, gays, bisexuales y personas trans eran lo mismo. Pero ahora Sofía sabía que cada uno tenía su propia identidad y experiencia.
Sin embargo, también recordó las fotografías que su padre le había mostrado, las imágenes de violencia y sufrimiento que habían padecido las personas trans obtenidas en diversos operativos. Travestis arrestadas de manera humillante. Grupo de personas puestas contra la pared, y requisadas como si fueran terroristas que portaran armas mortales. Su padre decía que "se lo merecían por antinaturales", y Sofía se estremeció al recordar esas palabras.
Sentir miedo era natural, pero por ahora, Sofía confiaba en las personas que había conocido gracias a Martín. Patricio, Carlos, Elena, Alejandro... todos ellos la habían aceptado y apoyado sin juzgarla.
Sofía se preguntó cómo podía su padre ser tan cruel y despiadado. ¿No veía que las personas trans eran seres humanos, con sentimientos y derechos? ¿No entendía que la identidad de género no era una elección, sino una parte fundamental de quiénes eran?
Pero Sofía sabía que no podía cambiar a su padre. Lo que podía hacer era protegerse a sí misma y encontrar un camino hacia la libertad y la aceptación. Y para eso, necesitaba seguir confiando en las personas que la habían aceptado por quién era.
Sofía se levantó y se miró al espejo de nuevo. Esta vez, sonrió.
Soy Sofía —se dijo a sí misma. —Y soy valiente.
Unos días después, en una de las visitas de Sofía, Alejandro llegó a la casa con Luciana y la joven se sorprendió al ver por primera vez a otra chica trans. Nunca había visto personalmente a alguien como ella antes, y se sintió emocionada y curiosa. Luciana había vuelto a vestirse como siempre, una vez que se repuso del trauma que la había hecho disfrazarse de hombre. Estaba radiante, con su pelo largo y enrulado.
Luciana, por otro lado, reconoció a Sofía de inmediato.
Eres Sofía —dijo con una sonrisa. —La chica de la que todos hablan.
¿Qué querés decir? —preguntó, sintiéndose incómoda, no sabiendo qué esperar.
Luciana se acercó a ella y la abrazó.
Quiero decir que eres la nueva estrella de nuestra comunidad —dijo. —Todos hablan de ti, de tu determinación.
Sofía se sonrojó, sintiéndose halagada y un poco abrumada.
No sé qué decir —dijo.
Luciana se rió. —No necesitas decir nada, Sofía. Me alegro de por fin conocerte.
Alejandro sonrió, contento de ver a las dos chicas conectándose.
Esto es exactamente lo que necesitabas, Sofía —dijo. —Una comunidad que te entienda y te apoye.
Sofía se sintió agradecida, sabiendo que tenía apoyo y recursos disponibles. Se sentó con Luciana y comenzaron a hablar, compartiendo historias y experiencias. Sofía tenía tantas preguntas que no sabía por dónde empezar.
Sofía y Luciana salieron a pasear, disfrutando del sol y del aire fresco. Luciana estaba llena de preguntas y curiosidad sobre la vida de Sofía.
¿Te gusta vivir con tu familia actualmente? —preguntó Luciana.
Sofía se encogió de hombros. —No es fácil. Mi padre no entiende mi identidad y me hace sentir mal.
Lo sé —Luciana asintió con comprensión. —Es difícil cuando no tienes apoyo en casa.
¿Piensas irte a vivir con Alejandro y los demás cuando seas mayor? —preguntó Luciana.
Sofía pensó un momento antes de responder.
—No lo sé, pero planeo llegar a los 18 años, trabajar y mudarme. Quiero tener mi propia vida y ser libre de ser yo misma.
Eso es genial. Tienes un plan y estás trabajando hacia él. —comentó Luciana, sonriendo —¿Crees que tu familia te dejará ir sin problemas?
Sofía se encogió de hombros de nuevo.
—No lo sé. Mi padre puede ser muy controlador y no quiero que me haga daño. Pero estoy dispuesta a luchar por mi libertad".
Luciana se puso seria.
—Ten cuidado, Sofía. La transición puede ser difícil y peligrosa. Debes elegir muy bien las personas donde apoyarte.
Sofía se sintió agradecida por la preocupación de Luciana.
—Gracias, Luciana. Significa mucho para mí saber que tengo tu apoyo.
Luciana sonrió de nuevo. —Somos hermanas en esta lucha.
Luciana sonrió mientras caminaban.
—Sofía, quiero ofrecerte algo. Si quisieras, podrías irte a vivir a Las Flores del Sol, donde vivo yo junto a otras chicas trans.
