La praxis analítica se sostiene en la función estructurante del significante, lo que introduce una noción clave: la heteronomía. Este concepto señala que el sujeto no puede separarse de la cadena significante, la cual se articula en el lugar del Otro.
De hecho, cuando algo en esta cadena se desengancha, se produce una conmoción subjetiva que muchas veces motiva una consulta con un psicoanalista. Este desajuste revela la imposibilidad de abordar al sujeto del inconsciente sin considerar su entramado significante, pues su identidad se constituye en relación con el discurso del Otro.
Lacan lleva esta idea aún más lejos, mostrando que el inconsciente no es solo una sucesión lineal de significantes, sino que responde a una lógica discursiva más compleja. Es decir, la articulación significante no solo se inscribe en el lenguaje, sino que también lo desborda, permitiendo la emergencia de algo que no es enteramente verbalizable.
Para explicar esta estructura, Lacan introduce dos dimensiones fundamentales:
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La sincronía: Un eje de simultaneidad, donde los significantes coexisten en una red de relaciones estructurales.
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La diacronía: Un eje de sucesión, donde los significantes se despliegan en el tiempo y adquieren sentido por contraste con otros.
Esta articulación puede compararse con un pentagrama musical, donde la estructura no tiene un único centro fijo, sino que depende de la relación entre distintos elementos en diferentes niveles. La diacronía, además, introduce la dimensión de la historia, permitiendo que cada significante se defina por lo que los demás no son, es decir, por su valor diferencial dentro del sistema.
Así, el sujeto del inconsciente no es un ente estático, sino una estructura en movimiento, atrapada en la red significante que le da forma y que, al mismo tiempo, puede trastocarse, provocando efectos tanto de sentido como de goce.
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