Ese texto freudiano de mediados de la década del 20 llamado “La negación” es un escrito de una potencia indiscutible por cuanto encontramos allí, quizá como en pocos lugares, un esbozo por parte de Freud a la elaboración de una lógica.
Apoyado en esta perspectiva es que Lacan lleva a cabo un trabajo exhaustivo sobre el concepto de negación, de la cual plantea distintas perspectivas dado que no es lo mismo tomarla asociada a lo serial de la cadena, que interrogarla a nivel de los cuantores lógicos de las fórmulas de la sexuación.
Es cierto que hay una constante, que está dada por el hecho de que interroga el concepto de negación, pero remarcando siempre que se sitúa más allá de lo gramatical. En ese sentido, entonces, la negación se constituye en una operación lógica.
En algún momento puede tomarla por el lado de la desnaturalización que encuentra en el planteo hegeliano, pero mucho más asociado a la negatividad.
Podríamos preguntarnos, la negación como operación lógica ¿se asocia al borde de lo propiamente humano?
El valor y la función de la negación se inscriben en el planteo de que se trata, en Freud, de un texto. Un escrito que acarrea un valor fundante, el de una verdad, incluso también podríamos decir de la novedad de una emergencia.
En ese sentido, entonces, el planteo freudiano, ¿introduce algo nuevo o algo diferente?
Lo que es claro es que, como texto, pone en juego un decir más que un dicho, y entonces se abre a un exégesis, que es lo que Lacan lleva a cabo, hasta ir más allá.
¿De qué depende dicha exégesis?, de que el texto nos interrogue. Y ahí es donde entra a jugar el valor de la transferencia porque no se trata de otra cosa más que de la praxis analítica. Y hay un punto enigmático, incluso en el mismo planteo de Lacan: un texto ¿se define por lo que articula, o más por lo que recorta y que abre?
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