—¿De verdad? ¿Por qué me ofreces eso?" —preguntó Sofía sorprendida, no esperando esa oferta.
Si no fuera por Elena, la casa de Alejandro sería una de hombres. —respondió Luciana, engogiéndose de hombros —Creo que tú encajarías mejor con nosotras, con mujeres como tú.
Gracias, Luciana —dijo Sofía, conmovida por la oferta—Es muy amable de tu parte.
No es solo amabilidad, Sofía. —le advirtió Sofía, sonriendo —Las cosas no están para que las mujeres como nosotras anden solas. Necesitas un lugar donde puedas ser tú misma, sin miedo a ser juzgada. Y creo que Las Flores del Sol podría ser ese lugar.
Sofía pensó por un momento. La idea de vivir con otras chicas trans, de tener un lugar donde pudiera ser ella misma sin miedo, era tentadora.
Lo pensaré —dijo finalmente. —Necesito considerar mis opciones, pero gracias por la oferta. Significa mucho para mí.
Luciana sonrió y la abrazó.
—No hay prisa, Sofía. La oferta siempre estará aquí. Y recuerda, siempre tienes un hogar con nosotras, aunque hay algo…
¿Qué cosa? —preguntó Sofía.
Debes prometerme que no le dirás a nadie sobre mi oferta, —dijo. —Martín y Alejandro pueden enojarse si se enteran.
¿Por qué? —preguntó Sofía, sorprendida.
Luciana se encogió de hombros.
—Martín y Alejandro tienen sus propias ideas sobre cómo deben hacer las cosas. No querrán que te separes de ellos, pero yo creo que necesitas ver otras opciones.
Sofía asintió, entendiendo.
No diré nada —prometió.
Luciana la abrazó.
Estoy ansiosa por mostrarte mi hogar —dijo. —Y por presentarte a las chicas.
Sofía se sintió un poco más tranquila, sabiendo que Luciana estaría allí para apoyarla. Gracias, Luciana —dijo.
Mientras caminaba hacia la escuela, Sofía no podía dejar de pensar en la oferta de Luciana de unirse a Las Flores del Sol. La idea de vivir con otras chicas trans, de tener un lugar donde pudiera ser ella misma sin miedo, era cada vez más atractiva.
Al llegar a la escuela, Sofía se sintió incómodo en su ropa de Matías. Había pasado tanto tiempo con su ropa femenina, que le parecía que todos lo miraban, que todos sabían su secreto. Pero se recordó a sí mismo que nadie sabía la verdad, que todavía estaba a salvo.
En el pasillo, Sofía vio a Pilar sonriendo en la distancia. Se sintió aliviado y emocionado al mismo tiempo. Quería hablar con ella, quería saber más sobre su mundo y su experiencia.
Sofía se acercó a Pilar, que lo abrazó cálidamente. "¿Cómo estás, Matías?" preguntó, sonriendo.
Sofía se rio, sabiendo que Pilar era la única en su escuela que conocía su verdadera identidad. "Estoy bien", dijo. "Pensando mucho".
Pilar y Sofía se pusieron al día con todas las noticias sobre Luciana y su oferta vivir en la casa de Las flores del Sol.
Me causa gracia que le pongan nombres a las casas —comentó Pilar. —¿Y qué le dijiste?
Sofía se encogió de hombros.
—Todavía no sé. Pero quiero saber más sobre esa casa Flores del sol. Quiero saber más sobre ella y sobre las demás chicas.
Ah, me olvidaba —dijo Pilar, entregándole un paquete por lo bajo —Te traje este corpiño y bombacha. Es nuevo, te juro que jamás lo he usado.
Ambas se rieron, mientras Sofía ocultaba el maquete bajo su remera.
Pilar era la mejor amiga de Sofía y a la vez, su vestuarista. Los padres de Pilar le compraban todo lo que ella quería y ella compartía generosamente su abundancia con su amiga. Sofía atesoraba cada una de estas prendas, adornos o maquillaje, ocultándolas detrás del espacio hueco detrás de una cajonera.
Gracias, esto significa un montón —le agradeció Sofía.
Pilar sonrió.
—Debes prometerme que serás cuidadosa. No puedes revelar tu verdadera identidad aquí ni en tu casa.
Sofía asintió, sabiendo que Pilar tenía razón.
Lo prometo —dijo. —Seré cuidadosa.
Ambas amigas se abrazaron, casi al borde del llanto. Luego, volvieron a la clase a continuar con el día laboral.
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