Una de las definiciones más refinadas de Lacan sobre la neurosis es su concepción como una cicatriz. Esta figura ilustra cómo la neurosis busca sanar simbólicamente la herida de la castración, edificándose mediante el significante para cerrar, aunque sea de forma ilusoria, la anomalía estructural que esta representa. Al hacer esto, la castración se traslada del ámbito de lo anecdótico a una dimensión estructurante.
En este sentido, el grafo del deseo nos ofrece una herramienta para abordar esta dinámica. En su nivel superior, en el plano de la enunciación, encontramos el significante que desvela una verdad central del psicoanálisis: no hay Otro del Otro. Esta ausencia de garantías implica que el sujeto no cuenta con una respuesta última, con una autoridad suprema que asegure su lugar o su ser. Este descubrimiento confronta al sujeto con su radical soledad, especialmente en los campos del amor, el deseo y el goce, donde no existe un complemento definitivo.
Paradójicamente, esta falta de garantías es también una potencial fuente de libertad. Si el sujeto logra asumir esta soledad y la ausencia de certezas, queda solo con su acto, con la posibilidad de inscribir su propio camino en lugar de buscar respuestas externas definitivas.
Sin embargo, la neurosis opera como un mecanismo que defiende al sujeto de esta soledad y de la angustia que conlleva. Bajo el significante de la falta en el Otro, el grafo muestra una serie de construcciones que Lacan identifica como coartadas: el fantasma, el síntoma, el moi e incluso el ideal del yo. Estas coartadas ofrecen respuestas ilusorias que intentan encubrir la carencia estructural.
Estas ficciones funcionan como parodias de una solución teleológica, proponiendo la ilusión de un objeto completo que podría resolver la falta inherente del sujeto. En este proceso, la neurosis fabrica relatos, fantasmas y síntomas que no solo distraen al sujeto de su falta, sino que también sostienen la ilusión de un Otro que garantice su ser y su lugar.
En resumen, la neurosis no solo busca obturar la castración, sino que también ofrece una defensa frente al vacío existencial. A través de sus ficciones, el sujeto esquiva la confrontación directa con la imposibilidad estructural, refugiándose en una ilusión que, aunque falsa, le permite sostenerse frente a la falta radical del complemento.
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