Desde una perspectiva nosográfica más cercana a la psiquiatría, la medicina o incluso la psicología, la neurosis podría entenderse como una perturbación o anomalía que afecta las relaciones del sujeto con la enfermedad. Sin embargo, en el psicoanálisis, la neurosis trasciende este enfoque sintomático para inscribirse en una dimensión más estructural. Lacan llega a definirla como una cicatriz en el sujeto.
¿Pero de qué herida es la neurosis una cicatriz?
La neurosis actúa como una respuesta a la hiancia o rajadura que define al sujeto como sexuado. Ser sexuado no es una mera característica del sujeto; lo constituye, lo especifica, y lo afecta profundamente en su relación con el campo del goce. Esta rajadura, sincrónica y fundamental, se corresponde con lo que Lacan formula en el axioma "no hay relación sexual", es decir, la imposibilidad de que la identidad sexual o la complementariedad en el sujeto hablante se escriban de forma completa o definitiva.
En este sentido, la neurosis cicatriza esa hendidura mediante dos dimensiones: una vinculada al valor de verdad y otra al goce.
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La dimensión de la verdad: La neurosis ofrece al sujeto un guion, una narrativa que se materializa en la "novela familiar del neurótico". Este relato sostiene un mito de origen, una estructura ficcional que organiza y da sentido al campo de la verdad para el sujeto.
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La dimensión del goce: Simultáneamente, la neurosis proporciona al sujeto un repertorio de goce, un menú a partir del cual puede experimentar un plus de gozar. Este recurso compensa ilusoriamente la falta de un goce sexual plenamente complementario, convirtiéndose en un remedio parcial frente a la imposibilidad estructural que habita al sujeto.
De este modo, la neurosis, al operar como una cicatriz, está intrínsecamente relacionada con el funcionamiento del fantasma. Es en esta intersección entre la ficción estructural y el goce donde la neurosis encuentra su función: remediar, aunque nunca resolver completamente, las fracturas fundamentales del sujeto sexuado.
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