Martín siempre había sido abierto sobre su bisexualidad, sin temor a la represión o el juicio de los demás. Había experimentado relaciones con hombres y mujeres, y nunca había sentido la necesidad de etiquetarse o definirse exclusivamente como uno u otro. Pero cuando los eventos cambiaron el curso de la historia, Martín se encontró en una encrucijada. Podría haber elegido "el bando ganador" y vivir sin problemas, sin tener que enfrentar la discriminación y la violencia que sufrieron los miembros de la comunidad LGBT.
Sin embargo, el destino tiene una caprichosa forma de sorprender. Eros, el dios del amor, intervino justo en el momento menos indicado, y Martín se enamoró perdida y secretamente de Patricio desde el momento que lo vio al aceptar irse a vivir con Alejandro.
Alejandro había ofrecido su espacio, teniendo en cuenta las dificultades económicas que Martín estaba pasando, aclarándole que vivía junto a “un ermitaño dedicado a sus plantas de noctaflora”. Inicialmente, esa palabra había resonado negativamente en Martín, haciéndole pensar que Patricio era como uno de esos señores barbudos y sucios, aislados de la sociedad.
Cuando efectivamente Martín se mudó, se sorprendió al descubrir que Patricio era una persona normal, aunque un poco más descuidado en su aspecto físico. Una dejadez que sin embargo le sentaba muy bien. Era cierto que dedicaba mucho tiempo a cultivar las flores de noctaflora, que luego cosechaba, secaba y curaba. También tenía un jardín con plantas normales en el frente de la casa. La actividad solía darle más bien el aspecto de un granjero que trabajaba la tierra. Su cabello solía agruparse en mechones por el contacto con la tierra y aunque no utilizaba perfume, su aroma era una mezcla de sudor y plantas, algo que llevaba con mucha naturalidad.
Martín rápidamente descubrió que Patricio era un hombre fuerte y determinado, pero sumamente misterioso y esquivo. Martín se sintió inicialmente atraído por su cálida indiferencia, cosa que jamás le había pasado, y pronto se encontró incapaz de ignorar sus sentimientos.
Para ganar su confianza, Martín comenzó a ayudar a Alejandro a distribuir los pedidos de noctaflora. Alejandro solía venderlas por gramo en el cementerio y en las infames galerías y al Martín sumarse y cubrir otras zonas, el dinero comenzó a llegar en mayores cantidades.
Sin embargo, para Martín, Patricio resultaba un desafío y un misterio. Un desafío, en cuanto Patricio parecía estar siempre tres pasos por adelante de todo el mundo. Esto lo ponía en un lugar inalcanzable y aunque la tensión entre Martín y Patricio era palpable, Martín se sentía como si estuviera siempre caminando sobre un filo, balanceándose entre la atracción y la frustración.
Sencillamente, Martín no se resignaba a que Patricio siempre estuviera en otra parte. Martín se sentía confundido y frustrado por las respuestas crípticas de Patricio. Cada vez que intentaba acercarse a él con alguna intención amorosa, Patricio lo rechazaba con frases que parecían tener un significado oculto.
Tu corazón es noble, pero no es el mío su puerto; navega hacia otros mares, donde el amor te espere despierto. —le respondió cantando Patricio un día, tomándolo de las manos con un dramatismo actuado y mirándolo con una intensidad que hizo que Martín se sintiera desnudo.
Otras veces, Patricio le decía cosas como "No será amor sino hasta que lo demuestres yendo a comprar pan, acá tenés dinero". Martín se sentía desconcertado. Y cuando Martín intentaba adularlo, Patricio respondía con una sonrisa irónica: "No te creas, son mentiras". Martín se sentía como si estuviera caminando en círculos, sin saber qué hacer para llegar a Patricio.
Unos meses atrás, mientras estaban sentados en la sala, Martín se había armado de valor y le preguntó a Patricio:
—¿Por qué siempre me rechazas? ¿Qué he hecho mal?
Patricio lo miró fijamente, y por un momento, Martín pensó que vería algo más que la habitual armadura de Patricio. Pero luego, Patricio se levantó y se fue sin decir una palabra. Martín se quedó sentado, sintiendo que había fracasado una vez más. Pero no se rindió. Sabía que había algo más en Patricio, algo que valía la pena descubrir.
A pesar de los rechazos, Martín no se rendía. Sentía que había algo más detrás de las palabras de Patricio, algo que solo él podía ver. Y estaba decidido a descubrir qué era.
A pesar de la confusión y la frustración que sentía por la distancia de Patricio, Martín era una figura respetada en el grupo. Su presencia masculina era una fuerza que inspiraba confianza y seguridad en los demás. Tenía un carisma que rivalizaba con el de los facilitadores, pero sus decisiones eran valoradas y respetadas, y siempre estaba dispuesto a defender a sus amigos sin dudarlo. Esa capacidad para proteger y cuidar a los demás era algo que Patricio también reconocía y apreciaba. Aunque Patricio parecía mantener una distancia emocional con Martín, había momentos en que la gravedad de la situación requería una discusión seria. Y en esos momentos, Patricio se callaba y escuchaba a Martín, valorando su opinión y considerando sus sugerencias.
