La pregunta que enmarca estas líneas es una pregunta compleja. Puede resultar incluso antipática y más en una época donde parece que todo es para todos.
Las coordenadas simbólicas del Otro actual sostienen la ilusión en cuanto al alcance del “Todos”. Por ello en el Otro de nuestra contemporaneidad se sostiene un discurso que es solidario de ciertos semblantes, por los cuales el “todos” cobró una forma desmesurada.
El problema, político si se quiere (y me refiero a la política del psicoanálisis, o sea al régimen del síntoma) es que esta predominancia de un “todos” ilusorio conlleva una recusación de la diferencia. Y digo la diferencia y no las diferencias.
No recuerdo exactamente dónde, me parece que en un texto relativamente tardío de su enseñanza, Lacan plantea, tal vez como aspiración o como anhelo: que el análisis no sea para pocos.
Ahora que no sea para pocos, no significa que sea para todos.
¿Se trata aquí de una interrogación que apunte a la segregación? No, es un interrogante respecto de cuáles son las condiciones para que un sujeto pueda efectivamente entrar en el dispositivo analítico, o también: ¿de qué depende la posición analizante?
En primer lugar, podríamos afirmar que no alcanza con padecer. El padecimiento no solo es inherente a lo humano, sino que incluso no asegura ni garantiza la división del lado del sujeto.
Un sujeto podría efectivamente ser objeto de un padecimiento desmedido que le complejiza la vida en más de un sentido y, sin embargo, esto no significar alguna forma de barradura. Porque allende ese penar podría no solo encontrar argumentos, sino también culpables para su malestar.
Va de suyo sostener o resaltar que no hay entrada en análisis sin una pregunta, pero además una que no sólo concierna al sujeto, sino que implique a la causa, y no sólo a la del deseo. Lo complejo, problemático… y antipático, es que no sólo nada la garantiza, sino que no hay posibilidad de garantizarla. O sea que se trata del Otro.
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