A simple vista, la pregunta sobre cómo acceder al inconsciente podría parecer evidente. Sin embargo, merece la pena revisitar algunos de los obstáculos históricos que marcaron el desarrollo del psicoanálisis.
El inicio de la enseñanza pública de Lacan se sustenta en las coordenadas del lenguaje y la palabra, desde las cuales reformula el eje central del psicoanálisis: lo profundamente subversivo del pensamiento freudiano.
Freud introduce una noción revolucionaria al definir el inconsciente como un saber que no se sabe a sí mismo. Esto implica un conocimiento que no se traduce en conciencia, un concepto sin precedentes en la historia. En esta condición, el inconsciente actúa sobre el sujeto, lo domina, lo condiciona, lo trabaja y lo determina.
Desde la perspectiva lacaniana, al entender que el inconsciente es efecto del lenguaje en el sujeto, se deduce que solo puede ser abordado mediante la palabra. La palabra, al recortar y estructurar el lenguaje, opera como la herramienta esencial para que el inconsciente, como discontinuidad del discurso racional, se haga perceptible.
Así, la palabra no es solo el vehículo del análisis, sino también su campo y marco de acción. En este terreno, el inconsciente se muestra como algo que puede leerse. Por ello, el sujeto no es el agente de la palabra, sino un efecto de ella.
La historia del psicoanálisis demuestra que, cada vez que se ignora o desplaza este fundamento —la función simbólica de la palabra— en busca de algo más allá, la praxis se desorienta. Esto genera dificultades para dar lugar al sujeto en el análisis, comprometiendo el núcleo mismo del trabajo psicoanalítico.
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