Esos momentos eran como un bálsamo para el alma de Martín. Le daban una satisfacción especial saber que Patricio lo tomaba en serio, que valoraba su opinión y su juicio. Era como si, por un instante, la armadura de Patricio se abriera un poco, permitiendo que Martín viera un destello de la conexión que existía entre ellos.
Martín se sentía vivo en esos momentos, lleno de energía y propósito. Sabía que era importante para Patricio, no solo como amigo, sino como alguien en quien confiar en momentos críticos. Y aunque la distancia emocional entre ellos seguía siendo un desafío, Martín se aferraba a esos momentos de conexión, sabiendo que eran la clave para entender a Patricio y, quizás, algún día, conquistar su corazón.
Hoy, sin embargo, a Martín le tocaba encarar una nueva jornada laboral. Antes de trabajar en el bar y como entrenador personal, Martín había sido profesor de educación física, un trabajo que le apasionaba. Sin embargo, la disminución de la natalidad había cambiado todo de manera progresiva. La falta de niños en las escuelas llevó a una reducción en la cantidad de docentes necesarios. Los jardines y las escuelas primarias comenzaron a cerrar, y muchos profesores se encontraron sin trabajo. Martín fue uno de ellos.
Las escuelas que antes estaban llenas de vida y energía ahora se convertían en centros de reconversión, un recordatorio constante de la crisis que afectaba a la sociedad. Martín se sintió perdido y sin rumbo, ya que su pasión era enseñar e inspirar a los jóvenes. La competitividad en el área hacía que los sueldos fueran miserables, de manera que Martín desistió de buscar trabajo en ese rubro.
Pero Martín no se rindió. Se adaptó a la nueva realidad y comenzó a entrenar adultos. Aunque encontró que por momentos eran más caprichosos que los niños, también descubrió que tenía una nueva oportunidad para hacer una diferencia en la vida de las personas. Ahora, como personal trainer, Martín ayuda a los adultos a mejorar su salud y bienestar. Aunque no era lo mismo que enseñar a los niños, Martín se sentía orgulloso de poder hacer una diferencia en la vida de las personas que entrenaba.
El trabajo en el bar era otro aspecto de su vida. Allí, Martín podía relajarse y socializar con la gente, lo que le ayuda a compensar el estrés y la presión de su trabajo como entrenador. Se trataba de un bar abierto a la calle, pues los antiguos bares a puertas cerradas solían ser foco de intervenciones policiales. La nueva realidad imponía locales más sobrios, menos ruidosos y a la vista de todo el mundo.
A pesar de los cambios en su vida, Martín seguía siendo una persona apasionada y comprometida con su trabajo. Su historia era un ejemplo de resiliencia y adaptabilidad en un mundo que cambiaba constantemente.
Pero no todo eran malas noticias. La crisis demográfica había llevado a una situación en la que los departamentos grandes se habían vuelto obsoletos, por lo tanto accesibles y económicos para grupos de personas que decidían vivir juntas. Patricio, Alejandro y Martín habían aprovechado esta oportunidad para crear un hogar compartido, una casa en la que podían vivir juntos y apoyarse mutuamente. Esta forma de vivir se estaba convirtiendo en una costumbre común entre las personas del colectivo LGBT, quienes habían encontrado en la crisis una oportunidad para crear nuevas formas de familia y comunidad.
Estas “casas” eran más que simples lugares de residencia; eran espacios de seguridad, apoyo y amor. En un mundo que a menudo era hostil hacia la comunidad LGBT, las casas eran un refugio, un lugar donde las personas podían ser ellas mismas sin temor a la represión o el juicio.
La convivencia en estas casas también permitía una mayor economía de recursos, ya que los gastos se repartían entre varios personas. Esto era especialmente importante en un momento en que la economía estaba en crisis y muchos recursos eran escasos. Además, algunas casas también se habían convertido en centros de activismos y resistencia, donde las personas podían organizarse y luchar por sus derechos y libertades. La solidaridad y el apoyo mutuo que se generaban en estas casas eran fundamentales para la supervivencia y el bienestar de la comunidad LGBT.
En este contexto, la relación entre Patricio, Alejandro y Martín se profundizaba, ya que compartían no solo un espacio físico, sino también una visión y un compromiso con la comunidad y la lucha por la igualdad.
Una tarde, luego de un entrenamiento grupal, la sra. Duarte se acercó a Martín con una sonrisa amable, pero también con una mirada que parecía ocultar algo más. Se trataba de una señora de unos cincuenta años, con la vestimenta y la apariencia de las personas que no tienen que trabajar para vivir.
