La neurosis, indudablemente agotadora, implica un esfuerzo constante por parte del sujeto. En los planteos iniciales de Freud, se destaca que la represión opera en dos tiempos: primero, el desalojo de la representación conflictiva, y luego, en un segundo momento, el trabajo continuo para mantener dicha represión, evitando que aquello excluido de la conciencia retorne.
Desde una perspectiva estructural, este sostenimiento de la neurosis se asocia a un esfuerzo persistente por no ver o no enterarse de ciertas verdades fundamentales. La neurosis actúa como una barrera defensiva frente a lo económico en el aparato psíquico, ya que lo traumático requiere ser mantenido a raya.
El cansancio que acompaña a la neurosis puede entenderse como la consecuencia directa de este trabajo defensivo. A través de síntomas, inhibiciones y estrategias inconscientes, el sujeto opera constantemente para sostener la ilusión de una completitud en el Otro, una ilusión que disfraza las fracturas inherentes a la estructura.
Lacan lo plantea con claridad al describir cómo el fantasma opera como un “campamento” donde el sujeto se asienta, evitando confrontarse directamente con la castración del Otro. Este campamento es un espacio de distracción, una zona liminal donde el sujeto esquiva enfrentarse con la imposibilidad estructural.
Sin embargo, este trabajo defensivo no es sin costo. Se lleva a cabo con el cuerpo mismo, convirtiendo al cansancio en la manifestación tangible del esfuerzo neurótico. El cuerpo se vuelve el escenario donde se despliegan estas estrategias, haciendo evidente el peso de sostener, día tras día, la ilusión y el parapeto frente a lo real.
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