Martín, quería hablar contigo un momento —dijo ella, mientras se ajustaba su cabello perfecto de peluquería.
Martín se sintió intrigado, pero también un poco cauteloso. Sabía que la sra. Duarte era la esposa de un fiscal importante, y no quería meterse en problemas.
Por supuesto, Amelia. ¿En qué puedo ayudarte? —preguntó Martín, manteniendo una actitud profesional.
La sra. Duarte miró a su alrededor, asegurándose de que nadie los estuviera escuchando.
—Martín, he estado observándote durante tus clases y me he dado cuenta de que tienes una capacidad increíble para motivar a las personas. Mi esposo y yo estamos interesados en hablar contigo sobre un proyecto que podrías sernos de gran ayuda.
Martín se sintió curioso, sospechando que quizá el matrimonio quisiera enrolarlo como facilitador, idea que para Martín era inaceptable.
¿Qué tipo de proyecto es, señora Duarte? —preguntó Martín, intentando mantener su curiosidad bajo control.
La sra. Duarte sonrió de nuevo, pero esta vez había algo en su mirada que hizo que Martín se sintiera incómodo.
—Mi esposo es fiscal de la zona norte y está trabajando en un proyecto para... reeducar a ciertos grupos de personas. Creemos que tu capacidad para motivar podría ser muy útil un caso muy singular.
Martín se sintió un escalofrío recorrer su espalda. ¿Reeducar a ciertos grupos de personas? Sonaba a algo peligroso y controvertido.
Martín sonrió educadamente.
—Gracias por considerarme para este proyecto, señora Duarte. Me gustaría reflexionar sobre ello y considerar cómo puedo contribuir de manera efectiva. ¿Puedo tener unos días para pensarlo?
La sra. Duarte asintió con la cabeza, pareciendo satisfecha con la respuesta.
—Por supuesto, Martín. Te doy hasta el fin de semana para que tomes una decisión. Mi esposo estará en contacto contigo pronto.
Martín asintió, intentando mantener una expresión neutral, mientras su mente trabajaba a toda velocidad. ¿Qué era este proyecto de "reeducación"? ¿Y por qué querían involucrarlo a él? La idea de trabajar con personas del gobierno, especialmente con un fiscal, le hacía sentir incómodo.
Mientras la sra. Duarte se despedía y se iba, Martín se quedó pensativo. Sabía que no podía rechazarla abiertamente, pero tampoco quería involucrarse en algo que podría ser peligroso o inmoral.
Me tengo que cuidar —se dijo a sí mismo. —No puedo permitirme errores con personas de este nivel.
Martín se dirigió a su casa, su mente llena de preguntas y preocupaciones. ¿Qué haría si el proyecto era algo que no estaba dispuesto a apoyar? ¿Y qué pasaría si se negaba a participar?
Al llegar a casa, Martín se encontró con Patricio y Alejandro, que estaban preparando la cena. Martín les contó sobre su encuentro con la sra. Duarte y su propuesta.
Alejandro se puso serio de inmediato.
—Caso singular, dice… Ten cuidado, Martín. Seguro tienen un trapito sucio dentro de la familia y no pueden utilizar los Centros de Reconversión.
Sí, Martín. No te comprometas a nada hasta que sepas más sobre este proyecto —Patricio asintió en acuerdo.
Martín asintió, sintiendo un alivio al tener el apoyo de sus amigos. —No me preocuparé. Pero necesito saber más sobre este proyecto antes de tomar cualquier decisión.
Más tarde, Martín estaba en el baño, acabando de tomar una ducha para prepararse para su turno en el bar. Estaba relajado y tranquilo, disfrutando del calor del agua y la sensación de limpieza.
De repente, la puerta del baño se abrió y Patricio entró apresuradamente, maldiciendo, sin mirar hacia adelante. Estaba dispuesto a limpiarse la cara, que estaba manchada de tierra. Al acercarse al lavabo, Patricio levantó la vista y se encontró con Martín, que estaba completamente desnudo y saliendo de la ducha. La sorpresa fue instantánea.
Patricio se detuvo en seco, con la mano congelada en el aire, y miró a Martín con una mezcla de sorpresa y vergüenza. Martín, por su parte, se quedó quieto, sin saber qué hacer. Hubo un momento de silencio incómodo, en el que los dos hombres se miraron sin saber qué decir. Luego, Patricio se recuperó de la sorpresa y se sintió avergonzado.
Lo siento… Me manché la cara con tierra —murmuró Patricio, y se apresuró a salir del baño, cerrando la puerta detrás de él.
Martín se quedó solo en el baño, sonriendo ligeramente. Sabía que Patricio se había sentido incómodo, pero también sabía que ese momento de vulnerabilidad había revelado algo más. La escena había sido breve, pero había sido intensa y llena de tensión. Ahora, Martín se preguntaba qué pasaría después de ese incidente.
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